Opinión | LA SEÑAL

Simón el Mago

Hay un texto cristiano apócrifo de los Hechos de Pedro que narra con gran fantasía una de las leyendas acerca de Simón el Mago. Cuando este hacía alarde de sus supuestas habilidades en Roma, volando incluso ante Nerón para así probar su naturaleza divina, los apóstoles Pedro y Pablo le pidieron a Dios que detuviese el vuelo de aquel y Simón cayó a tierra siendo, además, apedreado. Pero también Cirilo de Jerusalén se refiere a este personaje en su Historia de los maniqueos: nuevamente Simón el Mago viajaba por los aires en un carro tirado por demonios y nuevamente Pedro y Pablo elevaron sus súplicas al cielo y el impostor se precipitó al suelo ya muerto. Sea como fuere, Simón el Mago, terminó mal. Y su caso no es el único, sino muy frecuente entre los que convierten, aunque con distintos nombres según los tiempos, su vida pública en espectáculo.

Son tiempos malos, desagradecidos incluso, de caballos cansados, al paso, al trote y al galope, como mi querido Rafa Nadal que, sin embargo, se tenía que haber retirado ya, pero eso nunca lo entiende el actor en las tablas, y quienes realmente les quieren han de susurrares al oído, vete, ahora es el momento, no esperes. Léase Rafa, Francisco o cualquier otro grande. Fíjate que la marina de megayates de Málaga logra conectarse a la electricidad después de dos años; eso sí, se llenan la boca con la manoseada modernidad de la digitalización y los mismos lugares comunes de todos los días. Ahora resulta que Dani Pérez tiene razón, y de alguna forma el Ayuntamiento lo reconoce, me refiero a las irregularidades de Smassa, y es que el gerente y la concejala hasta han declarado ante la Policía, qué vergüenza. Y no te digo nada del museo de las gemas, en el que las sentencias judiciales se vuelven lanzas y hay que felicitar a Fulgencio Alcaraz, la perseverancia de los años abriéndose paso a machetazos en un bosque de mentiras. Recuerdo cuando se negoció con mi buen amigo el desaparecido Damián Caneda, entonces en Cultura, el pago al que se negaba el Ayuntamiento, y después de meses de tiras y aflojas cuando aflora el acuerdo llega una excusa por parte del burócrata de turno y el castillo de naipes, tan pacientemente construido, se derrumba. Y solo se ha publicado una mínima parte del iceberg, el resto sigue sumergido en el tintero de los secretos. Pero si se negoció el Pompidou a espaldas del susodicho... Después, la Inspección de Trabajo detecta cincuenta músicos de la OFM sin alta en la Seguridad Social. Y vemos el vídeo de cómo unos jovencitos destrozan la exposición Hogar Abierto en calle Larios sin un policía en una milla, y hasta quizá sea mejor, porque si se presentan los uniformados estos vándalos hasta podrían pasar como héroes y alcanzar las agujas del Only You.

Mira el caso de Pepe Lomas, el librero anciano, condenado a seis años por matar de un disparo, ¡en su casa! y en lo que entendió como defensa propia, al criminal que entró a robarle, o vaya usted a saber a qué nada bueno, no sabía el pobre de las leyes que hacen nuestros diputados y senadores, ahora sí. Mientras, los herederos políticos de los asesinos ganan elecciones con la acostumbrada normalidad aburrida de la Vieja Europa de Pepe Borrell.

Por eso, conviene jugar, como nos invita Salvador Villena Rico en su libro, con aforismos que son afonismos, te quiero cadáver más; confianza o con fianza; oh diosas; y en cuanto a nosotros, los escritores y la prensa, pues… atados a la columna.

Bueno, y fallece Juan Francisco Gutiérrez, el Lolo, alcalde durante 16 años de Humilladero, uno de los peleadores de la Transición en la que tantos dormitaban venidos del franquismo y hoy lucen las condecoraciones de su sumisión en el después que vivimos.

Pero no se crean ustedes que todo termina aquí, que al capo de la Mocro Maffia, Karim Bouyakhrichan, lo ponen en libertad provisional y se fuga -como está mandado-, aún reconociéndose por escrito que existía ese riesgo, ya pasó eso otra vez con Carlos el Negro. En fin, le digo a ella que cada delincuente nos educa acerca de la monstruosidad del mal, y asiente. Esto llevó a Fernando Pessoa a escribir:

No quiero rosas, con tal que haya rosas.

Las quiero sólo cuando no las pueda haber.

¿Qué voy a hacer con las cosas

que cualquier mano puede coger?