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La calle a tragos

Cristóbal G. Montilla

El camino de la cultura

Sigamos la senda leal que sostiene la creación hasta cuando los políticos se apresuran a colgarle el eterno sambenito de 'asignatura maría' como coartada que la expulsa del paraíso presupuestario

Cualquier atisbo de luz es un cristal que se empaña con el vaho zaino que amontonan las matemáticas de los telediarios. El optimismo, a veces, irrumpe como una entelequia que derrama provocación. Por desgracia, el baile de cifras le insufla afilado aire a quienes tantas veces nos han refregado con soberbia que, al fin y al cabo, las personas solo somos números.

Mejor no pensarlo. Sigamos el camino leal que sostiene la cultura hasta cuando los políticos, que coleccionan ceros en el ambicioso extracto bancario, se apresuran a colgarle el eterno sambenito de 'asignatura maría' para tener una coartada con la que expulsarla del paraíso presupuestario.

Al menos, son días que en su complejidad retratan a quienes en verdad se entregan al servicio público y a quienes lo usan a golpe de conveniencia y tarjetazo. A quienes se regodean en la poltrona facilona del erario común mientras el pueblo que vota no llega a fin de mes, pero agudiza su sensibilidad para abrazar balsámicas canciones o libros de imaginación voladora y mirarse al evocador espejo que cincelan las imágenes en bucle del buen cine. A los ojos de quienes se creen los manijeros de una obra de títeres, tales autores quizás solo sean mentes peligrosas que aciertan a escapar de la penumbra tenebrosa que ellos acostumbran a imponer. Sin ir más lejos, es gente que, como siempre nos cantará Aute, reivindica el espejismo de intentar ser uno mismo. Y eso no interesa.

La cultura, como acertaba en relación a la poesía una viñeta de El Roto, es una poderosa arma cargada de desinfectante. Un aliento tan sincero que brotó con naturalidad contra el tedio del confinamiento. En esa senda espontánea y apasionada que despliega la creación también resuena, y puede que esto sea lo inquietante, una forma de entender el mundo que nos explica -más allá del discurso de los gobernantes- lo que ahora mismo acontece al otro lado de la ventana. Rara es la tarde que no cae delante de la voz solidaria que regala en sus redes El Kanka. Y qué vulnerable es la sintonía del informativo cuando me invita a refugiarme, otra vez, en los versos de un poeta que alarga la sangre literaria de su padre, Álvaro Campos Suárez: «Una vida vale tanto como todas las muertes de la historia».

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