Cartas

Virginia Woolf, una intimidad de tinta y papel

En ‘Virginia Woolf. Una carta sin pedirla. Correspondencia’ hallamos una selección de las casi cuatro mil cartas que se conservan de la autora. En ellas descubriremos interesantes detalles de su vida

Una caricatura de Virginia Woolf.

Una caricatura de Virginia Woolf. / L. O.

Juan Gaitán

Juan Gaitán

Imagínense que pueden escuchar tranquilamente una conversación de alguien a quien admira. Una conversación íntima, privada, que esa persona mantiene con sus amigos o familiares. Una conversación en la que, sin prevenciones, se muestra tal cual es, con sus miedos, sus alegrías, sus angustias, sus satisfacciones. O sea, como cualquiera de nosotros. Y que ese conocimiento de su intimidad, lejos de «bajarla al suelo» y ponerla a la altura natural de cualquier ser humano, le sirve para tenerle aún mayor consideración. Algo así, más o menos, me ha ocurrido a mí con la lectura de ‘Virginia Woolf. Una carta sin pedirla. Correspondencia’, recientemente editada por la editorial Páginas de Espuma.

Virginia Woolf fue una mujer muy compleja, pero maravillosa dentro de esa complejidad. Y se puede uno acercar mucho a su carácter, a su vida, leyendo esta selección de su correspondencia elegida por Patricia Díaz Pereda, responsable de la edición y autora del texto de introducción, donde nos desvela que Virginia Woolf fue «una infatigable escritora de cartas». Este dato se refuerza con el de que se conservan casi cuatro mil misivas, agrupadas fundamentalmente en dos colecciones, publicadas en su totalidad, en inglés, en seis volúmenes.

Pero el lector puede, en esta edición que reseñamos, disfrutar de lo más selecto de esa correspondencia. Encontrará en ella desde contenidos triviales en torno a la vida cotidiana a profundas meditaciones sobre la literatura.

Así, son muy destacables algunos párrafos que vamos encontrando por todo el libro. Especialmente, en la página 41 se refiere a la obra de Joseph Conrad: «acabo de leer lo último de Conrad. ¿Lo has leído? Es muy hermoso y sosegado. Me gustaría saber cómo consigue su efecto con el espacio».

Esa seguridad y admiración que expresa por el autor de ‘El corazón de las tinieblas’ no se manifiesta tan rotunda en cuanto a James Joyce, de quien tendrá opiniones a veces contradictorias. Así, en la página 46, en una carta que dirige a Clive Bell (su cuñado, marido de su hermana), dice «en cuanto al señor Joyce, no puedo ver qué persigue, aunque después de haberme gastado 5 chelines en él, hice todo lo posible, pero me derrotó un aburrimiento indecible». A ese concepto, el «aburrimiento» que le produce Joyce, volverá en otra carta, esta dirigida a Gerald Brenan (página 85), en la que afirma: «¡Ay, Joyce, qué aburrimiento!» No obstante, en la página 49, en carta dirigida a Harriet Weaver, a la sazón mecenas del autor de ‘Ulises’ (a quien, muy diplomáticamente, rechaza publicar la novela del irlandés), le dirá: «hemos leído los capítulos de la novela del señor Joyce con gran interés y desearíamos poder imprimirla. Pero en estos momentos, su extensión es una dificultad insuperable para nosotros (…) nos llevaría producirlo al menos dos años, lo que es inadmisible…». Al lector le queda la duda de si es inadmisible el tiempo o, realmente, el aburrimiento que Joyce producía a Virginia Woolf.

El libro está dividido en cinco periodos de tiempo, abarcando desde 1912 hasta el día de su suicidio, el 28 de marzo de 1941. Esa última carta, estremecedora, está dirigida a su marido, Leonard Woolf. En ella, una Virginia Woolf que ha recaído de la enfermedad mental que en varios momentos de su vida padeció, se despide de quien había sido su compañero diciendo «me has dado una felicidad completa».

Pero, como ya he dicho antes, también caben en las cartas las cuestiones puramente domésticas. Así, en la página 63, dice a su marido: «…la humedad solo viene del depósito y de los canalones y se puede arreglar con facilidad…». Y de este modo, a lo largo del libro se mezclan esas cuestiones con las literarias y editoriales, de las que tenemos un buen ejemplo en las páginas 70 y 71: «Hogarth Press (la editorial que fundó junto a su marido) está creciendo como las habichuelas mágicas y creemos que deberíamos poner una tienda y contratar a un empleado» o le cuenta a Lady Ottoline Morrell que «nos llueven los pedidos de Gorki y hay doscientos ejemplares del relato de Morgan que hay que encolar, encuadernar y poner la cubierta». Encontramos, aquí, a la Virginia Woolf más feliz, más entusiasmada con su trabajo y con la vida. Pero, sin ninguna duda, allá por donde el lector abra el libro encontrará la rotunda honestidad de Woolf, como cuando confiesa que «he estado leyendo a Henry James (…) Nunca he leído sus grandes obras, solo lo he fingido».

Mención aparte merece la relación con T.S. Elliot. Virginia se empeñará en «sacarlo» de la entidad bancaria donde trabajaba, intentando la creación de un fondo económico con el que poder «mantenerlo» para que escriba. Así, dirige una carta a Maynard Keynes, donde pide ayuda al influyente economista para que Elliot encuentre un trabajo «como editor literario o en cualquier otra competencia».

Se trata, por tanto, de un libro amenísimo, en el que los interesados en la intrahistoria literaria podrán conocer la intimidad de una de las autoras más conmovedoras y admirables de la historia.

Virginia WoolfUna intimidad de tinta y papel

Portada de la recopilación de cartas de Virginia Woolf. / L. O.

Virginia Woolf

  • Una carta sin pedirla. Correspondencia
  • Editorial: Páginas de Espuma
  • Edición y traducción: Patricia Díaz Pereda
  • Precio: 27,88 €