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El nuevo interés de China por los países del Golfo inquieta a EE UU

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

El reciente viaje del presidente chino, Xi Jinping, al Golfo Pérsico ha supuesto una bofetada para el Gobierno de Washington, al que inquieta esa aproximación de países aliados al gigante asiático.

Hay cada vez más empresas chinas que colaboran con otras del mismo sector de Arabia Saudí. Así, el fabricante chino de automóviles de alta gama Enovate y la saudí Sumou han firmado un acuerdo para producir 100.000 autos al año.

Está también la empresa saudí ACN, que quiere producir energías renovables en estrecha cooperación con otras de China. Y Riad aspira a intensificar su cooperación con Huawei en el campo de las tecnologías en la nube.

Los saudíes saben a qué se exponen: el pasado noviembre, Brett McGurk, responsable para Oriente Medio del Consejo de Seguridad Nacional de EEUU advirtió a Riad de que ese tipo de colaboración tendría consecuencias.

Está el precedente de lo ocurrido con los Emiratos Árabes Unidos, que pretendían instalar en su territorio tecnología de quinta generación de Huawei y a los que Washington bloqueó como represalia la entrega de nuevos cazas del tipo F-35.

Los Gobiernos de Riad y Pekín han firmado asimismo un acuerdo de «cooperación estratégica» que garantiza la soberanía e integridad territorial de ambos países, algo destacable, dada la complicada situación en la región china de Sinkiang, habitada por la etnia uigur, de religión musulmana, y con aspiraciones independentistas.

Riad expresó a su vez pleno apoyo al principio de una sola China, de la que formaría parte también la hoy independiente Taiwán mientras que Pekín se comprometió a apoyar a Arabia Saudí en la lucha por la seguridad y la estabilidad en la región, lo que parece ser una alusión al conflicto con los hutíes del vecino Yemen.

Los dos gobiernos acordaron también durante la visita de Xi un plan de «armonización» que tiene como objetivo la Visión 2030 saudí, ambicioso programa para reducir su dependencia del petróleo y diversificar su economía.

El líder comunista chino animó a todos los países del Golfo a superar sus diferencias mediante el diálogo y la construcción de un sistema conjunto de seguridad, algo en lo que está también interesado Washington.

El príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, habló del proyecto de un acuerdo de libre comercio con Pekín mientras que el presidente chino se refirió a la posibilidad de pagar en yuanes el petróleo que importe de la región, en lo que hay que ver un torpedo contra el dólar.

También se habló de cooperación chino-saudí en armamento, sector en el que Estados Unidos trata de mantener tanto a Rusia como a China lo más lejos posible de los países del Golfo Pérsico, que son sus principales clientes.

Pekín tiene una evidente ventaja en sus relaciones exteriores con países que como China no son democráticos y es que, a diferencia de EEUU, no se presenta como modelo ni pretende dar lecciones a los demás, sino que se basa en el principio de no injerencia en sus asuntos internos.

Gracias a su nuevo poder económico, China busca claramente sustraer esa región del mundo a la hegemonía norteamericana y convertirla al mismo tiempo en una especie de cabeza de puente para su penetración en África.

Al mismo tiempo, el Gobierno de Pekín intenta no tener que depender tanto de Rusia en materia energética y diversificar sus fuentes como están haciendo ya los países europeos.

Y mientras Europa tiene cada vez más reticencias sobre la llegada a su territorio de la Nueva Ruta de la Seda china, el Gobierno de Pekín apuesta claramente por la extensión de ese ambicioso proyecto a Asia Menor y al continente africano.

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