Tribuna

‘Small data’

Ángeles González Sinde

Creemos que lo sabemos todo sobre los demás, que piensan como nosotros. No las mismas ideas, sino a partir de los mismos mecanismos y resortes. En verano nos rozamos con gente nueva. Los vemos en la playa, en el lago, en los chiringuitos, en los cámpings, en los pasillos de los edificios de apartamentos y nos decimos: ¿Por qué hacen eso? ¿Por qué hacen lo otro? Y contestamos desde nuestros parámetros, desde nuestras creencias y experiencias. Es difícil salir de la subjetividad.

Entonces ocurre algo inesperado. Pierdes en el jardín el lápiz táctil con el que escribes en tu tableta y todos los vecinos se convierten en sospechosos. Preguntas al conserje. Preguntas al jardinero. Preguntas a la encargada de la limpieza. Nadie lo ha visto. ¿Dónde estará? ¿Quién lo habrá recogido? Tu mente empieza a elucubrar cada vez que te subes al ascensor con otro veraneante. ¿Será esta francesa bronceada la que lo ha encontrado en el césped donde estuve trabajando y lo retiene en su pisito (y por eso está tan sonriente)? ¿Será este adolescente alemán con cara de pillo? ¿Será este jubilado belga de gesto severo? ¿Será ese matrimonio murciano con dos críos? La imaginación se dispara. Escrutas sus rostros, sus movimientos. Ves egoísmo, malicia, astucia por doquier. Pasan los días. Cada vez que entras al portal, miras con esperanza en el cestito donde el cartero deja la correspondencia por si algún alma caritativa lo hubiera devuelto. Pero el lápiz no aparece.

Y entonces empieza la siguiente fase. En lugar de machacar a los convecinos, te machacas a ti. Al fin y al cabo ¿es la primera vez que pierdes algo valioso? No. ¿Será esta la última vez que actúes estúpidamente? Tampoco. Es un nuevo fiasco en tu historial. Echas cuentas. Comprarte otro saldría por un pico. Y, sobre todo, ¿lo mereces? ¿Te has ganado ese objeto caro y ahora perdido como consecuencia de tu mala cabeza, tu falta de atención, tu debilidad? No. No te lo has ganado. Olvídate del lápiz táctil. A partir de ahora te fastidias y trabajarás con tus torpes dedazos y tardarás el triple. Por idiota. Por descuidada.

Y entonces, dos o tres semanas después, vas a sacar de tu mochila una gorra y ¡pling! cae al suelo el dichoso lápiz táctil. Primero sientes una alegría desbordante. Un alivio descomunal. La vida te sonríe. Los milagros existen. Los dioses son justos. Pero, de inmediato, te entra un sudor frío: recuerdas a la francesa, al niño alemán, al anciano belga, a la familia murciana y te entran ganas de salir corriendo y suplicarles misericordia. Porque sí, porque estabas equivocada acerca de ellos. Porque te das cuenta de que lo que ayer eran certezas no eran más que especulaciones, fantasías, elucubraciones perversas.

Reparas en que tu mente ansiosa operaba en base a muy pocos datos, por no decir ninguno. Operaba con lo opuesto al big data. Con very small data, que es como tomamos la mayoría de decisiones los seres humanos. Y entonces expandes el símil y te dices: ¿y si esto no solo me pasa con un lápiz perdido, sino que todas esas opiniones y principios inamovibles con los que me manejo a diario son endebles como el humo? Te percatas de que, más que la realidad objetiva, los hechos comprobables, lo que movilizaba tu pensamiento eran las emociones: la angustia de haber perdido algo, de saberte imperfecta, incompetente, y por tanto vulnerable, en riesgo. Aún expandes más la situación y comprendes que, en publicidad como en política, es fácil crear ideales sólidos, férreos partiendo de espejismos y de las emociones de cada cual: la envidia, la desconfianza, la indiferencia, la rabia, el temor.

Y calculas si eso que te ha ocurrido no les ocurrirá también a los demás, si ellos no tendrán también ansiedad y angustia: la francesa bronceada, el chico alemán, el anciano belga, el joven matrimonio murciano. Si ellos no habrán también extraviado cosas que añoran y que, quizá, a diferencia de ti, nunca han recuperado. Y tu fantasía sobre la mezquindad ajena se desmorona y te preguntas dónde aprendiste a pensar mal de los otros en tiempos de dificultad, dónde se instruye en la desconfianza y quien te inculcó el catastrofismo que tanto aprovechan luego algunos: los Abascal, Meloni, LePen, Milei del mundo. Y si la inteligencia artificial, que a diferencia de nosotros pobres humanos maneja tantos datos, no podría ayudarnos, cuando perdemos el boli, no a encontrarlo, sino a ayudarnos a creer que los demás no quieren robarnos, sino solo sobrevivir, como una misma.     

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