Arte

El Pompidou rescata al hombre que forjó la vanguardia

Más de medio centenar de piezas, entre lienzos, esculturas, dibujos y bocetos, testimonian las aportaciones artísticos y técnicas del padre de la tridimensionalidad moderna

Víctor A. Gómez

Víctor A. Gómez

Se le considera el padre de la escultura de hierro y, en feliz expresión propia, el primer hombre que supo «dibujar en el aire». Julio González (Barcelona, 1876; Arcueil, 1942), sin embargo, sigue ocupando un discreto espacio en la historia del arte contemporáneo, pese a contribuir decisivamente en sus avances técnicos y expresivos. De ahí la importancia y pertinencia de la nueva exposición temporal del Centre Pompidou Málaga, inaugurada hace unos días pero presentada hoy a los medios de comunicación; un stock de más de medio centenar de piezas artísticas (33 dibujos y 18 esculturas), desde sus primeras obras parisinas hasta los hierros forjados que ocuparon gran parte de su producción artística en la década de 1930 y sus últimos autorretratos, que abarcan la relevancia de uno de los creadores que más y mejor forjó la vanguardia. 

Difícil, por no decir imposible resulta imaginar la obra de Eduardo Chillida, Jean Tinguely o Richard Tuttle sin las aportaciones revolucionarias de Julio González. Pero su vida y su obra fueron mucho más que eso, y la temporal del Pompidou supone reivindicar las aportaciones de un creador tan genial e influyente como Miró y Dalí pero relativamente infravalorado. Procedente de una familia de herreros, González adquirió un dominio único a la hora de ensamblar las piezas. Una destreza que dio pie a una fértil colaboración con Pablo Ruiz Picasso, con el que coincidió en París y al que le unió una gran amistad. Pero a diferencia de su compañero de exilio, su obra no fue reconocida hasta 30 años después de su muerte. Influyó en ello su discreción, su propia timidez y el hecho de que primero apostó por sus dotes pictóricas: las críticas de la época no fueron demasiado favorables para las obras del joven González: «En sus lienzos surge la imagen de un hombre tímido y sensible, ansioso por convertirse en artista, pero sin saber cómo hacerlo. González parece haber estado plagado de cierta vacilación y escepticismo que lo acompañaría durante muchos años», resumió la historiadora del arte Josephine Withers. Sólo en su quinta década de vida encontró la confianza en sus posibilidades artísticas y la madurez expresiva. 

El Centre Pompidou Málaga plantea en su muestra recién abierta al público un viaje por la fértil trayectoria de un pionero, un paseo por sus principales etapas creativas, a través de sus claves y sus hitos: los desnudos clasicistas y retratos figurativos en cobre de las primeras décadas del siglo XX, los relieves tallados y las primeras esculturas en hierro forjado y soldado, los dibujos en el espacio que ensayó a partir de su colaboración con Pablo Ruiz Picasso entre 1928 y 1932, sus últimos autorretratos... Ytodo ello, salpimentado con piezas a modo de making of: los dibujos y bocetos preparatorios, que permiten valorar el proceso técnico y la diversidad de esculturas metálicas lineales, porque la genialidad, muchas veces, se puede explicar. 

Hablamos, por tanto, de una temporal que es, fundamentalmente, una operación de reivindicación justa y necesaria. «Esta exposición demuestra que Julio González no sólo estuvo a la sombra de Picasso. González inventa toda una serie de formas oníricas y metamórficas que salen de la escultura, ya que el artista era también un gran dibujante»,aseveró ayer Brigitte Leal, directora adjunta del Pompidou parisino, la casa matriz, y comisaria de la muestra. Es, por tanto, la sugerente invitación a entrar en el universo de un creador que supo depurar las formas y el peso para llegar a la abstracción, dialogando con el vacío y el volumen, obsesionado con plasmar la inseparabilidad del «cuerpo y el espíritu».