Viento fresco

Irse de casa

Hasta pasados los treinta, nada. Pero ¿todos quieren de verdad volar?

Un gurpo de jóvenes, en la playa.

Un gurpo de jóvenes, en la playa. / L. O.

Jose María de Loma

Jose María de Loma

La gran mayoría de los jóvenes (noventa por ciento en algunos territorios) no se independizan hasta cumplidos los treinta o más. O sea, cuando ya no son tan jóvenes. Esto suele presentarse como un drama: no pueden irse de casa, construir su familia, su proyecto vital, bla, bla. Pero se deja fuera de la estadística a los que no quieren irse. Que alguno habrá, digo yo. No irse ni por asomo. Ni teniendo un buen sueldo. Nada. Apalancados. Que qué hay hoy de comer, mamá, que llegaré sobre las tres y que el sábado no duermo en casa. Camastrones o vagos pero también gente práctica o con casas grandes o partidarios de no dejar solos a sus progenitores, tal vez ya mayores. O vaya usted a saber. Millones de casuísticas. Sin que falten los que no tienen ningún deseo de irse a parte alguna; lo que no desean es cuidar a un viejo. Estos tienen más difícil adquirir morada: ha de tener una habitación para él y otra muy grande para su egoísmo.

En esto pasa como con los autónomos. Que aumente su número suele ser presentado como síntoma de vigor económico de un territorio, como capacidad de emprendimiento. Carajos. Un gran porcentaje lo es porque no logra que una empresa lo contrate con un vínculo laboral en condiciones y preferiría una nómina.

Me imagino a un chico o chica de treinta y cinco años con su vida fetén y disfrutona, ya insertado en el mercado laboral respondiendo a un encuestador: sí, sí, claro, yo quiero independizarme y vivir por mi cuenta y tal y ojalá. Cuando en realidad está pensando por dentro que menos mal que su padre se ha comprometido a sacar esta tarde al perro, que él tiene ensayo con el grupo de teatro y luego siempre apetece una cerve.

Las encuestas y las estadísticas son a veces muy engañosas pero tranquilo que no le voy a enjaretar otra vez el ejemplo del pollo. Todos mentimos un poco o disimulamos y hasta la propia empresa encuestadora podría querer independizarse, pero de la realidad. Y presentar unos resultados efectistas y a favor de tópico, carne de titulares. Qué sabe nadie, que diría el gran Raphael. Y menos, algunas encuestas.

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