Crónicas de la ciudad
Acaban las montañas de latas de la prisión provincial
Las obras de remodelación de la antigua cárcel se han llevado por delante el batiburrillo de latas cerveceras que lanzaban algunos montaraces tertulianos
Una de las tertulias más provechosas de Málaga fue la que Manuel Blasco, primo de Pablo Ruiz Picasso, mantuvo en la tienda de su hermano Salvador en la plaza del Obispo.
Por ella se dieron cita en los años 50 y 60 personajes como los hermanos Julio y Pío Caro Baroja, Modesto Laza, Baltasar Peña, Manuel Alvar o Bernabé Fernández Canivell.
Como recordaba en su columna hace unos años Guillermo Jiménez Smerdou, la de Manuel Blasco fue la única tertulia que en esos años se mantuvo en Málaga, un servidor ignora si por la aversión de los malagueños a este formato o al recelo de las autoridades de que en ellas se hablara más de la cuenta.
El caso es que la pandemia ya ha dado al traste con las tertulias, santo y seña de la vida social del XIX y especialmente del XX, como también lo fueron el siglo pasado las comidas homenaje en Antonio Martín o Casa Pedro, con discurso al canto.
Una tertulia que sobrevive, adaptada a los tiempos, es un ácrata intercambio de pareceres en la calle Virgen del Pilar, entre la antigua prisión provincial y Los Palomares.
Lo de ‘ácrata’ viene a cuento no por el contenido de la tertulia, que el firmante ignora, sino por el comportamiento de algunos de los tertulianos, dados desde hace décadas al lanzamiento de latas siguiendo, en cierta manera, el estilo Fosbury del salto de altura, pues el lanzador suele volear la lata -normalmente de cerveza- de espaldas.
El destino final de las latas, hasta formar un reluciente cerro, era el patio delantero de la antigua cárcel, una pradera de cardos en la que, además de recipientes, se acumulaban sillas rotas.
La reciente demolición de los pabellones no originales de la prisión provincial, centro inaugurado en 1933, se ha llevado por delante el estercolero forjado a base de intercambios de puntos de vista y tientos a la cerveza.
Los recintos son hoy unos patios mondos y lirondos, sin apenas porquería en su interior, rodeados por un vallado metálico provisional.
La novedad parece haber encauzado las prácticas tertulianas por el camino del civismo y no del gamberreo, pues en este espacio apenas se aprecia basura.
Eso sí, las sillas de los tertulianos, que antes se apoyaban en el murete de la prisión, parecen descansar en el aire, en medio de un ambiente aséptico, al tiempo que los miembros de la tertulia han ampliado el espacio entre las sillas para tratar de driblar al coronavirus. Confiemos en que la reforma de la prisión traiga, definitivamente, el cese total de las hostilidades cerveceras.
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