Opinión | La calle a tragos

Una torre contra los días marinos

Abrazado a una supuesta maraña de potentados e inversores, el controvertido edificio sostiene una amalgama de cifras tan mareantes que entre metros, plantas y millones delatan a una aventura insostenible

Estas últimas semanas, ha regresado con insistencia a mi cabeza una conversación concreta de las muchas que me regaló Don Alfonso Canales. Aquel poeta sabio lamentaba que el gran error de Málaga había sido vivir de espaldas al mar durante tantas décadas. Canales aseguraba que, en cuanto se derribara la verja del Puerto, esta ciudad despertaría de su letargo para sacudirse determinados complejos y ya no perdería demasiados trenes en marcha. El tiempo le dio la razón. El Muelle Uno y la transformación aledaña introdujeron un revulsivo que, inevitablemente, desplegó un goloso escaparate abocado al cortejo omnipresente de la especulación urbanística. La acertada apertura al Mediterráneo enseñó los atributos de un Maná expuesto a una pretensión tan extremista como la que ha planeado, en la órbita del recinto portuario, un rascacielos para tapar con su lujosa torre-alojamiento el horizonte impagable al que se asoman esos días marinos que evocó Vicente Aleixandre.

Abrazado a una supuesta maraña de potentados e inversores, el controvertido edificio sostiene una amalgama de cifras tan mareantes que entre metros, plantas y millones delatan a una aventura insostenible. Y, al mismo tiempo, le dibuja el símbolo del dólar en la retina a quienes de repente no quieren ver que no hay ceros en el mundo para calcular el valor real de un enclave así, encomendado únicamente a La Farola, porque su precio equivaldría al símbolo del infinito. Este proyecto totalmente prescindible viene a ser el enésimo tic de un sistema instalado en la sospechosa aritmética de las obras faraónicas.

Todo resulta tan previsible que el derroche de propaganda -agitado por el ansia de crecimiento municipal ‘pre-covid’ aún vigente y la «ilusión» de un abogado mediático- nos remite al soniquete de aquel chiste malo del político alemán y la autopista. Ahora más que nunca tenemos que insistir en una reflexión en la que siempre reincide el cantante Manolo García cuando, en cualquier entrevista, le preguntan por su música y termina hablando de las realidades que más le duelen. Aunque lo cómodo sea no detenerse a pensarlo, esta sociedad vive de espaldas a la naturaleza y se hace negocio con el paisaje sin que nadie se atreva a ponerle freno a la construcción de infraestructuras a todas luces innecesarias. Si la pandemia ha servido realmente para ralentizar el acelerado pulso cotidiano, para redefinir el valor de nuestras existencias y para abrirnos por fin los ojos ante flagrantes barbaridades, este atentado contra el privilegiado patrimonio de la Ciudad del Paraíso salta especialmente a la vista. El ‘Hotel Mamotreto’ arroja una amenaza que pretende levantar un tabique para que el futuro no conjugue ese valioso verbo que todavía destila un imparable perfume ebrio de salitre.