Las dos medias españas

El gran éxito de la reconciliación nacional ha consistido en la eliminación de las dos Españas, para sustituirlas por la España en dos mitades. La escisión ha simplificado el arte en auge de inventar encuestas. La mitad de titulares sobre los sondeos empiezan anunciando que «La mitad de españoles» apoyan/denigran la amnistía de Pedro Sánchez a Carles Puigdemont, o prefieren/rechazan la convocatoria de unas nuevas elecciones. Si el medio milita en la seriedad informativa, matiza a lo sumo que su veredicto afina a «casi la mitad de los ciudadanos».

Las dos medias Españas funcionan con tal exactitud que abonan el misterio de la obligada sintonía entre los adversarios, para lograr un alineamiento impecable que parece pactado. Si Sánchez remata la investidura, se cumplirá que así lo han querido «la mitad de los diputados españoles». En concreto, la hipotética confirmación obtendrá el 50,9 por ciento de los votos del Congreso, frente al 49,1 en contra. Se confirmará así que la democracia no se basa en la victoria electoral, sino en la aceptación resignada de márgenes mínimos de derrota. Sobre todo, causa admiración que una persona de cada cien decida siempre los empates entre las dos mitades, y ahí radica el auténtico milagro español.

Hay que abandonar la imagen de un colectivo multiplicado en las dos Españas machadianas, para centrarse en la certeza estadística de un país a medias, en construcción. Los consensos tradicionales empiezan con apoyos del sesenta por ciento, pero han sido sustituidos por una igualación milimétrica de las posturas confrontadas, en torno a la inmigración o a la candidatura del festival de Eurovisión. Se ha simplificado la búsqueda de raíz romántica de la otra mitad, porque se halla enfrente, sólida y soliviantada. El trasvase continuo entre ambos bloques igualados no impide el mantenimiento del equilibrio mágico, que sobrevive a cada interrogante. Con tantas mitades de españoles, no hay forma de construir un país entero.

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