Entrevista | Alejandro Pedregosa Escritor

«Hay que agarrarse a la luz del joven que fuimos con alegría, sin nostalgia»

El autor granadino recuerda sus cruciales veranos adolescentes marbellíes en su novela 'Siempre es verano', el reencuentro entre un adolescente en plena experimentación vital y el narrador maduro en que se convertirá. La vida, el sexo y los demás, bajo el sol de la Playa de San Ramón, el lugar «más placentario que placentero» de Pedregosa

Alejandro Pedregosa, en uno de sus hábitats naturales: la playa.

Alejandro Pedregosa, en uno de sus hábitats naturales: la playa. / A.P.

Víctor A. Gómez

Víctor A. Gómez

Alejandro Pedregosa (Granada, 1974) es omnívoro en esto de la escritura:poeta, autor noir, fabulador para niños y, ahora, evocador de veranos lúdicos y existenciales. Su reciente novela 'Siempre es verano' (Sonámbulos) recuerda el despertar a la vida, el sexo y las relaciones en plena Costa del Sol de los 80 (Pedregosa dice que la Playa de San Ramón, en Marbella, es su lugar «placentario»). Hablamos con el autor sobre echar la vista atrás driblando los peligros de la idealización, el cultivo de diversos géneros literarios... y el fútbol.  

¿Cómo ha sido realizar ese viaje íntimo al verano, qué le ha quedado de ese rebobinar en su mente y su corazón?

En realidad, ha sido relativamente fácil. Son historias que siempre han estado ahí, a un paso de mi sombra. Viajas por la vida con ellas y, aunque la efervescencia juvenil ya ha pasado, cada verano las ves reproducirse en otros adolescentes. 

Deduzco que 'Siempre es verano' transcurre en la playa de San Ramón, ¿verdad? Alguna vez ha comentado que suele volver allí, pero esta vez para «leer, pensar y pasear». ¿Cómo es su relación ahora con la playa, años después, ya sin la efervescencia de los 14 años?

Sí, la playa de San Ramón es un espacio fundacional de la novela, junto con la playa de La Venus. Siguen siendo mis dos playas de referencia. Ambas son la derivación natural de los barrios obreros al mar, y por eso mismo son las playas urbanas con menos turismo. Yo sigo acudiendo a ellas con regularidad. Ya sabes que la mitad del trabajo de un escritor consiste en observar lo que le rodea. En un solo día de verano el mundo entero pasa por la playa de San Ramón. Es cuestión de estar atento.   

¿En medio del invierno siempre hay en nosotros un verano invencible, cómo escribió Camus?

Yo así lo creo. En parte porque los veranos están asociados a la infancia y, en ese sentido, son territorios de libertad. La cita de Camus a la que aludes pertenece a un fragmento donde habla de la resistencia vital y el renacer de las ruinas. En ese sentido hay que agarrarse a la luz que todavía desprende aquel joven que fuimos, no con nostalgia, sino todo lo contrario, con alegría, para tirar de su luz y seguir renaciendo cada día.

En la novela el narrador maduro y el protagonista adolescente se reencuentran. ¿Quién aprende más de quién?

[Risas] Me temo que, a pesar de los años, es el autor quien sigue aprendiendo del adolescente. Entre otras cosas porque la ambición del joven no es tanto aprender como experimentar. Está cruzando una frontera, la que le lleva a ser un recién llegado –un inmigrante– en el país de los adultos. El escritor lo observa con distanciamiento, pero también con cierta ternura.

¿Es consciente del peligro de la nostalgia o se ha lanzado a tumba abierta, sin miedo alguno, a la idealización del pasado?

Muy buena observación. La nostalgia es un arma de doble filo que, empleada en literatura, casi siempre acaba por cortarte. Una cosa es mirar el pasado con cierta gratitud y otra idealizarlo. Me parece que en la novela funciona mucho más la ironía –el distanciamiento– que la nostalgia. Lo que ocurre es que no se trata de una ironía sangrante sino benévola; una ironía que nos interpela a todos en nuestro pasado de aprendizaje y descubrimiento. 

La historia transcurre en los años 80, un territorio sentimental bastante mitificado ya por ser el contexto de muchas películas, series, libros. ¿Cómo son los años 80 de Siempre es verano, más realistas, o también mitificados, modelados por la memoria?

Yo diría que están modelados más por la ficción que por la memoria. Aunque los elementos narrativos son los que en su momento me tocó vivir: un barrio obrero donde la heroína hacía estragos y una ciudad turística con glamour internacional. Ambos mundos convivían, y en los pliegues de esa realidad tan fecunda está escrita la novela.

Novela negra, poesía infantil... En su trayectoria hay mucho, y de casi todo. Normalmente los escritores renuncian a la variedad por eso de tener una marca, un estilo propio, que podría diluirse con la variedad. A usted parece que le da igual... O quizás cree que se puede tener estilo propio dentro de un enfoque tan amplio y diverso.

Sí, yo creo que se puede tener un estilo propio sin renunciar a la diversidad de géneros. La primera agente literaria que tuve me dijo que lo correcto, lo profesional, era centrarse en un género y convertirte en tu propia marca. Comprendí entonces que iba a ser un mal profesional de la literatura. Y en ello sigo.

Otra cosa singular de usted: confiesa sin pudor, frente a tanto escritor que dice cosas como «la literatura me ha salvado», que lo que te gusta de verdad, de verdad, más que leer y escribir, es el fútbol. ¿Y eso?

Bueno, no el fútbol en abstracto sino jugar al fútbol. Escribir es una labor extremadamente solitaria; frente a la soledad del creador, jugar al fútbol me proporciona una dimensión colectiva de la vida que yo siento muy veraz (y necesito). En cierto sentido supone quebrantar los límites del tiempo. Viajar al pasado. Cuando cada jueves me enfundo la camiseta y me calzo las botas me traslado, de golpe, al territorio jubiloso de la niñez. El misterio no está en la palabra fútbol, sino en la palabra jugar. Es el verbo de los niños y sumergirse en él con verdad, con apasionamiento (y con casi cincuenta años) es un prodigio al que yo me agarro fervorosamente.

Suscríbete para seguir leyendo