Crónicas de la ciudad
La calle Máximo Gorki y el cerro ‘megalítico’
Entre esta calle y la avenida Valle-Inclán, una alargada colina está perlada de imponentes restos de construcciones y así lleva lustros
Para que algo sin ningún valor lo adquiera, bien puede ponerse de moda o bien dejar que pasen los siglos. Esto último explica, por ejemplo, el enorme interés que en nuestro días despierta el Monte Testaccio de Roma, una colina artificial de unos 35 metros de altura que es el paraíso de los aficionados a los puzles, pues está formada por unos 53 millones de fragmentos de ánforas rotas.
Las ánforas fueron depositadas con paciencia durante los tres primeros siglos de nuestra era, la mayoría de ellas llenas de aceite de la Bética.
El paso del tiempo ha convertido un ordenado vertedero del Mundo Antiguo en un inapreciable pozo de saber para los arqueólogos.
Con el mismo espíritu ‘largoplacista’ debemos también los malagueños contemplar algunas construcciones que el tiempo ha logrado disimular, con el compincheo de la Naturaleza, sin que se sepa muy bien si estamos ante un diseño proyectado por la autoridad o fraguado más bien por la picaresca, todavía en proceso de crecimiento y modelado.
Una de ellas es una colina pespunteada con cipreses y eucaliptos que alguna vez ha pateado esta sección. A un lado linda con la avenida de Valle-Inclán y por el otro con la calle Máximo Gorki. Por uno de los extremos de esta alargada loma se encuentra la calle Pedro Gómez Sancho, puerta de entrada al vecino Asilo de los Ángeles.
Por esta calle se asciende el cerro para descubrir en la cima misteriosas construcciones ‘megalíticas’ que evocan alguna dormida civilización del pasado.
Ojalá fuera este un yacimiento de esta clase, pero en cuanto el paseante examine un poco el terreno se topará con que está perlado de enormes desechos que asoman de la tierra, hierros retorcidos incluidos, amén de ropas, cartones y basuras varias.
La duda es si esta colina se realizó a sabiendas, con estos materiales, quién sabe si de las vecinas obras de la rauda avenida de Valle-Inclán o de los pisos vecinos para nivelar el terreno o si se trata de un discreto punto de depósito de escombros que se sigue utilizando con tenacidad, así que pasen los años.
Los vecinos más antiguos o quizás los arqueólogos, si hacen catas en la escombrera, podrán iluminarnos ante este misterio, aunque en las fotos aéreas no se aprecia un desnivel tan grande entre el cerro y el solitario edificio que en los 80 presidía la calle de Pedro Gómez Sancho. Eso sí, también hay hueco para la esperanza, con algunos árboles que se ven cuidados por los vecinos.
Quién sabe si no está en marcha, para las generaciones futuras, un prometedor Monte Testaccio malaguita.
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