Entrevista | Jota Linares Cineasta y escritor

«Creemos que nuestras madres son sólo eso, madres, y no atendemos a lo que piensan y ansían»

El libro parte del descubrimiento de los diarios adolescentes de su madre recién fallecida, que le llevaron a redescubrir su figura

El director y escritor, en una imagen promocional reciente.

El director y escritor, en una imagen promocional reciente. / CARLOS RUIZ B.K.

Eduardo Parra

Ismael, un director de cine en horas bajas, regresa a su pueblo en la sierra de Cádiz para acompañar a su madre, que vive sus últimos días. Mientras procesa el dolor junto a su familia, descubre que algo extraño se esconde tras un famoso asesinato que se produjo 18 años antes en un pantano. Éste es el punto de partida de El último verano antes de todo, el debut literario del director de cine Jota Linares (Algodonales, 1982), un libro entre el recuento personal, la reflexión sobre la muerte y la novela negra.

Se dice que de una boda sale otra boda pero en este caso de una película como ¿Qué te llevarías a una isla desierta? ha salido un libro, El último verano antes de todo. ¿Cómo fue el proceso?

Después del estreno de Qué te llevarías recibí una llamada de los editores de Planeta. Contactaban conmigo por si tenía alguna hipotética idea para una novela. Al principio lo rechacé, me daba miedo no estar a la altura, pero cuando les hablé de los diarios de mi madre encontrados tras su muerte y de una historia sobre un grupo de adolescentes todo cambió. Justo en ese momento me di cuenta de que podía haber una historia pero lo que recuerdo sobre todo de ese momento la sensación de no tener ningún miedo de hablar sobre mi madre. La historia pudo más que el miedo.

Lo ha mencionado: tras el entierro de su madre le hicieron entrega de unos diarios suyos, escritos entre los 14 y los 17 años. La lectura de algo tan íntimo y revelador tuvo que ser impactante, ¿no?

Me invadió un sentimiento de culpa al descubrir que mi madre tenía inquietudes propias; por ejemplo, sabía escribir bien, como prueba este diario. Después de leerlo todo detenidamente tuve la sensación de que como hijo que no había escuchado a mi madre lo suficiente, ni le había hecho las preguntas adecuadas: ¿Qué quería de la vida? ¿Cuáles eran sus sueños y aspiraciones? Creemos que nuestras madres son sólo eso, madres, y no atendemos a todo lo que piensan y ansían. Yo descubrí que mi madre tenía vida sexual, que su vida en el pueblo no había sido tan apacible... Porque ser madre adolescente en un pueblo [Algodonales, en Cádiz] es muy complicado.

Es una novela en la que la culpa y la revancha son protagonistas, pero también hay luz.

Hay dolor y esperanza, la novela alberga ambos sentimientos. Acabábamos de hacer una película como Las niñas de cristal, que es una película oscura porque yo quise que fuera oscura, y yo quería que en esta novela hubiera mucha luz para que esa reflexión sobre el dolor pudiera llegar a más sitios. No quería que fuera tan duro hablar del dolor, como dice Caty, una de las protagonistas, al final del libro: «Y de repente un día te despiertas y ya no duele».

La muerte se encuentra en cada página del libro.

Recuerdo el velatorio de mi madre. En el pueblo, como en muchos otros, se hace en las propias casas y toda esa puesta en escena es impactante, quizás más todavía ocurriendo en el 2018, siglo XXI. Ahí estábamos mis tíos, mi hermano y demás familiares, todos alrededor del ataúd; la situación te obliga a mirar a la gente cara a cara, y, además, durante varios días... Agotador. Lo que yo quería era retratar la muerte de una manera muy honesta porque nuestra cultura occidental la sigue invisibilizando convirtiéndola en tabú cuando es algo universal. Todos vamos a ver morir a nuestra madre y si no lo vemos es peor: será ella la que nos vea a morir a nosotros.

El último verano antes de todo está contada en dos planos temporales, presente y pasado en diálogo o en conflicto.

Desde hace tiempo medito, y la meditación genera lazos entre el presente y el pasado. El gran reto del ser humano es aprender a vivir y conectar con el presente. En Algodonales los muertos forman parte del día a día: la gente habla con ellos, de ellos... Y nosotros como generadores de ficción burlamos a la muerte haciendo que los recuerdos estén siempre vivos.

Es libro mezcla realidad y ficción. ¿Hay mucho de la primera?

Por ejemplo, reproduzco casi íntegra la última página del diario de mi madre, en la que se despide de mi padre tras haberla abandonado. El crimen es una mezcla de sucesos que ocurrieron en la zona. También lo que ocurrió en el velatorio entre mi hermano y yo es como se relata en el libro: mirar a tu hermano a la cara y saber que él piensa lo mismo que tú creó un hilo invisible que me une a mi hermano de por vida.

¿Qué le ha enseñado esta novela?

Que con el paso del tiempo puedes ver cómo hubo momentos en la historia en los que fuiste muy feliz y no lo sabías, y era precisamente porque no te preguntabas si eras feliz.

El libro está lleno de comentarios cinéfilos, con regusto a despecho. ¿Es un ajuste de cuentas?

En realidad, ajusto cuentas conmigo. Pero estoy en paz con mi carrera, en una profesión cruel y muy criticada como la mía. He querido hablar sobre gente que consigue sus sueños y que descubren que no era lo que esperaban, quizás por haberse puesto expectativas demasiado altas. Cuando acabé mi primera película [Animales sin collar] y la estrené, al llegar a casa me sentí vacío. Obsesionarse tanto con una meta no es bueno y más en esta profesión, que se debe entender como una carrera de fondo, con todos sus vaivenes, sus subidas y sus bajadas.

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