Memorias de Málaga

Los últimos de la calle Larios

El avance imparable de las franquicias ha dejado la calle más famosa de Málaga con un puñado de comercios veteranos como Casa Mira, Farmacia Mata, Lepanto, Santander y BBVA, Aurelio Marcos y el portal de Arturo

La calle Larios.

La calle Larios. / La Opinión

Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

Una de las estampas desaparecidas de Málaga es la de la calle Larios antes de ser remodelada. Muchos malagueños recordarán, por ejemplo, que circulaban vehículos, que se podía aparcar… cuando quedaba un hueco libre, las sillas y mesas colocadas frente a La Cosmopolita, Lepanto, El Café Español, La Chavalita, La Palma Real y el Círculo Mercantil; los Almacenes Gómez Raggio, Gómez Mercado, Cosmópolis (ultramarinos), Romero (regalos), Librería Imperio (después cedió parte de la superficie que ocupaba a una sombrerería), Pañerías Rosaleda, Morganti (marcos), Moragues (confecciones), Oficina de Turismo, Banco Vizcaya, Joyería Aurelio Marcos, Temboury (ferretería), Farmacia Central, Calzados Segarra, CEISA (confecciones), Ana María Florido (ropas mujer), Camisería Gámez (confecciones masculinas; después Geles), Bazar del Fumador (después Trapos y Levi’s), Rueda (electricidad), Ricardo (coctelería), La Mar Chica (cervezas y mariscos, y después Martín Sanz, artículos de piel).

En un portal se estableció Lis, un pequeño comercio donde se vendían recuerdos o suvenires (castañuelas, abanicos, postales …) y ya, casi olvidados, porque se remontan a la década de los 40 del siglo pasado, una cervecería con una larguísima barra americana que se prolongaba hasta al fondo del moderno establecimiento, donde después se estableció el BBVA. No me acuerdo de su nombre. Estará perdido en algún lugar de mi cerebro. Otro del que nadie se acuerda era Ala Littoria (Línea Aérea de Italia). Seguramente se me habrá olvidado alguno. Pido por perdón por ello.

De toda aquella barahúnda de comercios que fueron desapareciendo y cuyos espacios ocupan franquicias de diversas procedencias, solo siguen impertérritos, los bancos de Santander y BBVA, la farmacia Mata, Lepanto, Casa Mira, la Joyería Aurelio Marcos y Arturo (de venta de periódicos y revistas, en un portal cercano a la citada Farmacia Mata).

Ocupando las primeras plantas y superiores estaban la Peña Malaguista, que después construyó su sede definitiva en la plaza del Carbón, la Academia Almi, con numerosos alumnos que estudiaban mecanografía, así como médicos, abogados, oftalmólogos… y numerosas familias que poco a poco fueron cambiando de residencia.

Calle Larios en los 70, con los almacenes Gómez Raggio junto a la Farmacia Mata.

Calle Larios en los 70, con los almacenes Gómez Raggio junto a la Farmacia Mata. / A. V.

Otras desapariciones

Con la desaparición de los bares y cafeterías finalizaron su empleo varios ‘autónomos’ imprescindibles en estos lugares de descanso, cita y relax. Aunque ninguno formaba parte de las plantillas (camareros, cafeteros, freganchines…) sí estaban al ‘servicio’ de la clientela habitual o esporádica. Me refiero al doble empleo de esos trabajadores sin nómina, sin Seguridad Social, ni jubilación retribuida: los betuneros-vendedores de lotería.

Dentro y fuera del local -preferentemente en las terrazas - había un «limpia» forma ‘cariñosa’ o despectiva de identificar a los betuneros o limpiabotas que cobraban la ‘voluntad’ por su trabajo, y ofrecían la lotería del próximo sorteo, décimos o billetes a los que agregaba un diez por ciento de su precio y asegurando que el número que llevaba iba a ser el ‘gordo’.

A veces, como llovido del cielo, mejoraba la oferta porque «sumaba trece» una treta que al parecer estimulaba y estimula a muchos compradores. Limpiando zapatos y vendiendo la lotería nacional conseguían vivir…o mal vivir.

La elite, caballeros o señores, prefería comprar la lotería a los vendedores callejeros en lugar de acercarse a una Administración. Molaba más lo primero que lo segundo. Un asiduo (un colega de la Prensa malagueña) iba todas las tardes a La Cosmopolita para tomar café, para que «el limpia» le lustrase los zapatos y, para cerrar el ciclo, comprarle un décimo del próximo sorteo de la Lotería Nacional; me comentaba que en los años que llevaba comprándole nunca le vendió un décimo premiado, ni siquiera el reintegro. Tenía el calino, o el bajío, o la negra. Pero insistía creyendo que algún día, por equivocación, le diera un premio. Mi colega falleció, tiene una calle con su nombre en Málaga y creo que se llevó a la tumba el sueño de al menos ganar una ‘pedrea’.

