Centenario de su muerte

Marcel Proust: Señor del tiempo

Alba editorial conmemora el centenario de la muerte del genio francés fallecido el 22 de noviembre de 1922, con una monumental y soberbia edición en tres tomos de ‘En busca del tiempo perdido’

Marcel Proust

Marcel Proust

José Luis G. Gómez / Raquel Espejo

En unos días, 22 de noviembre, el mundo -el literario y el resto-, parará un instante su tiempo para rendir un centenario homenaje al amo del tiempo, a Marcel Proust, al cumplirse los cien años de su fallecimiento en París. En su momento él paró el tiempo, su tiempo, lo descompuso a su genial manera y nos devolvió un tiempo nuevo y distinto, el que desde entonces rige en el mundo de la literatura –y en el resto también-.

Concibiéndolo como el mayor homenaje y reconocimiento a su obra, la editorial Alba publica una monumental y soberbia reedición de À la recherche du temps perdu, ‘En busca del tiempo perdido’. Con una nueva y excelente traducción de María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego, Alba ofrece un primer volumen con las dos primeras partes de esta obra magna, ‘Por donde vive Swan’ (1913) y ‘A la sombra de las muchachas en flor’ (1917), centradas en la infancia y adolescencia del narrador, en sus primeros amores –contrastados con los vaivenes de la pasión de un adulto, el célebre Swan– y todas sus ansiedades, placeres y decepciones. A lo largo de 2023 Alba irá publicando el resto de la obra en dos tomos más: El segundo volumen contendrá las novelas ‘Por donde los Guermantes’ y ‘Sodoma y Gomorra’; El tercer y último volumen reunirá tres novelas: ‘La prisionera’, ‘Albertine desaparecida’ y ‘El tiempo recuperado’.

‘En busca del tiempo perdido’ es un universo de riqueza casi inagotable, pues en él Proust nos habla con finura y clarividencia inigualables sobre temas de interés universal como la pasión amorosa, la emoción artística, la memoria, el recuerdo y sobre todo del inexorable paso del tiempo.

Como testigo de su tiempo, Proust aborda todas las características de principios del siglo XX en su gran obra. Gracias a la traducción de sus propias experiencias, su libro no se convierte en un acontecimiento inesperado. Dado que nació en un ambiente rico y glorioso, y que pasó una infancia en los salones sociales, trata y refleja la situación de la sociedad francesa a lo largo de primera mitad del siglo XX. Es una pintura de la sociedad francesa, más particularmente aristocrática, rica y snob. Esta sociedad se describe a través de unos lugares privilegiados como los salones, los grandes hoteles, las playas de moda, los hermosos barrios de París, pero también están los lugares sórdidos. A lo largo de los años, observa y da testimonio de su tiempo; pero la muerte de su padre y luego de su madre lo lleva a descubrir y modificar su visión del mundo. Así, por ejemplo, la pintura de los salones aristocráticos ha sido descrita tan profundamente que desde la primera frase de su obra, es posible notar toda la reconstrucción del París en ese momento.

¿Pero qué hace que Proust y su magna obra hayan pasado a la historia como el culmen de la literatura moderna? Es el hecho de que ‘En busca del tiempo perdido’ marca una ruptura con la literatura tradicional. Un antes y un después. Proust rompe con la concepción de la novela tradicional e inaugura y crea una nueva forma en la literatura contemporánea inexistente hasta entonces.

Rompiendo con el estilo narrativo de Balzac, Zola o Flaubert, los grandes maestros literarios del siglo XIX, que se aplicaban en sus novelas a la representación del mundo real, Proust, como gran innovador, busca observar y describe el mundo interior de los personajes más que la fugacidad de los seres y cosas. Es esta psicología a lo largo del tiempo lo que constituye la originalidad de Proust.

Para ello, a diferencia de la escritura de Balzac o Flaubert, el curso de la historia no es ni lineal ni crónica. La historia sigue más bien el tiempo de la psicología del narrador, que no se desarrolla de manera lineal.Lo que a Proust le interesa no es la descripción de la realidad, sino la forma psicológica en que el narrador interpreta esa realidad, tanto en el pasado como en el presente.

Proust se da cuenta de la necesidad de una nueva concepción de la novela y esta transformación se materializa en su gran obra. Proust renueva por completo la novela al descuidar la técnica de los grandes escritores anteriores para quienes la composición de una novela debe contener no sólo una acción principal y una narración en tercera persona, sino también inevitablemente el tiempo lineal y los lugares ordinarios.

Pero Proust, a diferencia de esa novela tradicional, pone en un segundo plano la acción, la intriga y el tiempo lineal, y da el protagonismo a las personas y los sentimientos internos de estas.

