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Fast panga o la nueva hostelería de Málaga

El malagueño se ha acomodado en la barra falta, la mesa rodeada de mentiras y los congelados de franquicia

Un cartel publicitario de un establecimiento que ofrece paella y sangría.

Un cartel publicitario de un establecimiento que ofrece paella y sangría. / Gonzalo León

Gonzalo León

Gonzalo León

Hoy nos sumergimos en una cuestión que me tiene perplejo: la transformación de la hostelería en Málaga. Si hay algo que caracteriza a esta ciudad es su rica tradición culinaria, pero parece que en los últimos años estamos dejando atrás nuestros propios gustos y modos a cambio de complacer los paladares de los turistas que inundan nuestras costas.

Málaga, con su maravilloso clima y su envidiable ubicación en la Costa del Sol, ha sido durante mucho tiempo un imán para visitantes de todo el mundo. Pero, ¿a qué precio? Parece que hemos caído en una trampa culinaria, donde la autenticidad de nuestra gastronomía ha sido reemplazada por la comida rápida y los platos internacionales de octava gama.

Entiendo que el turismo es una fuente importante de ingresos para Málaga, y no estoy en contra de dar la bienvenida a visitantes de todas partes del mundo. Pero no debemos sacrificar nuestra identidad culinaria y cultural en el proceso.

Quizá sea hora de tomar una pausa en este festín de fast food y recobrar el amor por nuestros sabores tradicionales. Exijamos opciones auténticas en nuestros bares y restaurantes, apoyemos a los establecimientos que valoran nuestras tradiciones y hagamos un esfuerzo por promover la cultura y la cocina andaluza en nuestras vidas cotidianas. Y es que, en este ámbito mucho más que en ningún otro, son los consumidores los que tienen la capacidad de sacar adelante un negocio con su asistencia.

Quizá el problema resida en que, por lo general, el malagueño se ha acomodado en la barra falta, la mesa rodeada de mentiras y los congelados de franquicia simulando una solera que la ha diseñado un interiorista de Móstoles.

Málaga, con su rica historia y su herencia culinaria, merece ser más que un destino turístico de comida rápida. Recordemos que somos los guardianes de una tradición que ha pasado de generación en generación, y está en nuestras manos preservarla y compartirla con el mundo. Así que, la próxima vez que un turista pida una hamburguesa en Málaga, lo mejor será tirarle por encima un plato de boquerones e invitarlo a que marche.

La capital ha disfrutado este lunes, 26 de diciembre de 2022, de unas máximas que rondaban los veinte grados centígrados, lo que ha animado a muchos a disfrutar de las terrazas

Un terraza de la capital / Álex Zea

Pero eso no es todo, porque nuestra identidad culinaria es solo la punta del iceberg. Cuando hablamos de nuestra forma de vida y actitud, la cosa se pone aún más divertida. Si le preguntamos a un malagueño sobre su identidad, es probable que responda con una serie de clichés contradictorios. Somos relajados, pero siempre con prisa; somos hospitalarios, pero un poco esquivos; somos festivos, pero también adoramos la siesta. ¿Confuso? ¡Por supuesto! Pero eso es lo que hace que ser malagueño sea tan intrigante.

Nuestra identidad también se ve influenciada por una mezcla de culturas que han dejado su huella en Málaga a lo largo de la historia. Desde los fenicios hasta los árabes y los romanos, pasando por los británicos y otros visitantes europeos en busca de sol y playa, nuestra identidad ha sido una especie de cóctel multicultural. Así que, si alguna vez se ha preguntado por qué los malagueños somos un poco diferentes, ¡aquí tiene su respuesta! Somos una ensalada cultural, y nos encanta.

Sin embargo, a veces nos lamentamos de nuestra falta de identidad bien definida. Observamos con envidia a otras regiones de España que tienen sus trajes tradicionales, sus danzas y sus comidas típicas. Mientras tanto, nosotros tenemos... ¿un sombrero de espeto? ¿Un baile del chiringuito?

Pero, ¿por qué lamentarse? La verdad es que nuestra falta de identidad clara es parte de lo que nos hace especiales. Somos como un cajón de sastre cultural, una mezcla única de influencias y tradiciones que no encaja en ningún estereotipo. Y eso, querido lector, es algo que deberíamos celebrar con orgullo.

Así que, la próxima vez que se sienta confundido sobre lo que significa ser malagueño, simplemente relájese, disfrute de un espeto en la playa y recuerde que nuestra identidad es tan diversa como nuestra hermosa ciudad. Después de todo, ¿quién necesita una identidad clara cuando puedes tener una identidad única y en constante evolución?

En Málaga, cuando se trata de nuestra identidad, parece que estamos atrapados en una especie de crisis de personalidad perpetua. Somos cálidos y amigables, pero también expertos en la evasión social. Llamamos a todos «colega», pero nadie sabe quién es quién. Si alguna vez se ha sentido perdido en medio de una conversación malagueña, no se preocupe, no está solo. Incluso nosotros nos perdemos a veces.

Nuestra identidad culinaria es un enigma aún mayor. Si le pide a un malagueño que defina nuestra comida típica, probablemente le ofrecerá una lista que incluye desde espetos de sardinas hasta sushi y tapas de hummus. En Málaga, la globalización culinaria es como esa fiesta a la que todos están invitados, incluso si no encajan en absoluto.

Igual lo de los bares y la comida es lo de menos. O no. Porque puede que no sea más que un reflejo de las carencias que albergamos. Pero no pasa nada. Todo se tapa y alivia con una buena sangría, paella congelada y patatas bravas. Todo muy bueno. Todo muy de aquí.

Perfecto.

Viva Málaga.

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