Opinión | OBLICUIDAD
Lo obsceno no son los cadáveres, son los yates
Hay colectivos condenados a la culpabilidad de inmediato, vulgo los periodistas, aunque siempre haya un motivo de más para atizarles. Tal vez cabría una chispa de elogio hacia los profesionales que decidieron contar la guerra de Ucrania sobre el terreno, poniendo en juego sus vidas según queda constancia en fallecimientos concretos. Pues no, se les acusa de sensacionalismo barato por plasmar las matanzas llevadas a cabo probablemente por las tropas rusas, y que se resumirán para siempre en la palabra Bucha.
La comparación peyorativa se establece aquí con la falta de imágenes ensangrentadas en los grandes atentados islámicos del 11S y 11M. Pecaría de ingenuidad dolosa quien desligara este oscurantismo de la nacionalidad de las víctimas de Nueva York o de Madrid. Sin embargo, el exhibicionismo era innecesario desde el momento en que no había discusión sobre lo ocurrido. En cambio, Moscú no solo interpuso las lógicas objeciones a la versión ucraniana de la matanza, sino que habló directamente de actores interpretando el deslucido papel de cadáveres.
Ante la negación frontal de una de las partes sobre lo ocurrido en Bucha y otros, por no hablar de su autoría, el testimonio del periodismo gráfico adquiere visos de imprescindible. Sin embargo, no se debe descorazonar a quienes aprovechan la mínima oportunidad para apalear con justicia a la prensa. Porque lo obsceno de la guerra de Ucrania no son los cadáveres, sino los yates de los oligarcas en que se recrean las cámaras, bajo la excusa de que las imágenes del lujo tienen por objeto denunciar los crímenes de los compinches de Putin.
El yate de oligarca debía convertirse en el emblema del saqueo sufrido por Rusia a manos de sus gobernantes. En cambio, el desfile de lujosas embarcaciones con o sin biquinis a bordo se ha convertido en una pasarela de alta costura, para saciar el instinto de emulación de las masas. La descripción del Sheherezade amarrado en Italia no se centró en describir los robos de Putin que le permitirían acceder a un monstruo de dicho rango, sino en describir su doble helipuerto, la enormidad de una sala de baile que puede convertirse en piscina interior, sin olvidar la socorrida grifería de oro macizo en los cuartos de baño. El ser humano es incorregible, y el periodismo es su profeta.
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