Arte-Fastos

Bendito sea el caos

Obras de Víctor Mira y Patricia Gadea.

Obras de Víctor Mira y Patricia Gadea. / L. O.

José Manuel Sanjuán

José Manuel Sanjuán

El 10 de septiembre de 1981, siete meses después del intento de golpe de Estado, llegaba a España el Guernica de Picasso. «El último exiliado», en palabras de Íñigo Cavero, a la sazón ministro de Cultura. El lienzo se expondría al público el 25 de octubre en el Casón del Buen Retiro de Madrid, rodeado de una enorme expectación mediática y ante las «fuerzas vivas» del país, heterogéneo grupo de personalidades que José Luis Sert describió en un célebre párrafo, tantas veces referido. La reproducción en prensa del esperado momento dejó, entre muchas, una imagen icónica: la emblemática obra en el centro de la estancia, flanqueada por la bandera española y protegida por un cristal antibalas y un guardia civil con metralleta.

Esta fotografía, firmada por Antonio Suárez, figura en la colectiva Años 80, que puede verse estos días en el Centro de Exposiciones de Benalmádena, y bien podría iniciar un recorrido que abarca las salas Levante y Poniente con obras procedentes de colecciones particulares y de la fundación ICO. Y decimos «podría» porque el arte de los 80 no comienza, como es sabido, al inicio de la década, sino antes, a mediados de los setenta, de ahí que la comisaria, María Toral, con buen criterio, no haya establecido unos rígidos límites temporales. En consecuencia, la exposición reúne a 30 artistas de diferentes generaciones y estilos que coincidieron en la triple misión de «desterrar de la pintura el aburrimiento» (Juan Manuel Bonet), eliminar contenidos políticos y acabar con la España negra, seña de identidad del informalismo patrio.

Con estos precedentes, el itinerario también podría comenzar por los autores más veteranos, como Juan Navarro Baldeweg (Dánae roja) o Luis Gordillo (Murciélago), inspirador de la llamada Joven Figuración Madrileña, cuya plana mayor está casi al completo: Manolo Quejido, Chema Cobo, Carlos Franco, Ferrán García Sevilla, Miguel Ángel Campano y Guillermo Pérez-Villalta. La diversidad de lenguajes de aquella década multicolor prosigue con las aportaciones conceptuales de Rogelio López-Cuenca (Ma-chine), la manera negra de Juan Muñoz (Mobiliario VIII) o el cromatismo espeso de Miquel Barceló (único autor con dos obras: Ceesepe y Bodegón). Escasa, en cambio, resulta la representación escultórica con la solitaria pieza de Francisco Leiro (O canario), necesitada de pares adecuados (Eva Lootz o Adolfo Schlosser). El discurso expositivo quedaría incompleto sin la presencia de la Movida madrileña, apoteosis de aquella exaltación social y cultural, revisada en la fotografía (Ouka Leele y Alberto García Álix), la figuración ecléctica (Costus, Dis Berlín, Patricia Gadea) o la moda (Ágatha Ruíz de la Prada). En fin, puede el visitante, si lo desea, iniciar el recorrido en la foto icónica del Guernica, pero sin olvidar, eso sí, el texto en pared de Enrique Tierno Galván que la antecede: «Bendito sea el caos, porque es síntoma de libertad». ¡Qué última lección magistral del viejo profesor!