Crónicas de la ciudad
La Naturaleza toma posiciones en la Catedral de Málaga
El cuadro de Simonet cercado por las humedades y el ‘jardín vertical’ del Postigo de los Abades nos recuerdan que sin contundencia y rapidez, las fuerzas naturales ganan
Desde el punto de vista etimológico, primavera viene del latín vulgar ‘prima vera’, que significaría ‘al principio de la primavera’, es decir, que el nombre de la estación más esperanzadora del año se refiere principalmente a estos días del año.
Con independencia de las palabras, ya vimos ayer, al hablar de como un parte del parque escultórico de Málaga estaba siendo tomado por los parques, que la Naturaleza sigue su ritmo imparable. Es evidente que si nos descuidamos -como pasó de forma forzosa durante el confinamiento de 2020- en pocas décadas todo tendrá el aspecto de esos templos hindúes fundidos por los árboles en la selva de Camboya, en los que se inspiró Walt Disney para ‘El libro de la selva’.
Lo comprobamos hace unas semanas con esas tenaces plantas que se abren paso en los falsos túneles de las carreteras de la ciudad pero tampoco se libra la Catedral de Málaga, especialmente perjudicada desde hace muchos años por la impericia de los técnicos de la Junta de Andalucía, cuando adoptaron para frenar las preocupantes goteras la famosa ‘segunda piel’ en sus alturas. Como predijo el recordado y añorado aparejador de la Catedral, Fernando Ramos, resultó un fiasco. Sirvió, eso sí, como reclamo turístico pero en absoluto como solución técnica.
Por este motivo, como ocurre con las pieles maltratadas, esta ‘segunda piel’ se agrietó y el agua, siempre tan tenaz, siguió su cauce. Lo pueden comprobar los visitantes estos días si contemplan el excelente y gigantesco cuadro de la Decapitación de San Pablo, obra de Enrique Simonet y Lombardo, que está escoltado por churretes de humedades que blanquean la piedra del Templo Mayor.
El avance secular de la Naturaleza también lo encontramos en el Postigo de los Abades, ese espacio peatonal ganado mayormente a un enjambre de motos que se extendía como una mancha.
Si el curioso se aproxima a la zona en la que la Catedral tenía que haber continuado su construcción, localizará, a lo largo de un viejísimo desagüe de piedra, una especie de jardín vertical de hierbas variadas que asciende sin recato.
Las mismas hierbas aparecen en las hendiduras de la piedra y doblan la esquina para tomar la calle Cañón.
El verdor catedralicio se puede tomar de dos maneras, claro, o como algo cíclicamente hermoso o como una prueba más de que a la Catedral, como a la Alcazaba, el Santuario de la Victoria y el Castillo de Gibralfaro les hace falta un repaso a fondo y en serio, antes de que se nos descuajaringuen más todavía.
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