Notas de domingo

Disimulos

La Gran Vía de Madrid.

La Gran Vía de Madrid. / L. O.

Jose María de Loma

Jose María de Loma

Lunes. Tiene algo de hipnótica la Gran Vía. De ahí, de El gran clavel, espacio art decó con carta castiza donde nos damos al aperitivo, no debería haber salido. Caminata hacia la plaza de la Independencia. Decepcionante almuerzo en Numa Pompilio, italiano del barrio de Salamanca donde el jefe de sala, un buen amigo, compensa con su amabilidad el rato. Elegantísimo local. A la tarde, paseamos por la antigua estación de Delicias, donde ahora se ruedan tantas escenas de época. Madrid tiene un otoño tímido y un gentío como adherido en su piel. Las avenidas céntricas y no céntricas, las calles, bullen. Con el cambio de hora tiene uno el cuerpo raro. Siempre con hambre, siempre con ganas de entrar a una librería, casi siempre con sueño. Entusiasmo sin embargo. Queda pendiente la exposición de Amalia Avia. A estas horas ya nos viene un poco a trasmano.

Martes. Me pego a Resines, que viste gabardina, sombrero y zapatillas de deporte y a Miguel Rellán. También van a coger el AVE. Curiosean en la tienda de periódicos y revistas. Me da pudor pedirles un selfie. Trato de escuchar de qué hablan. Me acerco tanto que un señor nos pide a los tres -a Resines, a Rellán y a mí- que sonriamos, que su hija quiere hacerse una foto con nosotros. La adolescente se acerca, se sitúa delante, sonreímos todos y el señor nos da las gracias. La chica también. Padre e hija se van. Por decir algo digo, que qué buen día hace. Resines le dice a Rellán, anda, vamos a tomar un café. Disimulo mirando el panel donde indican las vías de cada tren. Dónde irá esa foto.

Miércoles. Los berridos suenan fatal, claro, suenan mal, alteran, cohíben, crispan. Pero serían otra cosa si fueran esdrújulos. Los ‘bérridos’. Los ‘beeerridos’ pareciera el nombre de un territorio mítico y lejano, fascinante, atractivo. O el nombre de una familia noble. Esta noche vienen los Bérridos a cenar. Me he encontrado a los Bérridos en la puerta del club náutico. Un acento cambia mucho las cosas, pero todos preferimos hablar sin acento. Sobre todo inglés. Hablar inglés sin acento. Solo nos gustaría hablarlo con acento si tal acento fuera de Manchester o incluso, venga, vale, de Dublín, pero no un acento de Móstoles, Fuengirola, Vic o Altea. hay gente que para hacerse entender por une extranjero le habla a berridos, como si el español gritado fuese entendible para un señor de Lyon, Texas o Estocolmo. Lo único que entiende nuestro interlocutor cuando le hablamos a gritos o berridos es que somo idiotas con altavoz. Idiotas amplificados. Berrícolas.

Jueves. Ya saben aquello de Eugenio D’ors: «En Madrid a las ocho o das una conferencia o te la dan». En Málaga, un jueves de noviembre presentas un libro o te lo presentan. Hoy Soler, Garriga Vela e Isabel Bono en el CAL, un homenaje en el Ateneo a Alfonso Canales (releo su carta a Cela y la respuesta de éste a propósito del prodigioso Cipote de Archidona); la presentación de un nuevo volumen de los diarios de José María Souvirón en la Fundación Unicaja. Y más. Todo a la misma hora. En la librería Luces están poniendo actos los sábados a la mañana. Y se llenan. A ver si con tanto acto literario no va a tener tiempo uno para los bares. Se empieza consagrando el vespertineo a lo libresco y se acaba no dando los buenos días. Incluso.

Viernes. En la radio. La conversación da un giro cuando nos dan la noticia de que un artefacto chino pudiera caer sobre nuestras cabezas. Siempre hay que contar con lo inesperado, me digo a mí mismo. Y al micro le digo: «Que nos coja con el segundo café tomado». Había pensado cenar en Marbella, pero sabe Dios qué habrá sido de nosotros para la hora del almuerzo.

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