LA SEÑAL

Se cae la kufiya

Vicente Almenara

Vicente Almenara

Nada más despuntar las primeras luces del sábado 7 de octubre se les cayeron las kufiyas a muchos tapados, dejando ver sus rostros. Lo de degollar bebés y secuestrar ancianas tiene mucha historia, aunque no a tanta escala, concretamente desde el 14 de mayo de 1948 cuando se proclamó el Estado de Israel tras una resolución de Naciones Unidas. Solo unas horas después, el gran muftí de Jerusalén, Amin al-Hysayni, llamaba a la guerra contra los judíos que ya tenían tierra propia. Es verdad que los nazis, unos años antes, habían intentado acabar con los semitas europeos, asesinando a todos los que pudieron, unos seis millones. El muftí ya se había reunido en 1941 con Adolf Hitler, tal era su comunidad de propósitos. De hecho, después de la guerra, algunos nazis se establecieron en Egipto para la fabricación de cohetería contra Israel. ¿Hoy son otros los que disparan los cohetes?, sí, tienen otros nombres, pero hacen lo mismo.

Antes de estos terroristas montados en sus motos de fabricación china y las pick-up artilladas, ya había quienes asesinaban atletas olímpicos en Múnich o asaltaban cruceros y lanzaban al mar a quienes portaban el pasaporte con el candelabro de siete brazos. Pero eran otros tiempos. Borrell sí se acuerda, pero no lo recuerda. Dice que el dinero de la UE es para obras humanitarias y de desarrollo de los palestinos, pero no de Hamás, qué risa, que es quien gobierna en Gaza a punta de metralleta, eso sí, sin elecciones desde 2006. Menudo bochorno el de la UE y su financiación, ahora dice que revisará los «proyectos» pero que no cortará el flujo, y Hamás tan contenta. Es el precio para que no vengan por aquí con sus AK-47, y un regalo a la izquierda europea, atrapada en el romanticismo del Che y los terroristas palestinos.

Aquí, al borde del mismo Mediterráneo que baña la Tierra Prometida, el shabat fue como otro día cualquiera. Pero desayunábamos con las primeras noticias de la degollina antisemita. Estábamos en los veinte años del Museo Picasso, aunque con huelga de trabajadores, lo que afea un poco la celebración y, además, contábamos con los retratos de santidad barroca, fieramente humanos, en el Carmen Thyssen, y Rafael Canogar… Entonces, me entretuve en el «Shalom Alejem», un poema cantado por los judíos desde el siglo XVII, siempre antes de la cena de celebración del shabat. Se llama a los Ángeles de la Paz para que entren en casa, se les pide su bendición y, en el último verso, se les despide para que vayan en Paz. Me preguntaba si Amparo Rubiales ahora diría lo mismo de Bendodo, pensé si el Congreso -que ahora es como Babel- difundiría una declaración institucional y esas tonterías que uno piensa en estas ocasiones. Me acordé de la valentía de Pablo Iglesias II cuando aceptó el patrocinio de sus prédicas por Irán y reconoció al dictador de Venezuela por su lucha contra la libertad, y de Alberto Garzón y su camiseta de la RDA y, como diría mi admirado Abel Hernández, de los cadáveres mal enterrados, son tantos… Como esos jóvenes que el sábado participaban en una multitudinaria fiesta de música por la paz (en el kibutz Reim) antes de ser masacrados (260 cadáveres).

Y ahora se alza la atronadora respuesta de Israel, y ya hay lágrimas de verdad -las otras deben ser de Mercadona- y la ONU se empleará con que la evacuación que ha exigido el agredido es imposible en tan poco tiempo y todo lo que ayude un poco también a los enmascarados…, hay que tapar a los otros muertos por estos muertos, que son los míos. Y es que hacer como que no se conoce la fuerza del adversario es criminal para el pueblo tras el que se protegen los malvados, porque muchos perderán sus casas, otros sus propias vidas…, ellos siempre tendrán a Borrell, los túneles bajo tierra, el paso de Rafah en la frontera con Egipto y… el blanqueo de la vieja Europa, siempre tan dispuesta.

Volví a lo de aquí, el indulto de los EREs, la defensa por Marlasca de los CDR -no son un tipo de discos-… y, entonces, encontré este poema de Jorge Plescoff:

Me arrodillé tantas veces

que mi cuerpo echó raíces,

y fui combustible de mil hornos

de alabanza a los hielos.

Me recuerdo buscando una flor

para reencontrar mi lenguaje,

tocar con su perfume mi memoria

y alcanzar a Dios.

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