Memorias de Málaga

Una familia de medio pelo

Con ustedes, la historia de una familia malagueña, ambientada en la Málaga de los años 40 y 50, la del pan de estraperlo, ‘La Tarde’, el tabaco de picadura y el sucedáneo de café

Barriada de Haza de Cuevas, la de las calles con nombres de alféreces.

Barriada de Haza de Cuevas, la de las calles con nombres de alféreces.

Guillermo Jiménez Smerdou

El matrimonio de nuestra historia habitaba en una casamata cercana a las ‘protegidas’. A la regüerta había un quiosco que vendía de todo, desde periódicos y revistas hasta pan, batatas cocidas, y alquilaba novelas de Marcial Lafuente Estefanía a perra gorda.

El cabeza de familia, que vestía correctamente, trabajaba como oficinista en la fábrica de la luz, que estaba cerca del Llano del Mariscal, detrás de la cárcel de mujeres que después se convirtió en Instituto Geriátrico Penitenciario. Para el vulgo, Mariano, su mujer Clotilde y su hija Chelo eran gente de medio pelo, aunque Mariano lucía una lustrosa cabellera negra abrillantada con fijador Lucky Strike.

Con dignidad y decoro la familia tiraba pa´lante pero sujeta a las penurias de la época: poco sueldo, renuncia a la compra de productos selectos y cartilla de racionamiento gestionada por la Junta de Abastos que cada semana publicaba en la prensa los artículos que se podían adquirir al precio de tasa. Media ciudad aguardaba cada lunes al vendedor de periódicos que pregonaba a viva voz «¡La Tarde con la lista!». La Tarde era el periódico vespertino que anunciaba cada lunes la lista de los productos que los ciudadanos con la cartilla de abastos podían adquirir en las tiendas de ultramarinos. Un octavo de aceite de oliva (nada de virgen ni virgen extra), cincuenta gramos de azúcar blanquilla, medio quilo de harina, garbanzos, lentejas, habichuelas (modernamente judías)… y para los hombres, una cajetilla de tabaco de picadura.

Clotilde, cuando su marido se iba a la fábrica de la luz tras el magro desayuno de sucedáneo de café (cebada tostada) y pan comprado al estraperlista que nadie sabía de dónde sacaba la harina porque el trigo estaba sujeto a un riguroso control por el Servicio Nacional del Trigo que estaba ubicado en el número 10 del Muelle de Heredia, tras el aseo de hacer las camas, fregar el suelo arrodillándose porque todavía no se había inventado la fregona y lavar en la pila las prendas de la pareja se encerraba en la cocina para preparar la comida en el anafe primero y después en la hornilla de petróleo que manchaba los cacharros que necesitaban una buena dosis de asperón para devolverles su lustre. Unas veces preparaba gachas con su miel de caña y cuscurrones, otras un guisaíllo con un cuarto y mitad de carne de falda y según la temporada, fritadas, habas, chícharos, algún huevo los domingos y no mucho más porque el sueldo no daba para más dispendios.

Chelo, su hija, que era una joven correntucha, estudiaba labores en la casa de una costurera que vivía no lejos, en una de las ‘protegidas’ que se le adjudicó por su condición de viuda de guerra del 36. La niña fue aprendiendo a coser, zurcir, hacer ojales, bodoques… y otras labores imprescindibles para una futura ama de casa. Como tenía una delantera que para sí hubiera querido el Málaga C.F. de sesenta años después, trataba de eludir el paso por la calle Alférez nosecuántos porque un grupo de viejos verdes la piropeaban a veces de forma grosera.

Clotilde era administradora de los escasos bienes, limitados a la casamata heredada de su abuela y al escuchimizado sueldo de Mariano, que tenía la costumbre de echar una canóniga antes del condumio. Cuando llegaba a la casa, se desprendía de la imprescindible corbata que lucía en la oficina, se espanzurraba en la mecedora y dormitaba media hora, ni un minuto más ni un minuto menos.

El ama de casa era una hábil economista sin haber estudiado Económicas, pero conocía las limitaciones pecuniarias en las que se desenvolvía. Mensualmente pagaba el recibo de ‘los muertos’ porque le horrorizaba ser víctima de un entierro de tercera en el batatá. También hacía frente al pago semanal de la compra aplazada de ollas, sartenes, sábanas cameras y otros objetos para el hogar concertados con el ditero, que había sido en su juventud futbolista del Malacitano, que después pasó a denominarse C.D. Málaga y en tiempo presente en Málaga C.F.

Cuando Mariano se iba al trabajo por la tarde y su hija se iba a hacer bodoques, dobladillos y otras tareas como manteles con flecos, Clotilde se pegaba a la radio para escuchar la novela de turno como ‘Ama Rosa’, ‘Porque has amado mucho’, ‘El gran amor de Johann Strauss’, ‘Simplemente María’ y ‘Topacio’. Los martes por la noche oía por la radio una película que retransmitían desde algún cine de Málaga. Los días de fútbol su marido imponía su jefatura machista para oír las retransmisiones de los partidos del Málaga narrados por Matías Prats primero y por Antonio Carmona y Martín Alonso después.

Algunas veces se permitía ir al cine Duque con su hija Clotilde donde echaban dos películas en sesión continua, lo que permitía a la pareja ver una película tres veces y la otra dos. Entraban en el cine a las cinco de la tarde y salían a la una de la madrugada. Eso solo lo hicieron una vez porque pudieron hincharse de llorar viendo ‘Las dos huerfanitas’ o darse una panzá de reír con Imperio Argentina y Miguel Ligero en la película ‘Morena Clara’. Salir las dos solas a la una de la madrugada no era peligroso porque todo estaba muy vigilado. No había violadores, ni tironeros, ni gente que molestara a las mujeres, salvo algunos piropos groseros. Eso vino después, con la Democracia. El único caso que se registró en aquellos años fue el del pobre desgraciado que abusó de un niño y cuyo cadáver fue localizado en un desagüe del Guadalmedina. El suceso conmovió a la ciudad.

Clotilde no era envidiosa aunque soñaba con llegar a ser como la gente de pan y manteca de La Caleta y El Limonar. Pero ese sueño no se convertía en envidia cochina. Quizás algún día las cosas cambiaran a mejor.

Vivienda en Carranque

Uno de los días más felices de la familia fue cuando se les adjudicó una vivienda en un bloque de la barriada de Carranque, con todos los elementos soñados y deseados: cocina, baño, ducha, ventanas… La feúcha, que con el tiempo había mejorado, se colocó en unos grandes almacenes. Por su parte Mariano vio recompensada su fidelidad a la empresa, siendo trasladado a la sede de la calle Maestranza con mejor sueldo, y Clotilde, al fin pudo prescindir del ditero para poder adquirir a plazos sin el agobio semanal desde una cocina de butano a un calentador alimentado del mismo gas para disfrutar del placer de zambullirse en una bañera de la marca Roca.

Muchos de sus sueños se han ido cumpliendo y en las grandes superficies pudo comprar productos que antes era imposible adquirir.

Ahora es feliz…, porque incluso ha empezado a viajar gracias al Imserso. Ya ha estado en Canarias, Zamora y Valencia. La única pena que tiene es que su Mariano falleció poco antes de su jubilación.

La ya menos feúcha, porque mejoró con el paso de los años, se casó y le dio dos nietos.