Opinión | La vida moderna Merma

Malagueño el que no vuele

Imagen de los años 70 del aeropuerto de Málaga.

Imagen de los años 70 del aeropuerto de Málaga. / Gonzalo León

La vida da más vueltas que un trompo. Cosa por cierto, la de los trompos, que se está perdiendo de una manera estrepitosa.

La cuestión es que hay asuntos que uno jamás imaginaría que pudieran suceder y acaban pasando. Cuestiones singulares que parecen un mundo y que, al darse la vuelta, te das cuenta de que no son nada.

Con la política suele ocurrir. Uno cree que el mundo acaba en los ideales férreos que uno sostiene en su cabeza y después llega la vida y te arrea un par de sopapos de los que te dejan frío y coincides con el resto del universo en asuntos en los que te creías singular en cuanto a pensamientos desde tu irreal atalaya.

Dentro de los elementos clásicos que se usan en el ring político se encuentran los nacionalismos, regionalismos y localismos. Banderas de todos que emplean de manera descarada para dividir y enfrentar a iguales. Y es curioso que un servidor, a pesar de los pesares, nunca ha caído en esas garras. Quizá el hecho de haber vivido y convivido en diferentes lugares te hace tener una amplitud de miras singular que descarta esas actitudes.

La cuestión es que esta trampa sigue viva. Hay centenares de miles de personas que se están quedando cucú defendiendo un pedazo de tela malinterpretado hasta los límites más surrealistas. Y de eso solamente se aprovechan unos pocos. Por dinero, por mantener el puesto -que se traduce en dinero- o simplemente para justificar sus ideologías basadas en la división, el enfrentamiento y la separación.

Y de todo esto sabemos mucho en Málaga. Y siempre lo he aborrecido. Desde las épocas pretéritas en las que se cantaba «Sevillano el que no bote» en un partido contra el Albacete de octava división mientras ellos jugaban la UEFA hasta esas ferias en las que el insulto se dividía entre Sevilla y Canal Sur mientras nuestra ciudad se pudría entre solares, derribos y ratas.

Curiosa capacidad del personal a la hora de descifrar las películas que les ponen por delante pues, a diferencia de lo que pudiera parecer, el problema lo tenían los que gritaban y no los que recibían los insultos.

La cosa es que Málaga ha vivido muchos años envenenada. Con Sevilla en la mente y los mantras estúpidos de los políticos sobrevolando las cabezas de los ciudadanos. Se llevaban los Donuts o la Cerveza Victoria y aquí el personal, con la boca llena de moscas, señalando a sus vecinos como si ellos fueran los culpables y no las empresas, el libre mercado y los costes de oportunidad.

Málaga, a Dios gracias, ha pegado un cambio que la comparas con hace veinte años y no la conoce ni su abuela. Y poco a poco hemos ido oreando el armario de las tonterías para centrarnos en otras -iguales de estúpidas quizá- pero que no tenía el localismo dentro de sus agendas.

Hace pocos años, llegaban de nuevo atisbos con una campaña de un candidato a las elecciones que lanzaba vallas que ponían «Un malagueño en la Junta…». Y no me gustó. Me dio una mezcla entre pereza y miedio porque pudiera volver la época fea.

No fue así. Básicamente porque ganó. Y dio la vuelta a la rebanada de pan. Y todo cambió. Para bien probablemente. Pero la media sonrisa que se nos queda a muchos al ver a gente cercana meneando el cesto regional está provocando la sensación contraria en Sevilla.

Aún recuerdo columnas incendiarias donde llegaban a criticar a «los nuestros» tras su aterrizaje en la capital hasta por detalles tan surrealistas como no usar calcetines. Ardían por dentro pues su vida era, desde chicos, un sistema asentado donde no existía otra cosa que no fuera aquello.

Y comenzó el baile. Una danza lenta y sobria que, ahora, parece que vuelve a la palestra por intentar rascar un puñado de votos. Y todo por un avión. Por una línea desde América del norte hasta Málaga o Sevilla. Una gestión de una aerolínea que habrá considerado comenzar por Málaga y continuar por Sevilla que hacerlo al contrario. Y no pasa absolutamente nada.

Pero lo grave y espantoso es que el alcalde Muñoz intente usar este asunto para sacar rédito a costa del enfrentamiento, la desunión y la desigualdad de gente normal y corriente. Cuidado. Porque eso no trae nada bueno.

Y no pasa absolutamente nada. Porque hay dos opciones posibles. La primera -y más probable- es que no haya existido la más mínima injerencia del gobierno andaluz por decantar la balanza. Y la segunda es que, por motivos de filias, hayan preferido que llegara a la capital de la Costa del Sol. Y esta segunda sería injusta. Pero no nueva. Porque Andalucía lleva padeciendo durante años en mil y una situaciones estas fluctuaciones interesadas. Y no pasaba nada. Y callaban. Así que, aunque sea por ver a qué sabe, no pasaría absolutamente nada.

Y lo peor de todo es que la protesta viene de la capital de Andalucía. Una ciudad de ensueño que nos gana por goleada en sinfín de elementos y conceptos. Por eso resulta del todo ridículo detenerse en historias de este tipo. Aunque oírlas pueda llegar a ser placentero para los oídos de quien ha estado del lado de los pobres durante décadas.

Andalucía no es miope. Y si lo es, lleva sin operarse muchísimos años. Porque llevamos todo ese tiempo padeciendo las injusticias de un formato que en nada nos convenía.

Sea como fuere. El futuro pasa por la unidad. La unión y la perseverancia para coincidir y no enfrentar. Seamos responsables. Que las elecciones no las ganas o pierdes por los localismos. Pero lo que sí acabas destrozando de todas todas es tu reputación, tu credibilidad y sobre todo el respeto de quienes ven la vida de otra forma más allá de las banderas.

Gracias a Dios, la mayoría de los andaluces son más listos que los torpes con poderes. Mientras tanto, el Sevillano el que no bote y malagueño el que no vuele; para ellos.

Viva Málaga. Y Sevilla.

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