Diez años del adiós de la Miss Universo

Amparo Muñoz: la última de muchas muertes

Para muchos la malagueña encarna el arquetipo perfecto de juguete roto pero la actriz y modelo fue una pionera en muchos aspectos

Una jovencísima Amparo Muñoz.

Una jovencísima Amparo Muñoz. / víctor a gómez. málaga

Víctor A. Gómez

Víctor A. Gómez

Singular y cabezota, magnética pero insegura, atraída fatalmente por los abismos y las carreteras secundarias, la malagueña Amparo Muñoz fue la mujer más triste de todas las mujeres bellas. Hoy se cumplen diez años de la muerte de Amparo Muñoz, en realidad la última de las muchas que sufrió a lo largo de su vida esta mujer que tuvo en la belleza su don y su maldición. «En ocasiones la belleza me ha salvado, como cuando pasaba un mal momento y me ofrecieron la portada de Interviú, pero otras veces he deseado rajarme la cara», aseguró una vez. La dieron por muerta por sobredosis, aseguraron que tenía sida... Amparo llegó a pensar que todos querían que desapareciera de una vez.

Resulta fácil y tentador reducir la existencia de Amparo Muñoz (Vélez-Málaga, 1954-2011) a la del arquetipo del juguete roto; y, sobre todo, injusto porque ella fue, en realidad, mucho más que sus oscuridades y tuvo mucho de pionera: plantó cara a los responsables de Miss Universo y renunció a la corona por negarse a participar en «bacanales», mantuvo una relación con un intelectual de la talla de Elías Querejeta (formando un fugaz tándem tipo Marilyn Monroe-Arthur Miller), denunció el supuesto maltrato psicológico que le infligió el recientemente fallecido Patxi Andión, denunció las utilizaciones de la industria del cine («A los directores les importaba un bledo si sabía actuar o no, y a veces los desnudos se rodaban a lo bruto; era como una violación continua», dijo)... Lástima que sus paseos por los arrabales de la drogadicción (fue detenida en Barcelona durante una redada mientras intentaba comprar su dosis de heroína) terminaran por devorar nuestro recuerdo de ella.

«En ocasiones la belleza me ha salvado, como cuando pasaba un mal momento y me ofrecieron la portada de Interviú, pero otras veces he deseado rajarme la cara»

Amparo Muñoz

— Modelo y actriz

La menor de seis hijos, nacida en una familia humilde formada por un forjador y un ama de casa, recordaba cómo siempre la gente se volvía para mirarla. Su rostro fresco y su desparpajo (ella se veía «más mona que guapa») la llevaron a trabajar de dependienta: cuentan los que la conocían que los potenciales compradores, atraídos por la belleza de Amparito, casi la trataban más como uno de los maniquíes del escaparate que como una vendedora. Algo similar le ocurrió cuando, siendo secretaria de una empresa de publicidad, terminó convertida en el propio producto: animada por los clientes de la agencia de marketing, se presentó a Miss Costa del Sol. Y ganó. Y fue aupada a Miss España en 1973. Aquella chica de provincias, sin padrino conocido, se impuso a la gran favorita, Miss Madrid, Purificación Martín Aguilera, más conocida como Norma Duval -años más tarde, en sus memorias, la malagueña se despachó: «La Duval iba a por todas. Hoy habrían dicho de ella que era un travesti. Nos sacaba la cabeza a todas las concursantes, era muy alta y tenía las manos y los pies grandes»-.

Muñoz era una belleza frágil pero magnética: su amplia sonrisa era el gran sostén de un armazón que podría ser considerado entonces quizás demasiado flaco, 84-56-84. Había en aquella joven la preciosidad de un amanecer, limpio, prometedor. Pocos meses después, en Manila, se hizo diosa, ganó Miss Universo, pero también se golpeó al caer a la tierra: «Después de treinta años, todavía recuerdo con terror mi experiencia como Miss Universo. Tanto que aprendí a dormir sentada: tumbada en la cama daba una cabezada durante una o dos horas y enseguida volvía el pánico a todo lo que me estaba ocurriendo, a todo lo que veía en sueños». No se sabe lo que Amparo veía en sueños pero sí en su realidad; lo contó ella misma en sus memorias: «La miss filipina tenía demasiado desparpajo. Una noche me invitó a una fiesta en un piso superior del hotel. Al llegar a la sala, me encontré que la fiesta era especial: hombres y mujeres bailaban en el centro de la pista; alrededor, en divanes, grupos de dos, tres y hasta más personas se abrazaban y besaban. Era una auténtica bacanal». Por no hablar de las propuestas de entrar en el mundo de la prostitución: dinero amplio y fácil a cambio de escasos escrúpulos. Todas ellas invitaciones provenientes de las altas esferas, como reveló Amparo. Pero la malagueña dijo «no». Harta de ser adorno y muñeca, hizo todo lo posible para que la despojaran, a los seis meses, de su corona de Miss Universo. Renunció y se fue. La primera huida de una vida marcada por las escapadas.

