Opinión | 360 GRADOS

El Leopard, objeto de deseo

Seguramente nunca ha estado un canciller federal alemán sometido a tan fuertes y constantes presiones de sus compañeros de coalición, Verdes y liberales, y de los medios de comunicación patrios, como el socialdemócrata Olaf Scholz.

El carro de combate alemán Leopard, considerado por los especialistas como el mejor del mundo, es objeto de deseo de las Fuerzas Armadas ucranianas, pero Scholz no parece convencido de la conveniencia de suministrarlo al país invadido.

No quiere al menos ser el primero en dar el paso, y argumenta que los estadounidenses, junto a los británicos y los vecinos de Rusia, los más beligerantes frente a Moscú, no han enviado de momento tampoco sus Abrams a Ucrania.

Scholz debe de pensar que su país está haciendo lo suficiente con las armas que ya envía, la acogida a los refugiados ucranianos y los enormes sacrificios que tienen que hacer tanto los ciudadanos como la industria por el boicot al gas ruso.

Pero el Gobierno de Kiev insiste en que necesita esa arma de guerra para continuar con éxito su contraofensiva y tratar de recuperar los territorios ocupados por Rusia.

Según el parlamentario de los Verdes Anton Hofreiter, uno de los más beligerantes y al que cita el semanario Der Spiegel, a España le gustaría poner a disposición de Ucrania alguno de sus Leopard, pero necesita para ello la aprobación de Berlín, que no ha recibido.

Hofreiter asegura tener informaciones de que Pedro Sánchez quisiera atender ese deseo ucraniano, pero no lo dice claramente porque, como socialdemócrata, es correligionario de Scholz y espera una señal de éste.

Sin embargo, el presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso español, Pau Maríi-Klose, citado también por el semanario alemán, se muestra más prudente al explicar que, en su opinión, España se sumaría a tal iniciativa, pero tendría que ser como parte de una acción conjunta que no dividiese a la UE.

Los ucranianos consideran que ese prodigio de la ingeniería militar que es el Panzer, del que el Ejército alemán se muestra tan orgulloso, les daría una gran ventaja frente al Ejército ruso.

Mientras tanto, no ya sus socios, Verdes y liberales, o la oposición cristianodemócrata, sino también los principales medios del país, presionan sin tregua al canciller para que dé un paso que se resiste a dar por temor a una peligrosa escalada del conflicto.

Pero Scholz es consciente de que, pese a lo que Chomsky llama «el consenso manufacturado» por los medios en torno a la guerra de Ucrania, al menos un 30 por ciento de la población alemana tiene grandes dudas sobre el rearme de ese país y el bloqueo de Rusia si bien sus opiniones no encuentran apenas reflejo en la prensa.

Scholz parece temer sobre todo un «invierno del descontento» en el país como consecuencia de los sacrificios a que se verá obligada la población por la enorme carestía energética, la galopante inflación y el cierre de empresas.

Pero los principales medios de comunicación alemanes siguen erre que erre acusando en sus editoriales al canciller socialdemócrata de vacilante y débil y reclamándole que dé a Ucrania todas las armas que pide su Gobierno para poder derrotar a Rusia.

¿Qué dirían hoy de todo esto grandes intelectuales como el ruso León Tolstói, el británico Bertrand Russell, el francés Romain Rolland, la austriaca Bertha von Suttner, el alemán Carl von Ossietzky o el doble premio Nobel estadounidense (Química y Paz) Linus Pauling, a quien este periodista tuvo la suerte de entrevistar hace años en su retiro de Big Sur (California). Ya sólo nos queda el nonagenario Chomsky.

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