Volviendo a la ‘desaparecidos’, el propietario de la Librería Imperio intentó, para aumentar la venta de libros, que malagueños de la cultura (escritores, poetas…) se acercaran a última hora de la tarde a la librería y aconsejaran a los posibles clientes qué libros debían adquirir. La idea no prosperó.

Una imagen aérea del Centro de Málaga, atravesado por la calle Larios

Una imagen aérea del Centro de Málaga, atravesado por la calle Larios / Álex Zea

Coctelería Ricardo

La coctelería Ricardo no tenía ningún empleado; su apellido no era conocido. Con Ricardo tenía suficiente. Tenía una clientela habitual o diaria. Preparaba el cóctel que cada parroquiano acostumbraba a pedir. A última hora de la tarde o anochecer, la pequeña barra estaba animada por los mismos clientes cada día.

El joven director del Banco Santander (no recuerdo su nombre en este momento), banco que abrió sus puertas en la primera planta de un edificio de la Alameda, merodeó por la calle Larios para buscar posibles clientes, ya que los cuatro comerciantes de aquellos años acaparaban las operaciones bursátiles, a saber, el Hispanoamericano, el Central, el Bilbao y el Español de Crédito.

El avispado bancario montañés llegó a una conclusión que comentó en algunos círculos reducidos. Sentenció: la gente que no tiene dinero pero que aparenta tenerlo toma café en La Cosmopolita; los que lo tienen pero no presumen de ello, toman café con sus esposas en La Chavalita. Los dos establecimientos estaban uno frente al otro en la calle Larios. Pocos años después, el Santander se estableció a la entrada de esta calle, donde continúa. Y del Hispano y del Central, nunca más se supo.

Duelo de farmacias

Dos farmacias competían en la misma acera: Mata y Central. Mucha gente se inclinaba por la Farmacia Central, porque los jóvenes dependientes despachaban enseguida (especialmente Antonio, que atendía al mismo tiempo a tres clientes).

La solemnidad de Mata, con sus tarros de cerámica y textos en latín informando de su contenido, imponían a los potenciales clientes, que terminaron inclinándose por el dinamismo del competidor. Sin embargo, hoy la Farmacia Central ya no está, y Mata, con su enjundia y tarros que ya solo sirven de adorno, sigue en su sitio.

El Café Español era la sede de los taurófilos, que se reunían en torno al empresario de La Malagueta, don Manuel Martín Esteve, quien tenía en la calle Cisneros una carnicería que regentaba su hermano y en la que vendía la carne de los toros que se lidiaban en la plaza que regentaba. Tenía su limpiabotas-lotero, como estaba mandado.

Calle Larios en 2001, con el Banco Zaragozano a la derecha.

Calle Larios en 2001, con el Banco Zaragozano a la derecha. / C. Criado

Temboury tenía una gran ferretería con una oferta muy variada, hasta sanitarios expuestos en la fachada de la calle Liborio García. Amplió el negocio con una ferretería donde vendía de todo, hasta cuchillos de postre con su marca y de muy buena calidad. En la cubertería de mi casa hay tres o cuatro que utilizo todavía.

Los zapatos de Calzados Segarra eran duros, fabricados por una empresa especializada en botas para el ejército. Entró en declive al aparecer otros artículos más cómodos, más selectos, con muchos modelos…

En el escaparate de Ala Littoria llamaba la atención, por su novedad, la exhibición de los modelos a escala reducida de los primeros aviones destinados al uso civil. Los niños se embelesaban contemplándolos como juguetes a los que no podían acceder, porque no estaban a la venta.

Otra novedad fue la instalación del Bazar del Fumador, una nueva imagen de la tradicional de los estancos con los colores de la bandera de España. Todos los artilugios de los fumadores (pipas, boquillas, encendedores…) estaban a la venta, aparte los sellos de Correos.

Fama y franquicias

Se acaba el espacio. La calle Larios de hoy, una de las más famosas del mundo (no es exagerado), es otra. Mandan las ‘franquicias’ (palabra de origen anglo-francés) que sirven para identificar marcas internacionales de modas, sombreros, confecciones, helados, zapatos…y todos los perfumes, fragancias, cremas, lociones, pintalabios, tintes para el cabello… que están también presentes en todas las calles y plazas más importantes del mundo.

Puede presumir de ser la primera de España en engalanarla en Navidad, con luces y música que atraen a turistas de varios países europeos para disfrutar del espectáculo. Ahora bien, compite con ciudades, grandes y pequeñas. A ver quién lo hace mejor.

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