«Durante un paseo al atardecer por el puerto de Venecia, Flavio se detuvo junto a un barco. Extendió una mezcla de heroína y cocaína sobre la lona que lo cubría. No seas tonta, pruébala. No te va a pasar nada»

Amparo Muñoz

— Modelo y actriz

Quería definir las reglas de su propio juego, reconducir su carrera hacia el cine, su verdadera gran pasión desde que una vez se saltara una clase para asistir a la proyección de Un hombre llamado caballo. José Luis Dibildos, uno de los grandes hombres de cine de la época fue otro de tantos que quedó pegado al televisor cuando en el certamen de Miss Mundo la sonrisa de Amparo Muñoz logró apagar las grises frustraciones de la España de 1973. Y la joven viajó al microcosmos de los rodajes, con actores y directores como Ana Belén, José Sacristán y muchos otros. Eran los artistas, supuestamente gente leída, vivida, liberal. Pero también se sentía una advenediza allí -su primer papel no tenía ni una sola línea de diálogo-, también era un cuerpo que utilizar.

Conoció en un set a Patxi Andión, el hombre al que más quiso y más odió. Se casaron, a pesar de los consejos en contra de amigos y familiares. Cuenta Amparo que Andión la anuló como mujer, persona y actriz. Y huyó de nuevo. Esta vez a México, donde conoció al anticuario chileno Flavio Labarca, un hombre que en aquella época se amoldaba perfectamente al rol del bon vivant. Llegó la vida loca, de oropel -se casaron en Bali, un matrimonio sin validez en España que sirvió para que cobraran una exclusiva-, de coches despampanantes en barrios poco recomendables... Y la diosa se hizo heroína. Labarca le enseñó a la actriz los horizontes de los paraísos artificiales y ésta cogió el ticket para entrar, cuyo precio, para muchos, hipotecó su existencia. «Durante un paseo al atardecer por el puerto de Venecia, Flavio se detuvo junto a un barco. Extendió una mezcla de heroína y cocaína sobre la lona que lo cubría. No seas tonta, pruébala. No te va a pasar nada. Verás lo bien que te sientes, me dijo. él me inició en la droga, pero uno se mete en eso porque quiere», evocó la actriz en sus memorias. Y se sintió bien, demasiado bien. Juntos, Flavio y Amparo buscaron fortuna en Manila, aunque al final se separaron. Las sustancias, eso sí, siguieron en la vida de la malagueña.

Amparo  Muñoz, en  su madurez.

Amparo Muñoz, en su madurez.

En 1987 una redada programada en un supermercado de la droga barcelonés terminó con un titular más del corazón que de la sección de sucesos de los periódicos: Amparo Muñoz, detenida mientras trataba de comprar su dosis de heroína. La leyenda negra había comenzado tiempo antes: Amparo caminando peligrosa y confusamente en el balcón de un hotel, Amparo enzarzada en una pelea física con la compañera de un reparto... Cambió la heroína por la cocaína, pero nada cambió. Ya no sonaba su teléfono, y si lo hacía era algún periodista que quería saber de sus experiencias más truculentas. Ella, desde luego, no se negó a entrar en la pista central del circo y protagonizó escenas catódicas lamentables como el enfrentamiento entre Víctor Rubio, su pareja de entonces, y el cronista Jesús Mariñas a costa de los infundios del sida. Hasta que un joven director debutante, Fernando León de Aranoa, se puso en contacto con ella en 1996 para ofrecerle un papel en Familia. Parecía que iba a destruirse su fama de actriz errática y problemática, parecía que iba a ser la gran resurrección artística de la temporada... Pero el teléfono no volvió a sonar después de aquella interpretación.

Los Javis, los responsables de Paquita Salas, La llamada y Veneno, preparan una ficción para TNT que pretende crear el perfil del juguete roto a partir de las peripecias reales de, entre otros, Amparo Muñoz

Amparo regresó a su Málaga natal a comienzos de la década pasada. «Vengo aquí a morir», dijo. Sus problemas cerebrales, que arrastraba desde que varios aneurismas le descubrieran una malformidad en su cerebelo, estaban acabando con ella y se recluyó en casa, de donde no podía pero tampoco quería salir. Tenía que quedarse largas temporadas postrada en la cama -cualquier movimiento podría precipitarla hacia la muerte- y, cuando podía salir a la calle, lo hacía, confesó, con vergüenza. Falleció el 27 de febrero de 2011. Esta vez sí.

Diez años después, Los Javis, los responsables de Paquita Salas, La llamada y Veneno, preparan una ficción para TNT que pretende crear el perfil del juguete roto a partir de las peripecias reales de, entre otros, Amparo Muñoz. La serie, con título aún por determinar y en la que Javier Calvo y Javier Ambrossi ejercerán como productores ejecutivos, contará «la vida de una mujer que regresa a su pueblo después de conocer la gloria de la fama en los años setenta y las miserias de las adicciones». Ojalá no se sientan tentados por pasear sólo por las aristas más afiladas de la vida de la malagueña y traten de comprender, aunque sea un poco, a aquella mujer «solitaria y tímida» que aseguró haber pagado «un precio muy alto» por lo que hizo pero también por lo que no.