Mirando atrás
Antonia García Rodríguez, una enfermera entregada a su vocación
La malagueña, que este domingo cumple 87 años, ha trabajado más de 40 años como enfermera. Comenzó de ayudante de quirófano con el traumatólogo Alfonso Queipo de Llano y ha sido directora de Enfermería del complejo Carlos de Haya
Nació tal día como hoy de hace 87 años, a pocos metros de calle Larios pues como recuerda, «mi abuelo y mis padrinos tenían un bar en calle Larios, La Palma Real».
Es Antonia García Rodríguez, una afable malagueña llena de vitalidad, cuyo espíritu joven y su gran vocación por la Enfermería le ayudaron a superar los obstáculos que le puso la vida.
Estudió en un colegio nacional en la calle Trinidad Grund y con diez años pasó al Instituto Gaona, aunque completó los estudios en La Goleta porque, cuenta con una sonrisa, se le daban fatal las matemáticas.
Con el bachillerato en el bolsillo, a los 15 años entró a trabajar en la consulta del conocido traumatólogo Alfonso Queipo de Llano, en calle Bolsa, donde trabajaba una de sus hermanas. «Al principio empecé abriendo la puerta y me daba 200, 300 pesetas y cogía muchas propinillas; por allí pasaba media Málaga», recuerda.
Y aunque era oyente en la Escuela de Magisterio, dado que quería ser maestra, con el tiempo el traumatólogo le animó a estudiar Enfermería. «Le dije que no sabía si me daría susto, pero me animó a probar». Tendría 18 años cuando Antonia comenzó los estudios «y las prácticas, en vez de hacerlas con los enfermos, las hacía en el quirófano, en el Hospital Civil».
Con 20 años obtuvo el título de enfermera y se convirtió en la enfermera instrumentista de Alfonso Queipo de Llano. «Recuerdo que me recogía con el coche en calle Larios y me iba con él al Hospital Civil, a la consulta, a operar al Hospital Gálvez, al Marítimo...».
De esos años en el Hospital Civil recuerda también a reconocidos médicos de Málaga como José Lazárraga, Antonio Luna o el futuro alcalde Antonio Gutiérrez Mata. «El hospital entonces era de primera», recalca.
Con el famoso traumatólogo estuvo nueve años, hasta que en 1959 se casó con Vicente Berná, cajero de La Unión y el Fénix Español, a quien por cierto conoció en la consulta.
Eran otros tiempos, por eso su marido consideraba que el que ella trabajara «era una deshonra». Pese a ganar más dinero que su esposo, Antonia tuvo que dejar de trabajar, aunque la vocación por la Enfermería continuó como siempre.
La pareja se casó en Carranque, el barrio en el que Antonia vive todavía. Fueron padres de Sole y Vicente. Con el niño recién nacido, en 1962 a su marido le dio un infarto del que salió con vida.
En la casa, por cierto, además del matrimonio y los dos hijos vivían las dos hermanas solteras de Antonia y su suegro. Siete personas en total.
Los achaques de su marido, que sufrió un segundo infarto y dejó de trabajar, le animaron a volver a la Enfermería: en 1968 empezó a trabajar en la Seguridad Social de calle Córdoba haciendo radiografías.
Viuda a los 33 años
Un año más tarde, en marzo de 1969, fallecía su marido y se vio viuda a los 33 años y muchas personas a su cargo, incluido su hijo, que tenía asma alérgica, así que redobló el trabajo: «Era la época en que los emigrantes iban a Alemania y me daban una peseta por cada radiografía de tórax y hacía 50 emigrantes después del trabajo». Su hijo Vicente también terminó falleciendo a causa de un infarto, como su padre.
Cuando se le pregunta de dónde sacaba fuerzas para sacar la casa, la familia y el trabajo adelante sonríe: No había más remedio, por eso, con el mismo esfuerzo con el que se sacó el carné de conducir poco antes de morir su marido, «me metí a comprar un Seiscientos beige» un poco más moderno que el anterior modelo de su esposo. La vida debía continuar.
Y como el sueldo era muy bajo, Antonia Rodríguez pidió el traslado al Hospital Carlos de Haya, algo que logró, con la suerte de que a los pocos meses, cuenta, «me llamó la superiora, sor Mercedes, y me dice: «Toñi, ¿quiere usted irse a rayos?, vamos a abrir unos rayos con una máquina reveladora que me han dicho que usted sería la única que lo entiende. Sería siempre en turno de mañana y descansando los fines de semana». La enfermera no se lo pensó dos veces y en 1971 comenzó de supervisora en rayos X en Carlos Haya, cargo con el que se jubiló en 1995.
Entre medias, en la década de los 80 fue nombrada, durante tres años, directora de Enfermería del complejo hospitalario Carlos de Haya.
Una gran viajera
Como resalta esta antigua enfermera, «he trabajado mucho pero también he disfrutado mucho; a mis hijos nunca les ha faltado de nada y yo todos los años me hacía dos viajes».
Su primera salida de España, por cierto, fue en 1950, con 15 años, invitada por su padrino, uno de los dueños de La Palma Real, que había hecho fortuna en Venezuela y reunió a sus ahijados en Lisboa. «Fue la primera vez que me monté en un avión, era de la TWA, las líneas americanas», recuerda.
En compañía la mayoría de las veces de otras compañeras del Carlos Haya la malagueña ha estado entre otros destinos en Tailandia, Río de Janeiro, Las Vegas, los fiordos noruegos, México, ha sobrevolado en helicóptero las cataratas de Iguazú y casi se pierde -a causa de la niebla- durante otro vuelo en avioneta por el Cañón del Colorado.
Al jubilarse recibió el Premio Cruz de Malta por toda una vida de servicio y merecida fama de enfermera ejemplar. Antonia García Rodríguez lo tiene claro: «Mi trabajo ha sido maravilloso».
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