Pepa Bueno | Periodista y escritora.

«La tragedia íntima de las víctimas de ETA la hemos contado pocas veces»

«Ahora que la banda ya no existe, es interesante que desde la ficción y la memoria se contribuya a superar el pasado pero conociéndolo», dice

Pepa Bueno

Pepa Bueno

Rubén López

¿Cómo llega a esta historia?

Me llega a través de Ángeles Aguilera, editora de Planeta. Ella estaba convencida de que la historia merecía conocerse. Me hizo llegar las notas que el hermano mayor, José Mari, había ido escribiendo como parte de su terapia con una psicóloga y decidí ir a conocerlos. Quedamos en Bilbao y salí convencida de que esta era una parte de la carga que soportan las víctimas de ETA que se conocía menos. Me impactó comprobar que la onda expansiva que destruyó la casa cuartel de Zaragoza llega hasta hoy. Cómo dos hombres tan jóvenes tienen su vida totalmente determinada por aquello 30 años después.

Han sido muy valientes...

Mucho, porque han contado su tragedia íntima. La tragedia social la hemos contado muchas veces, pero la íntima pocas. El sentirse solo, lo que significa haber caído en el alcohol como un remedio para entender la hecatombe emocional en la que vives, el tener que renunciar a tu vocación como le pasó a José Mari... Han sido muy valientes por querer compartir con todos su historia.

¿Tenía claro que quería limitarse a eso en el libro? ¿A contar su historia?

Exactamente. Yo no me siento autorizada para hablar en absoluto en nombre de las víctimas de ETA. Yo hablo de estas dos víctimas, que siendo hermanos y habiendo vivido la misma tragedia son bien diferentes. Uno no pierde la individualidad por haber sido víctima. Me importaba mucho eso. Hay quienes han encontrado en el activismo político una manera de procesar su dolor y hay quien ha optado por la privacidad. Hay que respetar todas las opciones.

Como dice Manuel Jabois en el prólogo de esta misma novela, los que salieron con vida de los atentados son los grandes desatendidos...

Sí, desatendidos de las instituciones y de la sociedad, aunque yo en el libro no señalo culpables. Sin embargo, hubo una época en la que parecía que las víctimas eran testigos incómodos de una España que quería progresar y quitarse de encima la pesadilla del terrorismo etarra. Salvando las distancias, algo similar está ocurriendo ahora con la pandemia. Al principio, las cifras de muertos nos dejaba impresionados. Un año después solo hablamos de la vacuna y de salir de esta pesadilla. Un mecanismo similar ocurrió entonces y por el camino se quedaron muchas vidas arrebatadas.

Lo que les ocurrió a José Mari y a Víctor es un ejemplo de que la atención a las víctimas no fue la adecuada.

Está claro. De hecho, la primera ley de atención a las víctimas es del año 98 del Gobierno de Aznar y la ley integral de atención a las víctimas es del 2011, del Gobierno de Zapatero. Para ellos llegaba muy tarde. Las asociaciones de víctimas fueron las únicas que estuvieron ahí desde los años 80 tratando de arropar a quienes sobrevivían, pero no había una atención institucional organizada. Llama mucho la atención que en el año 87 no hubiera una atención psicológica automática, especialmente a dos niños. Algún psicólogo los vio, pero José Mari por ejemplo no recibió una atención especializada hasta bien entrados los años 2000. También parece increíble que nadie les dijera que podían elegir casi cualquier profesión menos la de Guardia Civil...

¿Se ha instrumentalizado a las víctimas?

Es evidente y una lástima porque no nos lo merecíamos como sociedad. La instrumentalización política de las víctimas me perece terrible. Su dolor es solo de ellas.

Diferentes proyectos, como la serie Patria, están abordando últimamente el drama de ETA. ¿Pueden contribuir a que deje de ser un tema tabú y a abordarse desde diferentes ópticas?

Probablemente. Ahora que ETA ya no existe, me parece muy interesante que desde la ficción y desde la recuperación de la memoria se contribuya a superar el pasado, pero conociéndolo. Hay que pasar página, pero antes hay que leérsela enterita y saber lo que pasó.

Los dos hermanos estuvieron separados durante varios años.

Si se piensa ahora sorprende mucho que dos menores de once y trece años pudieran ser desgajados de todo su entorno en un momento como ese. Pero así fue. Poco después fueron al colegio de huérfanos de la Guardia Civil, luego se hicieron guardias civiles y no tuvieron contacto durante varios años. Hasta que llegó un momento en el que Víctor decide ir a buscar a su hermano mayor. Es una historia de sucesivos abandonos.