Novela

Libros y adolescentes, fuego para la hoguera

La nueva novela de Amélie Nothomb, ‘Los aerostatos’, usa la adolescencia como territorio inflamable y los libros como la combustión para que surja la deflagración. Su nueva y esperada entrega se lee de un tirón, casi tan rápido como se suceden los sucesos más escabrosos

Amélie Nothomb.

Amélie Nothomb. / L. O.

Francis Mármol

Creo que hay alguna razón no muy oculta para acordarse de El guardián entre el centeno si uno lee Los aerostatos de Amélie Nothomb. La adolescencia como epifanía y punto de no retorno se erige como un lugar común para que todo pueda saltar por los aires, o volar plácidamente como un aeroestato hacia el lugar deseado. Así me ha parecido a mí. Los libros y su poder sanador o destructor son el axioma sobre el que se abre la espita de este libro, que acaba decantándose por un extremo, o por los dos si se piensa el final detenidamente. A lo largo de sus páginas, uno puede recordar aquellos años tan complicados de vivir todo como un desfile peligroso al borde de un abismo, al igual que lo hacen los protagonistas de este relato largo.

En este libro, de una de las autoras más leídas del momento, uno acaba de llevarse la sorpresa de encontrarse ante otra de sus breves novelas que se lee de un tirón, en pocas páginas y con la letra que ya se agradece a una determinada edad. Al margen de esto, ante la sospecha habitual de que no le ha llevado mucho tiempo componerla a la autora, uno se entrega al ejercicio digestivo de leer fácilmente una historia que tiene miga pero que se resuelve de una manera expeditiva, a la manera en la que ahora se sentencia de por vida a alguien en X (antes Twitter). Genialidad o descuido, esa es la cuestión.

Leer a la multipremiada Amélie Nothomb te sitúa en los nuevos tiempos narrativos en los que los desarrollos tienen giros demasiado pronunciados y llevan al lector a preguntarse si no serán los tiempos de las editoriales o las multitareas que los nuevos escritores de relumbrón tienen que asumir, los que precipitan los desenlaces, y llevan a estos novelistas exitosos a alejarse de los detalles de sus criaturas de ficción, para estar ya aplaudidos antes de tiempo, para currarse más la redondez de sus personajes.

En este caso, el argumento nos presenta a Ange, la protagonista de esta novela que tiene diecinueve años, vive en Bruselas y estudia filología. Para ganarse algún dinero, decide comenzar a impartir clases particulares de literatura a un adolescente de dieciséis años llamado Pie, que es de alguna manera nuestro Houlden Caulfield. Un rarito al que sus padres lo tienen enclaustrado como buena familia pija.

Según su despótico padre, el chico es disléxico y tiene problemas de comprensión lectora. Algo que puede tener relación o no, si lo que no se quiere es dedicarle tiempo a la criatura. Lo que realmente transmite esta sobreprotección a distancia es algo muy común ahora y es el miedo a los otros de gran parte de la población. Mayor cuanto más elitista. Sin embargo, parece que el problema real es que odia los libros tanto como a sus padres. Al chico, como ocurre en nuestros tiempos, a menudo, le gustan las ciencias exactas; las matemáticas y, por encima de todo, los zepelines o por extensión los aeroestatos. Lo cual es su concesión más poética.

Según vamos leyendo, Ange le ofrece lecturas a Pie mientras el padre espía clandestinamente las sesiones. Aquí no sé por qué me acordé de François Ozon y sus elucubraciones sexuales varias en el cine. Muy francés lo del voyeurismo. También habrá una relación efímera entre la prota estudiante y un madurito profesor. En esa misma clave de lo políticamente incorrecto para la burguesía francesa, que sigue tirando de clichés.

En la trama principal, el chaval va a dar de lado a algunos libros por cuestiones un poco arbitrarias propias de su inexperiencia y de esa voluntad impredecible de los jóvenes. Pero le van a gustar tochacos como La Ilíada o La Odisea o los algo más propios de su edad de cambio, La metamorfosis, El idiota… Todos ellos parece que empiezan a surtir efecto, o así nos lo debemos imaginar, pues despiertan inquietudes y el amor irrefrenable del joven por su interesante profesora, que pese a sus años es una enciclopedia libresca.

Esta tensión va a terminar de una forma sorpresiva. Muy sorpresiva. Tanto que puede chirriar pero que no deja de ser una probable noticia de sucesos cualquier día. Los libros y los adolescentes siempre han sido un extraño matrimonio, madera para una hoguera, que según podemos deducir entre líneas a muchos no le interesa que se encienda.

Libros y adolescentes, fuego para la hoguera

La portada de la novela de Nothomb. / L. O.

Amelie Nothomb 

  • Los aerostatos
  • Editorial: Anagrama
  • Traducción: Sergi Pàmies
  • Precio: 18,00 €