Entrevista | Ignacio Martínez de Pisón Escritor

«El franquismo fue una gran estafa que duró muchos años y su huella todavía persiste»

El autor compone en Castillos de fuego una ambiciosa epopeya histórica en los oscuros años de la inmediata posguerra española, una época marcada por la miseria moral y la económica, en la que la traición puede esperar a la vuelta de la esquina. La presenta hoy en la Feria del Libro de Málaga (caseta de la organización, 19.00 horas)

El escritor, en una imagen reciente.

El escritor, en una imagen reciente. / Elisenda Pons

Elena Hevia

Las novelas de Ignacio Martínez de Pisón suelen dirigir su mirada hacia el pasado de la España del siglo XX, pero nunca de una forma tan exhaustiva como en Castillos de fuego (Seix Barral), un novelón mayúsculo donde el de Zaragoza, radicado en Barcelona, ha reconstruido el mundo desolado de la inmediata posguerra española, marcado por la miseria moral y económica, en la que la traición puede esperar a la vuelta de la esquina.

¿Tenía la sensación de que le debía una novela a Madrid?

Sí, es cierto, algunos de mis personajes habían recalado en Madrid en otras novelas, pero nunca me había planteado una estrictamente madrileña. Esto pretende ser el mapa de una ciudad que se está reconstruyendo lentamente tras haber sido arrasada. Cómo cinco o seis años después de acabada la guerra, la gente sigue muriéndose de hambre y alguno de sus habitantes continúa durmiendo en las trincheras de la Ciudad Universitaria. Quería hablar de Madrid al completo como un organismo vivo.

Su dibujo de la ciudad es el de un lugar idóneo para la traición, la corrupción y el miedo en la que unos pocos manejan la vida del resto.

Es que son unos pocos, los vencedores, los que se reparten lo poco que hay, que para ellos es mucho, y obligan a los demás a sobrevivir. Es el ser humano reducido a su condición más elemental: subsistir a base de recoger castañas, tratar de que no te pillen si tienes una opinión distinta a la oficial y, si hay a alguien encarcelado por ello, intentar liberarlo. Es un lugar donde existe la ley, pero se aplica de una manera discrecional y, por lo tanto, es como si no existiera. Estamos casi en el ámbito de la tragedia, previa a que el ser humano se haya inventado los principios de la civilización.

Son más de 30 personajes que evolucionan a lo largo de seis años, de 1939 a 1945, en casi 700 páginas. ¿Cómo lo organizó?

Mi idea era crear los personajes y sus historias y luego seguirlos discretamente para ver cómo se desenvolvían. Al final, la novela se va centrando en dos personajes que adquieren un mayor protagonismo: Valentín, un arribista que intenta purgar su militancia comunista, y Eloy, un joven tullido que intenta sacar a su hermano de la cárcel y acaba en el maquis. Las vidas de esta gente se van juntando de forma más o menos espontánea o natural. Para mí la narrativa sigue siendo un gran puzle, un juego de construcción que te traen los Reyes Magos como regalo.

Y le sigue muy de cerca los pasos a Benito Pérez Galdós.

Y eso que no lo cito en ningún momento, pero sí. Personajes como el de Basilio, un profesor depurado de la universidad, podrían perfectamente salir en una de sus novelas. Yo soy muy galdosiano, lo estoy volviendo a leer y es impresionante. Por cierto, que Fortunata y Jacinta transcurre en Chamberí, en una geografía que es más o menos la misma que la de mis personajes.

Y ahí está el dinero, o su falta, impulsando las historias.

En las novelas realistas del XIX siempre sabemos de qué vive la gente. Cómo se gana las lentejas. Y la gran preocupación es cómo abrirse camino en la vida. Yo naturalmente no abjuro de esos orígenes porque me parece que la novela realista heredera del XIX sigue estando tan sana como hace 150 años, aunque se la haya dado por muerta casi cada década. Necesitamos novelas que retraten las diferentes épocas y el novelista tiene el compromiso de trasmitir esa imagen y el recuerdo a generaciones posteriores.

¿Pero esos libros no requieren un lector demasiado entregado? ¿No chocan contra la ligereza y la velocidad de estos tiempos?

¿Existe el lector dispuesto a dedicar muchas horas de su vida a leer una novela larga? Yo creo que sí. De hecho, yo como lector soy así. Y si te fijas, las últimas novelas exitosas han sido de ese tipo, como Patria de Fernando Aramburu o las últimas de Almudena Grandes.

Los seis años de la novela corresponden al transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Es el momento en que, viendo ganar a los aliados, algunos ilusos creen que a Franco le queda poco.

La novela muestra estas historias individuales de gente corriente que está al albur de la gran historia, de las grandes fuerzas del destino colectivo. Pero sí, fueron incapaces de imaginar la habilidad de Franco para adaptarse a la realidad geopolítica con tal de conseguir la supervivencia del régimen treinta y tantos años más.

Hay también aquí una violencia que no había aparecido antes en sus novelas. ¿Es el momento histórico el que manda?

Eso es. En mis novelas no suele haber armas, pero en esta época sí. Hay alijos escondidos en todas partes, gente que no se resigna a que la guerra haya acabado y quiere seguir haciéndola por su cuenta, mientras los franquistas imponen su visión a base de violencia. Nunca en mis novelas ha habido tanta muerte como aquí. Pero es que los fusilamientos estaban a la orden del día, fueron más de 50.000 personas. Tú eras sospechoso solo por no ser bastante entusiasta del nuevo régimen. Si te mostrabas tibio, podías ser un enemigo y eras susceptible de ser eliminado o neutralizado. Lo más difícil era mantener la dignidad.

¿Qué lectura se puede hacer de esta novela en 2023?

El franquismo fue una gran estafa que duró muchos años y su huella todavía persiste. España no es hoy un país totalmente laico porque la Iglesia recuperó entonces todo su poder y desde entonces no ha terminado de soltarlo. El retroceso de la mujer tardó también mucho en volver a impulsarse hacia delante, tras el freno a los caminos trazados por la República en unos años, que fueron pocos, pero muy decisivos.

¿Y no está diciendo nada de la actual polarización de la política española?

Ahora vivimos en un mundo virtual y es ahí donde se libra esa batalla. La polarización no la veo tanto en la calle. Ahora me da la sensación de que esa polarización es un poco de cartón piedra porque las guerras civiles hoy ocurren en Twitter, lo que me parece mucho mejor. Sin duda, es mejor eso que nos matemos a bayonetazos.

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