Tribuna

Última acampada

Una imagen del histórico Camping Marbella.

Una imagen del histórico Camping Marbella. / Ricardo León Cordero

Ricardo León Cordero

Ricardo León Cordero

A modo de agreste tell, como si hubiera que abrir la autopista hacia profundos estratos de asfalto, encontramos el camping Marbella 191, oculto entre malezas y pinos, proscrito de la atenta orilla automovilística. Para muchos, sólo visible en el recuerdo de no ser por el viejo cartel que aún pendulea oxidado, como mástil emergente de un pecio hundido, sustituto sin gracia del original de estilo Mondrian que tantas roulottes y divisas acopió. Y es por esta condición actual de abandono y decadencia cuando más interés suscita, como las ruinas de un legendario templo egipcio a punto de ser descubierto; aunque, en este caso, arrasado.

Última acampada

Última acampada / Ricardo León Cordero

A finales del infame año 2020, se hizo pública la nueva sustracción de nuestro mutilado y remendado patrimonio moderno con la venta inminente de la parcela al golem inmobiliario que tanta sed provoca en nuestro litoral. Y es que nunca es suficiente para este enladrillado gigante que amputa la herencia malagueña en pos de la vieja leyenda aquella de dejar a cambio de la fechoría, tanto dinero y tanto trabajo. Así pues, el destino del camping ya se encuentra más que sellado y poco se podría hacer por mantener una ruina absoluta de la que nadie quiere hacerse cargo, cuya historia nunca ha sido reconocida por tratarse de un viejo reducto turístico de tienda de campaña y barbacoa familiar, más que de Martinis, camareros uniformados y jet set.

Incluso a semejantes profundidades de la memoria hemos permitido que el pesetero golem introduzca sus zarpas, imponiendo la rentabilidad y el elitismo como únicos jueces a la hora de recordar lo que fue y lo que no. Por suerte, parte de esta historia deslavada sigue viva, a salvo del ladrillo y de sus adláteres tragacemento; tiene 97 años y se llama Toñi Quiroga. De manera fortuita, me llegó su muy valiosa biografía a través de Silvia, su sobrina (la cual llegó a nacer en el propio camping), destapando una serie de acontecimientos históricos que el tiempo había transformado injustamente en cuentos de abuela, pero que ahora cobran un carácter patrimonial.

La historia del camping tiene como prólogo una invitación del marqués de Salamanca a Toñi Quiroga y a su marido, Antonio Abeijón, para visitar Marbella y compartir mesnada con el príncipe Alfonso de Hohenlohe y otros miembros de la jet set originales. Tal es de su agrado el periplo por la costa que deciden adquirir una parcela de terreno en la entonces virgen vera de la N-340, y que les vende un policía de la zona a 15 pesetas el metro cuadrado. La primera piedra del lugar comprendió la casa de invitados que el chalet proyectaba, mas poco amparo pudo ofrecer la idea dado el contexto de nuestra Costa del Sol. Esto es, unos turistas alemanes, al ver movimiento en la zona y una roulotte (morada temporal donde el matrimonio vivía durante las obras), interpretaron que se trataba de un lugar donde enfriar los neumáticos y tumbar los espinazos. A lo que a éstos se les sumaron más familias, más roulottes, más tiendas de campaña, más bikinis y más barbacoas, hasta domeñar la parcela y esclarecer al matrimonio madrileño la idea de construir un camping y pedirles merced.

En el Ayuntamiento no tenían ni idea de lo que aquel vocablo, ‘camping’, significaba. Tuvieron que volver a la capital, hacia el Ministerio de Turismo para solicitar la licencia donde tampoco les era familiar debido a la inexistencia de este tipo de negocios. Además de que hasta entonces en España la acampada era considerada - por desconocimiento y recelo - práctica de baja estofa. En cambio, el movimiento en Europa contaba ya con décadas previas de proliferación y miles de seguidores, incluso poseer una roulotte se había convertido en símbolo de distinción social. Postreros como de costumbre en estos años, en España el término no cobraría sentido hasta verano de 1956, fecha de inauguración oficial de los campings Marbella 191 y Masnou en Barcelona, pioneros absolutos en nuestra historia de esta práctica que tanto turismo acopió en adelante.

Para el diseño del lugar, Toñi planificó una serie de bungalós y zonas comunes, cuyos atributos y dejes arquitectónicos resultaron precursores de un estilo que en los años venideros se convertiría en canon dentro del ladrillo turístico. Y es que ella, desde el recuerdo de sus múltiples viajes en carretera por México y Estados Unidos, no sólo importó a nuestro país una nueva concepción del turismo basado en el raso, sino también un estilo de arquitectura en auge - el googie -, que en California estaba encarnando los principales monumentos de la vanguardia capitalista: gasolineras, dinners y boleras.

La culminación del camping con esta evocada arquitectura yanqui sirvió para introducir el sentimiento hedonista con el que se concebirían posteriores construcciones en torno a la aorta automovilística que vertebra nuestro litoral. Así, florecerían a sus orillas hoteles, gasolineras o viviendas de formas curviquebradas y aerodinámicas, un cóctel despreocupado entre el Movimiento moderno y el nuevo art déco. Además, años más tarde, sería estudiado y acuñado bajo el término de ‘estilo del relax’ o ‘arquitectura mambo’, por Juan Antonio Ramírez, Diego Santos y Tecla Lumbreras en un catálogo-ensayo con el mismo nombre. Es singular que la mayoría de estas edificaciones, al menos las supervivientes de insalubres alcaldías tragacemento, hayan recibido la protección del Plan General de Ordenación Urbana, con la excepción de nuestro camping Marbella 191, herido de muerte en un terraplén a merced de que una noche, el mar o una excavadora se lo termine de tragar.

Tras su inauguración, se mantuvo operativo hasta 1967, momento en el que, por mor de la humedad, proximidades agrestes, y el cierre de la frontera con Gibraltar que descuajó gran parte de las reservas, fue vendido a la familia marbellí LaVigne, los cuales se hicieron cargo del camping en las décadas doradas posteriores hasta su clausura en 1996. Con respecto a los Quiroga-Abeijón, su biografía no deja de sorprender en rimeros de singulares vivencias, como por ejemplo, que Toñi estuviera presente en las Cortes durante el 23-F - formaba parte de las listas de Alianza Popular dada la estrecha relación del matrimonio con Manuel Fraga y la financiación del partido desde Baviera -, y que a la imposición metralletil de echar cuerpo a tierra sin distinción, ella espetó que no iba a tirarse a ningún suelo porque llevaba un abrigo blanco de Givenchy – oposición consentida dada su previa relación con Tejero debido al apadrinamiento de un chiquillo malagueño tiempo atrás.

En definitiva, su jalonada biografía cultiva parte de nuestra historia, equiparándose a los miles de ceniceros que el camping esconde entre sus muros encalados, los cuales la propia Toñi fue recopilando de sus viajes como cuaderno de bitácora fumador. Y así, se hace posible lanzar una arrojada visión acerca de este camping que tanta decadencia y pena derrama sobre nuestro patrimonio; un alarido de socorro para uno de los tesoros abandonados que componen nuestra particular constelación de arquitecturas, y que dieron lugar al lustroso contexto del que somos hijos.