La otra gran innovación de Proust es el cambio excepcional en relación a la acción, el espacio, el tiempo y los personajes, es decir, los cuatro elementos que forman el escenario de la novela tradicional. Es innegable que el tiempo es el tema principal de la monumental novela de Proust, y esa memoria es su materia. A lo largo de la novela, la acción sigue siendo secundaria, por lo que el tiempo juega un papel importante, donde el lector es constantemente empujado allí. Este lector está constantemente obligado a imbuirse en ese tiempo, a saltar, siguiendo el hilo de la memoria del narrador, pues, como dijimos anteriormente, la ruta recorrida por el narrador o la historia del narrador no es crónica ni lineal. Toma forma allí el tiempo de lo psicológico, que también puede llamarse psicología a lo largo del tiempo. A lo largo de la novela, es el tiempo de la psicología el que gobierna el flujo de la historia, el mundo interior del propio narrador.

Descubrimiento de una realidad

Lo que también merece la atención del escritor es que la búsqueda del tiempo perdido no es la evocación nostálgica de un pasado inaccesible y desaparecido para siempre, sino el descubrimiento progresivo de la única realidad consistente, lo que se forma en la memoria involuntaria y en el esfuerzo de memoria, porque, como recuerda el propio Proust, «los verdaderos paraísos son los paraísos que hemos perdido».

Hasta Proust, muchos autores relataban el pasado pasando del presente al pasado. De modo que la originalidad de Proust procede de su concepción opuesta a esta técnica psicológica, de manera que es rememorando primero el pasado olvidado, pero no perdido, como consigue renacer el mundo interior inscrito en ese pasado.

Proust defiende y aplica lo que es su gran consideración: el tiempo lo borra casi todo, pero no puede borrar la memoria, porque la esencia de las cosas permanecen eternas, y se pueden sentir tanto en el momento presente como en un tiempo lejano. Por ello la memoria involuntaria finalmente permite al narrador redescubrir el tiempo perdido y escapar de las ataduras del tiempo, para poder vivir fuera de él. Los grilletes del tiempo se rompen, el tiempo perdido finalmente se convertirá en un tiempo encontrado.

Y es que, para Proust, «la novela no es tanto la crónica de una vida como el florecimiento de una visión cuyos acontecimientos son sólo el pretexto. Por eso ‘En busca del tiempo perdido’ es un descubrimiento de seres, cosas y de él mismo.

El famoso episodio de la magdalena, en el primer tomo ‘Por donde vive Swan’ ilustra perfectamente el poder mágico de esa memoria involuntaria relacionada con las sensaciones, y prueba, según demuestra Proust, que los sentidos pueden volver al pasado o reconstruirlo. Por ello, su obra, esa inmensa búsqueda del tiempo perdido, está enteramente enmarcada por el famoso episodio de la magdalena que ilustra con precisión esta preciosa experiencia psicológica.

De esta manera busca y consigue revivir, a través de una psicología del espacio, momentos privilegiados de la vida y saborear los placeres frágiles y simple; el héroe siente curiosidad por todo, comenzando por sí mismo. Se sorprende de todo, cuestiona todas las banalidades que, gracias a una mirada sutil, ganan innegablemente en profundidad. El mundo es precioso en sus más pequeños detalles. Cada cosa o individuo tiene lados ocultos, tiene secretos que revelar. La simplicidad siempre es engañosa. La futilidad, fuente de conocimiento, favorece el renacimiento infinito del ser.

Efectivamente, la obra de Proust es extensa -siete tomos- y compleja de leer, aunque no difícil. Así, si hemos leído ‘En busca del tiempo perdido’, siempre seguiremos leyéndolo. Podemos parar, leer otras cosas, no leer nada, olvidarnos incluso de Proust, pero su grandiosa trama seguirá siempre en nosotros. De ahí que todo nos remita a ello.

En busca del tiempo perdido I

En busca del tiempo perdido I

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Tomos I y II: Por donde vive Swann y A la sombra de las muchachas en flor

