Editorial Siruela

Italo Calvino: Cósimo, un rebelde necesario

En el centenario del nacimiento del autor de ‘Las ciudades invisibles’, Ediciones Siruela continúa publicando su obra, en particular una novela significativa publicada por primera vez en 1957, ‘El barón rampante’, donde se desafía la realidad y los convencionalismos

Italo Calvino

Italo Calvino / Wikipedia

Santiago Ortiz Lerín

Lo que distingue al mar de Liguria no es el sonido de las olas, que es el mismo sonido ondisonante del oleaje de todos los mares, sino que este mar, en el norte de Italia, es el que baña la franja que rodea los Alpes y los Apeninos, es decir, donde se encontraba la Serenísima República de Génova. Es el lugar en el que Italo Calvino sitúa, en el siglo XVIII, la acción en la que transcurre la rebeldía de un niño de doce años, el hijo del barón Arminio Piovasco de Rondó, un aristócrata ya algo anticuado en aquellos tiempos, pues aún usaba una vieja peluca a lo Luis XIV. La rebeldía de Cósimo, el protagonista de esta, digamos, desavenencia familiar, no habría ido más allá de una simple chiquillada, si ello no hubiese supuesto la tenacidad de cuestionar los convencionalismos sociales, es decir, cómo se ha de vivir, un paradigma artificial donde desemboca la vida de muchos como un conflicto humano que transgrede todas las épocas.

Cósimo, un rebelde por antonomasia, pero con la candidez de un niño, es uno de los grandes héroes de la literatura de Calvino en un contexto peculiar, es decir, más allá de la realidad sin que se utilicen propiamente en la narración elementos fantásticos, como sucede en el cuento ‘Bestiario’ de Cortázar, y que, de algún modo, ocurre en Papúa Occidental, que los aborígenes Korowai construyen sus casas en las copas de los árboles, justamente el desafío de Cósimo cuando se negó a bajar de los árboles que rodeaban la villa de su padre. Esta historia de nuestro héroe, que inicia su epopeya con una resolución contundente y literal de no volver a poner jamás los pies en la tierra, tiene también cierto carácter de novela de aprendizaje que hace evolucionar a Cósimo.

Este año, con motivo del centenario del gran escritor italiano, Italo Calvino, Ediciones Siruela ha vuelto a publicar su obra, la de uno de los narradores europeos más valiosos del siglo XX, donde además de la novela ‘El barón rampante’, se volvió a publicar su recordada ‘Las ciudades invisibles’, en la que un figurado Marco Polo relata a lo Sherezade ciudades fantásticas al emperador mongol, Kublai Kahn, el fundador de la mítica ciudad de Xanadú. Por otro lado, el hecho por el que Calvino ubique ‘El barón rampante’ en Liguria no es una casualidad, es la región italiana a donde arribaron sus padres cuando él tenía dos años, en la hermosa localidad de San Remo.

Los grandes escritores no precisan de alambicados alardes, sino de un sólido conocimiento del oficio narrativo, de ahí que Calvino utilice un narrador testigo, el hermano del protagonista, Biaggio; un tiempo lineal en la narración, es decir, desde el momento en que Cósimo se sube a los árboles hasta el final de la historia; y un clásico estilo directo en las intervenciones de los personajes. García Márquez comparaba su labor de escritor con la carpintería, el oficio de manejar las palabras y estructurar la narración. Calvino también era un escritor de oficio, y en él observamos las características del gran escritor, el manejo del ritmo narrativo y la renuncia a adornarse con lirismos.

La rebeldía de Cósimo a la autoridad de su padre se desata por algo tan trivial como negarse a comer caracoles, una confrontación que venía de un castigo anterior impuesto por el barón, en una familia en la que rezuman los rígidos códigos sociales de la nobleza, cada vez más obsoletos, y por los que el barón padre se sentía el salvador de los habitantes de Ombrosa, la villa ficticia donde transcurre la historia, y donde los lugareños despiden al padre de Cósimo a limonazos, cuando este les ofrece su protección.

Desde las ramas de acebos, magnolias, olmos y olivos, Cósimo conoce a Violante de Ondariva, la Sinforosa, como la llamaban los niños ladrones de fruta de Porta Cápperi. La niña, vecina de familia aristocrática, y a su vez, podríamos decir, la líder de esa banda de ladrones de fruta, es de la que Cósimo se enamora al poco de iniciar su vida en los árboles. Desde allí, este le propone a Violante su idealismo soñador: «(...) formaremos un ejército siempre sobre los árboles y meteremos en razón a la tierra y sus habitantes», un signo humano tan recurrente en la historia, el carácter revolucionario de Cósimo.

Cuando uno piensa en la figura del bandido en la literatura italiana, le viene a la mente el personaje de Gaspare Planetta en ‘El asalto al gran convoy’ de Dino Buzzati, pero Calvino también creó su propio arquetipo de bandido, el de Gian dei Brughi, con el que Cósimo trabó amistad, e incluso compartieron libros para distracción de su amigo cuando este permanecía oculto. Gian dei Brughi tenía su mundo, entendía el francés, el toscano, el provenzal, el español, e incluso el catalán. Hay un momento cuando van a colgar al bandido en que este le pregunta a Cósimo cómo termina una novela que le estaba leyendo, a lo que Cósimo responde «siento decírtelo, Gian, Jonatán termina colgado por el cuello», y el bandido contesta antes de ser ahorcado: «Gracias. ¡Qué sea lo mismo para mí! ¡Adiós!».

Esta obra de Calvino, sin entrar en el terreno de lo que llaman spoiler, abarca incluso hechos fundamentales en la historia del mundo contemporáneo como la Revolución Francesa. Y es que en la memoria de los lectores hay una biblioteca mental, donde, sin duda, está en la de muchos la historia de Cósimo, un rebelde imprescindible que se rebela a la tediosa realidad convencional de un mundo desigual.

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