Málaga de un vistazo

Como agua de mayo

Las primeras lluvias de mayo llegan a Málaga.

Las primeras lluvias de mayo llegan a Málaga. / Álex Zea

Jordi Cánovas

Jordi Cánovas

Había olvidado el sonido de las gotas golpeando contra el suelo primero, contra sí mismas luego, lo que era ver el mundo bocabajo en los charcos e imaginar la vida al otro lado, la sonrisa de los niños calzando botas chapoteando, el verde reluciente recién mojado, el sonido de los pájaros celebrando. No recordaba ya el compás del limpiaparabrisas barriendo el agua hacia los lados, ni cómo activarlo, los coches salpicando el agua mientras van pasando, la cortina de niebla agazapada en los montes, la gente parada esperando, el olor a tierra mojada, el rojo húmedo de sus labios.

Había olvidado ya lo que era un cielo elaborado, los remolinos de nubes y los azules a gajos, el atardecer tras bambalinas, el aguacero abriendo numerosas, diminutas y fugaces bocas al mar sediento que se crece; había olvidado la corriente de paraguas por las calles en su descenso y en su baile, el tacto frío del hierro de los toboganes. No recordaba el rugido nocturno de los truenos, ni el destello fulminante de los relámpagos en el cielo como arterias de luz desde el corazón de la tormenta. Tampoco me acordaba ya de la sensación de empaparse bajo la lluvia, la duda de si te mojas más si andas o si corres o la de si es mejor resguardarse y llegar más tarde, o llegar a tiempo, pero en lamentables condiciones. A veces las opciones sólo sirven para elegir con cuál hacerlo mal.

Con tanto sol y calor todos los días, con tanto cielo azul y acumulada sequía, empezaba a secarse también la memoria y a evaporarse los recuerdos, pero otra vez cae la lluvia justo a tiempo, cuando más se necesita, vuelve y me cala de todo lo que echo de menos.

Pero ahora llueve y llueve y sigue lloviendo mientras no vienes y todo parece otra vez nuevo, posible, menos lejano.

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