Editorial: Alba

Traducción: Mª Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego

992 pp

Precio: 49,50€ 

Queremos tanto a Marcel Proust

Primero fueron los ecos y las reacciones del mundo literario ante el terremoto provocado por Marcel Proust desde la tranquilidad de su dormitorio, y que en España llegaron de forma bastante temprana. Hubo artículos antes de su muerte, que pretendían analizar el fenómeno, como el de Enrique Diez-Canedo para ‘Hermes’ en 1920. Ya con su muerte en 1922 hubo mucha prensa sobre su pérdida: Corpus Barga, para ‘El Sol’, y Antonio Marichalar, para ‘El Imparcial’ intentaron aclarar lo que el segundo llamó ‘El caso Proust’. Y después, y lo más importante, llegaron las traducciones. La celeridad con la que el primer tomo apareció en las librerías españolas es una deuda que los lectores tenemos con Espasa Calpe y Pedro Salinas (1891-1951), quien en 1920 entregó su versión de ‘Por el camino de Swann’, apenas siete años después de su publicación original. Apenas dos años después, en 1922, llegó ‘A la sombra de las muchachas en flor’. Y durante treinta años, no hubo más páginas de ‘En busca del tiempo perdido’ en España. La rara rapidez con que los dos primeros tomos tuvieron versión española se frenó con la Guerra Civil, el exilio y la escasa simpatía que Proust despertaba en los nuevos dirigentes de un país gris y acuartelado, dos rasgos poco proustianos. Mientras que en España tuvimos que esperar hasta 1952 para disfrutar de una edición completa de los siete tomos proustianos, terminada por José María Quiroga Plá y Consuelo Berges, la editorial argentina Santiago Rueda ya lo había publicado en versión del escritor argentino Marcelo Menasché –lo que tradujo fueron los cuatro últimos tomos, sumando sus versiones a las previas de Salinas y Quiroga-. A partir de ese momento, se han sucedido varias traducciones, muchas tesis y bastantes horas de tedio y derrota para muchos lectores advenedizos que han pretendido echarse entre pecho y espalda las miles de páginas que componen este monumento literario a la confesión y el recuerdo. También llegaron los escritores proustianos, claro. Y la larga lista de proustianos fue iniciada por el mismo Pedro Salinas, su temprano traductor. ‘Víspera del gozo’ inauguró ‘Nova novorum’, la colección con la que José Ortega y Gasset, pionero en eso de amar a Proust, buscaba impulsar una nueva narrativa. Pues aquellos relatos fueron criticados en su tiempo, no alabados, por acercarse mucho al escritor francés. Ser vanguardia le jugó una mala pasada a Salinas, porque años después el calificativo de proustiano ya era señal de respeto; así ha pasado siempre con el ‘Bearn’ de Llorenç Villalonga, quien incluso llegó a publicar ‘Dos pastiches proustianos’ (Anagrama, 1971), y tantos otros libros, algunos buenos y otros no tanto.

Las mujeres de Proust

Proust es uno de los escritores cuya relación con las mujeres se refleja en los escritos. Primero será la influencia de su abuela, a la muerte de ésta, su madre, y cuando ella muere, su criada, Céleste Albaret. Forma parte de aquellos literatos en que la figura materna está presente, como «Doña Perfect» de Galdós o como Rimbaud quien a pesar del sentimiento de odio a su madre, no deja de escribirle. En el caso de Proust, la madre se refleja como posesiva e influyente, antes y después de su muerte, mientras que la relación más original será la que tiene con su criada Céleste

Céleste, la mujer de su chófer, comenzó como recadera pero llegó a convertirse en los ojos inocentes que retratan la sociedad en la que vive el escritor. Antoine Bibesco, íntimo amigo de Proust desde la infancia afirmaba de él que «sólo amó a dos personas en el mundo: a su madre y a Céleste». 

La relación llegó a tal punto que a pesar de todo el universo literario e intelectual que le rodeaba, las confidencias, sobre todo literarias, se las hacía a su criada. Terminó inmortalizándola en ‘Sodoma y Gomorra’, con su nombre y después reflejada en algunos rasgos de su personaje Françoise en ‘El tiempo recuperado’ como criada del narrador. 

Su fascinación por la mujer le lleva a otras relaciones, por ejemplo, con Madame Greffulhe que en todos sus tomos es Oriane, la duquesa de Guermantes, y especialmente protagonista en el tomo tercero ‘Por donde los Guermantes’, una mujer muy bella, que Marcel busca en sus paseos haciéndose el encontradizo. En general, los retratos de Proust sobre las mujeres decimonónicas muestran una gran sensualidad, ya vayan con blusas abotonadas hasta el cuello o con maravillosos vestidos de noche como la Gilberte Swann que enamora al protagonista de ‘En busca del tiempo perdido’. 

En cualquier caso, sea el tipo de relación que sea la que el autor tenga con su madre, su abuela, su criada, su amante, su enamorada o por ejemplo las chicas vestidas de blanco que pasean por la playa de Balbec pedaleando en modernas bicicletas es que el recuerdo puede siempre reinterpretarse y con el paso de los años puede activarse tanto con la evocación de esas personas como mojando una magdalena en un café.

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