Crónicas de la ciudad
El parque escultórico de Málaga, devorado por los parques
Con el arranque de la primavera varios monumentos y esculturas de la ciudad aparecen fagocitados por la exuberancia de nuestra tierra y algo más
El mito griego -bastante anterior a la PAC de la Unión Europea- cuenta que tras el frío invierno llega la época en la que la joven Perséfone abandona el inframundo y vuelve por un tiempo con su madre Deméter, la diosa de la agricultura, quien por la alegría del reencuentro permite que la tierra dé sus flores y sus frutos.
Esta emocionante reunión entre madre e hija -de la que, de haberlo sabido, la cadena televisiva del corazón le habría dedicado no menos de medio millón de horas de tertulias- se deja notar con fuerza en Málaga, en realidad muchísimo antes de la llegada de la primavera.
Porque si algo caracteriza el parque escultórico de nuestra ciudad es que siempre corre el riesgo de ser devorado por la vegetación, no por motivos estéticos sino por falta de mantenimiento, de tal suerte que uno no sabe si pasea por la Ciudad del Paraíso o por el rodaje de una película de espada y brujería en la que todos los portentos son posibles.
Esta semana lo hemos podido comprobar en varios puntos de Málaga. El más constante es sin duda el monumento al comandante Benítez, en el Parque. Aunque el militar luchó en Marruecos, ha sido transmutado en un héroe de la campaña en Birmania, porque continúa parapetado tras una selvática muralla de palmeras sabiamente colocada por nuestro Consistorio para que nadie lo detecte, no vayan a sisar la obra. Hace un año, una de las palmeras, una kentia, pasó a mejor vida y ahí sigue, alicaída, lo que al menos permite atisbar mejor el flanco izquierdo del monumento.
De la misma guisa, pero casi fagocitada por un ciprés, se encuentra desde hace tiempo la fantástica escultura de la marquesa de Chinchón, realizada por el bávaro malagueño Stefan von Reiswitz y que se encuentra semidevorada en el Parque del Oeste.
En una tradición parecida se incluye el grupo escultórico que en la barriada de La Paz festeja la llegada del Hombre a la Luna. Los niños que coronan el satélite, obra del escultor Marino Amaya, dan la impresión de que están trepando al árbol más próximo y se han perdido entre las ramas.
Y en la plaza de Capuchinos, dependiendo del ángulo, el monumento a la Inmaculada Concepción, de 1921, parece un solitario pedestal blanco por obra y gracia de una jacaranda vecina.
En resumen, parte del parque escultórico malagueño esta primavera luce ‘subsumido’ por nuestros parques y jardines. No es que se fueran a por tabaco, es la frondosidad de nuestra tierra y la falta de cuidados.
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