Henry D. Thoreau: la ética del cuaderno

El sello Pepitas de Calabaza publica en formato ilustrado y por primera vez en español ‘La dispersión de las semillas’ y otros escritos naturalistas tardíos del genio y caminante de Massachussets; toda una lección sobre el arte de mirar y de la ciencia 

Henry D. Thoreau

Henry D. Thoreau / L. O.

No hay empresa intelectual más desigual y al mismo tiempo pura y conmovedora que la que conecta a la humanidad con el mundo a través de un lápiz y un cuaderno. Aprehender la realidad a través del pulso ungido por la imaginación, la propia mirada y la anotación de lo que se observa, sigue siendo, aunque parezca trasnochado, el punto de fusión que sirve de partida a la verdad científica y a la verdad artística. O, al menos, al monumental intento de apresarla, ya sea con revuelo metafísico o con humildad y en su escala más modesta. Henry David Thoreau (Concord, Estados Unidos, 1817), que venía de una familia de fabricantes de lápices, y que, en su etapa como maestro, gustaba de enseñar a sus alumnos a la peripatética, con incursiones en el campo y largos paseos, fue una referencia fundacional en una cantidad abrumadora de ramas del pensamiento estadounidense, desde la filosofía, el ecologismo o los derechos civiles, pero, sobre todo, un genio de esa determinación genuina y elemental que tiene más que ver con una manera de estar en la Tierra y de mirar que con un propósito literario; un caminante, armado de papel y lápiz, entregado a la grafomanía y a la aventura mayúscula de detenerse, contemplar y escribir que tan mal conjuga con estos tiempos. Y que, en su caso, como en el de los grandes nombres clásicos, no discriminaba nada de lo que acontecía a su alrededor, desde la iluminación de un verso a las fases de floración de las plantas, fraguando, como su amigo Emerson, la premisa de la corriente que a partir de ellos se conoció como trascendentalismo: la continuidad entre el universo exterior e interior, la indagación en uno mismo y en la naturaleza.

En una época en la que la ciencia todavía arrastraba secuelas teológicas como la de la permanencia de las especies y la creencia en la generación espontánea, Thoreau, al igual que antes lo había hecho con su diatriba contra el racismo y su alegato a favor de la desobediencia civil, que tanto influyó en Tolstói, Gandhi o Luther King, se enfrascó en una epopeya paciente y personal que acabaría por engendrar dos obras fundamentales: sus ciclópeos diarios y Walden, en la que relata su vida en la famosa cabaña y en permanente contacto con el bosque. Convencido de la necesidad de despojar a la experiencia de zalamerías y bienes superfluos, a Walden -a quien muchos de sus envarados coetáneos no perdonaron la adscripción prematura a los postulados de Darwin- acompañó la elaboración de sus textos más reverenciados con el estudio pionero e intuitivo del paisaje, al que dedicó sus últimos años, indiferente a esa doble condición de poeta y naturalista que le valió tantos elogios como desdoros y con una osadía que convirtió su empeño en un trabajo lírico proverbial; dotado de una intuición que, en su búsqueda de rigor, y por más que se asentara en ocasiones en indicios equivocados -los medios y los conocimientos técnicos de esos años eran los que eran- ha acabado por fundamentar su prestigio también como científico y pionero. Especialmente, a partir de la difusión de libros postreros como ‘La dispersión de las semillas’, publicado ahora por primera vez en español por Pepitas de Calabaza junto a otras tres de sus investigaciones tardías y en versión al castellano de Esther Cruz Santaella.

Los títulos compilados en este volumen, que parten de la edición americana de Bradley P. Dean, con ilustraciones de Abigail Rorer, y el concurso, a modo de introducción, prólogo y epílogo, de Robert D. Richardson Jr., Gary Paul Nabhan y Marc Badal, muestran un lado de la originalísima personalidad del autor que es inseparable de su producción literaria, la del agrimensor, el curioso, el que contempla y que no deja de explorar su mundo inmediato como si fuera el rincón más exótico del planeta. Thoreau, en estos cuadernos, repara y se detiene en todo, tabulando incluso los procesos naturales y transmitiendo, desde la vivencia directa, la validez de algunas de las teorías que el tiempo acabaría por confirmar como la de la regeneración de árboles y la importancia de la fauna en la traslación de las semillas, a la par, claro que está, que una visión proteccionista del medio completamente revolucionaria para la época. Una filosofía, que, ni en su aislamiento en el bosque, da para simplismos flower power ni heroísmos innecesarios, que reclama atención y una existencia en armonía, consciente de la necesidad de defender el patrimonio y, sobre todo, del valor del conocimiento. Más de dos siglos después de su nacimiento, Thoreau sigue impartiendo lecciones que, de tan esenciales, resultan luminosamente intelectuales y enriquecedoras: nos habla de cómo escuchar, sentir, descubrir. Sin supercherías ni envanecimientos. Con precisión analítica y profundidad, estrechando, en este grupo de escritos, ese camino tan pródigo a la evolución que conduce de la metáfora a la ciencia y viceversa. Todo es conjetura, verificación y misterio, parece decirnos. Y quizá no haya nada más que echarse a andar para que recomience.

La dispersión de las semillas

Autor: Henry David Thoreau

Editorial: Pepitas de calabazas

Traducción: Esther Cruz Santaella

 Precio: 26,90 €