Desde mi butaca

Utopía

Representantes del Ayuntamiento de Málaga, disfrazados en la final de COAC del Carnaval de Málaga de 2024.

Representantes del Ayuntamiento de Málaga, disfrazados en la final de COAC del Carnaval de Málaga de 2024. / L. O.

Sergio Lanzas

¡Ay, si mis sueños se cumplieran! ¡Qué rebonito sería el mundo! En mi mundo fantástico, el Carnaval no sería lo que es. Y como ese mundo sería mío, pues no tengo que justificarme ante nadie. Vosotros haced el Carnaval que sintáis, yo sé el que a mí me gustaría.

En mi mundo no habría huevos de llamarlo “fiesta”, porque el Carnaval sería una fecha en la que los del poder (ya sean Paco, Dani, Juanma, Pedro, Jesús, patrono, obispo, presidente, concejal o similar) entrarían aterrados. Cuando se fuera acercando la fecha sabrían que lo que viene es una guerra. Pero han ganado la batalla

haciéndoos creer que vivís una fiesta.

En mi mundo habría menos folklore y más reivindicación. Y además tocándoles bien la moral. Joder al poder es fundamental para que de fiesta esto no pase a

siesta. Qué no. Que la cosa no es plantarse en la final y llamar “facha” a TutanPakón (y yo soy el primero que lo ha hecho). En mi mundo los carnavaleros harían que los tiranos salieran de esa sombra bajo la que se protegen con tanta sutileza y que tuvieran que dar la cara y descubrirse como son: tiranos sin vergüenza que con el voto del pueblo que los autoriza lo obligan a pasar por el aro.

Si no queremos torre en el Puerto, no la queremos. Punto. Pues nos la acabaremos comiendo. En mi utopía, igual a los carnavaleros se les ocurría ser altavoz del pueblo, de verdad. Y se iban al Ayun y le pedían a Tutan que les pusieran escenarios por los barrios para organizar actividades y concursos de coplas contra la torre de De la Torre. Y que los polis cortaran el tráfico y los Servicios Operativos montaran las tarimas y las banderitas y desde Cultura aflojaran los parneles para las estatuillas. Ya que el pueblo los ha puesto ahí, si el pueblo lo pide, tendrían que hacerlo. ¿No? Ya os digo yo que nos iban a dar un mojón. Ya veríais como ponían toda la maquinaria a trabajar para desarmar esa actitud 'rebelde' y alguien (por ejemplo ese 'fifí' que va bajo el sobaco de Teresa lamiéndole la manita con docilidad y que antes tenía un apellido honorable) intentaría convenceros de que así no se hace. Y a las malas, igual os quitaban las subvenciones.

“¿Cómo va a ir el pueblo que me ha puesto en el trono en mi contra si yo no les sirvo a ellos sino ellos a mí?” Así piensan. El enemigo natural del Carnaval es el poder. Y en mi mundo estaríamos en guerra contra él. Eterna. Y la gente tendría una educación tan buena que sabría que somos su depredador natural y nos iban a temer.

Vaya que sí. Los obligaríamos a salir de la cueva y mostrar su verdadera cara: “¡que no, que aquí mando yo!”. Así se desenmascara al tirano.

En mi mundo ya estaría montándome en su coche y le diría al primo: “Arranca, que vamos pallá y la vamos a liar gordísima”. Olería a gomaespuma recién pintada por él, olería a sus sueños, su trabajo callado y altruista. En mi mundo no habría una sombra siguiendo la tristeza de mis pasos ya para siempre. En mi mundo mis amigos no se morirían y al día siguiente, como todos los días, hombro a hombro en la puerta del colegio mientras salen su hijo y mi hija, sonreiríamos orgullosos. “No veas la que formamos anoche, primo. Esta vez se nos ha ido la mano”. “Qué se jodan”… y reiríamos pensando en la próxima batalla. Ay, qué bonito sería el mundo si mis sueños se cumplieran y yo no fuera cantando entre lágrimas: “la sombra, mi sombra vendo. ¿Quién me la quiere comprar?”