Literatura

Trifón Abad, cuentos sobre lo que la ciudad esconde

El escritor murciano alumbra un conjunto de relatos magnífico y confirma que es un narrador de altura

Trifón Abad posa con 'Quitamiedos', su último libro de relatos.

Trifón Abad posa con 'Quitamiedos', su último libro de relatos. / L.O.

José Antonio Sau

José Antonio Sau

A Trifón Abad lo conozco de las redes sociales. Sé que es periodista y escritor y que acaba de publicar, en la editorial Talentura, su segundo libro de relatos: ‘Quitamiedos’, después de quedar finalista del prestigioso Premio Setenil por su ópera prima: ‘Que la ciudad se acabe de pronto’. Pero, aunque el conocimiento personal parezca superficial, he logrado radiografiarle el alma con estos relatos que, como leitmotiv principal, exploran las zonas de penumbra de las urbes del siglo XXI, ciudades peligrosas que también pueden ser objeto de reflexión desde los relatos que no transcurren en ellas, un par de ellos en este volumen, esta es la literatura de lo que no se ve, de lo que no se dice en nuestras calles, de lo que se intuye, de lo que se palpa, de lo que se siente pero no se verbaliza.

Hay una aproximación a lo urbano a lo Tom Wolfe en Touché, el magnífico relato que cierra la recopilación y que habla de los remordimientos de un hombre que ha atropellado a otro; existe una preciosa reflexión sobre el drama urbano que supone la cotidiana muerte de motoristas, con la aterradora pregunta que siempre nos hemos hecho acerca de si los objetos, en este caso un casco, son la puerta a inquietantes conexiones de las que no queremos saber nada (‘Quitamiedos’, cuento de apertura que da título a la colección); se da una reivindicación del erotismo adolescente, y de la venganza contra el círculo que maltrata al rarito, en un bellísimo relato iniciático; vemos cómo el coleccionismo puede llevar a una persona al borde del aislamiento y cómo este, a su vez, confirma que nunca estamos aislados del todo porque siempre hay alguien más débil que depende de nosotros; revivimos la miseria moral de la clase alta española, en un requiebro que me recuerda al mejor Delibes; exploramos el lado salvaje de la vida a través de los ojos de una antropóloga que investiga las costumbres de una tribu alejada de la modernidad (no hay juicio, solo observación), lo que, en cierta manera, abunda otra vez en ese drama urbano de las aristas de la ciudad que se escapan a nuestra observación; reflexionamos sobre las repercusiones del orden mundial en los gustos adolescentes y en la cultura de la postmodernidad, llena de relaciones líquidas sin sustento real ni humanidad; asistimos a cómo un hombre se convierte en cobaya humana para ser banco de pruebas de una vacuna contra una versión mejorada de la Covid (con una metáfora de situación magnífica acerca del aparcamiento como zona de penumbra y de sombras); asistimos a la imparable huida o carrera de un regicida, que podría ser cualquiera de nosotros, además de erigirse en una potente reflexión sobre el individualismo; palpamos el amor del autor por la fantasía en un bellísimo cuento que habla sobre una marioneta soldado que era el símbolo del pacifismo en la primera mitad del siglo XX, un texto con tintes borgianos o, más certeramente, cortazarianos, y asistimos al pánico que le genera a un genio de la música el hallazgo de cientos de lunares en su cuerpo, una auténtica reflexión sobre la creación, aunque puede leerse en muchas direcciones este relato.

Con una prosa comedida, hermética en algunos lances, pero de una contundente estética y brillantez en el uso y elección de las palabras adecuadas cuando el texto lo requiere (la semántica, digo siempre, es la mejor manera de tejer connotaciones evocadoras), Abad confirma que ha dado un paso adelante en su literatura, ratificando los buenos augurios que ya vociferó el Setenil, y arma una magnífica colección de relatos con potencia de fuego para hacer reflexionar al lector, a la par que entretenerle. Tengo curiosidad por verlo en la media distancia y en la distancia larga, porque en esta ocasión los cuentos crecen y se expanden sin dejar nunca la unidad de acción y esa intensidad creciente resuelta con brevedad tan necesaria en este género nuestro, pero si, se confirman mis sospechas, estamos ante un narrador de fuste para los próximos años. No hablo de mero entretenimiento literario, de eso ya tenemos demasiado; hablo de la gran literatura, allí donde además de contar, se defiende el estilo como bastión ante un mundo en el que, a menudo, hace demasiado frío.