Notas sobre cine

«Priscilla»: retrato de Elvis, no de Elvis Presley

Sofia Coppola en 'Priscilla' nos pone en los ojos del personaje real, visualiza la pesadilla del cuento de hadas. Ofrecer la otra mirada, la presencia femenina en la sombra del éxito

Un fotograma de 'Priscilla', de Sofia Coppola.

Un fotograma de 'Priscilla', de Sofia Coppola. / 'PRISCILLA'

Miguel Robles

Miguel Robles

Nos encantan los famosos, y más si cantan. Secuestrar famosos en el fondo de pantalla, o perseguirlos desde el sofá, como mi abuela, periodista de cuna. Hace años dediqué a mi hermana adolescente por su cumpleaños un póster, diseñado tras un empeño sudoroso en el Canva. En ella aparecían futbolistas (esos que hacen música pero con el balón, los más famosos que puedas imaginar) cuya presencia agrandada en imagen realmente servía para condecorar un proverbio. Una frase de una pomposa colección de palabras que de tanto publicarse en redes carece de significado. Decía lo siguiente: «El amor de un fan a su ídolo es el más verdadero, porque lo ama sin esperar nada a cambio». Priscilla Beaulieu fue mi hermana pero en los años 60.

También el cine empezó a admirar cantantes, exponenciando su categoría de famosos a la gran pantalla. Subiendo los decibelios de su éxito, una historia de millones en el escenario, en la billetera y en la radio. Freddie Mercury o Elton John no hicieron canciones, sino nuevas religiones, tan irracionalmente lógicas como las que tenían que ver con biblias. Pero el sonido de su música , como cuando convertimos imágenes y videos de un formato a otro y salta «error», puede atrofiarse con los altavoces del séptimo arte. De alguna forma, dependiendo de la voluntad de su guionista o director, se vuelven reales, desvelando que el Dios que un día alcanzó el cielo nunca dejó de ser un igual, un telón caído de vicio suntuoso y ambición desmedida -C.Tangana en su documental nominado al Goya reconocía esa victoria de la derrota, al intentar ir más allá del éxito: la trascendencia en el arte a ser súbdito de su búsqueda-.

Los artistas, como los usuarios y sus tiktoks, cuentan con filtros que perfeccionan una imagen histórica ya de por sí dilatada de artificio. El fan busca recortar la distancia imposible entre ella y la persona detrás del famoso, como si existiera un desdoblamiento, la contraparte (en su imaginación): otros ojos detrás de la mirada, otros dedos arrugados detrás de los que alzan el micro ante el clamor del estadio.

El cine, justo porque está hecho por nosotros, humanos, se vuelve contradictorio. En los últimos tiempos que se han realizado biopics sobre el mito se ha producido otra tendencia a su disección. 'Blonde' (2022) exponía en un contraste cromático, alternando color con blanco y negro, una Marilyn Monroe apresada en su estatus ficticio para nunca escapar de su trauma. Baz Luhrmann en 'Elvis' (2022), también sobre Elvis Presley, narraba el deterioro cronológico de una estrella que dejó de brillar, para hacerlo para siempre en el recuerdo de sus fans. Tal y como hace Sofia Coppola en 'Priscilla' en los ojos del personaje real, visualiza la pesadilla del cuento de hadas. Ofrecer la otra mirada, la presencia femenina en la sombra del éxito. La que desprende vedad, que mira directamente a unos ojos refugiados en unas gafas de sol ante las cámaras, que opacan la ráfaga de los focos pero delatan la luz del pecado. De justamente ser humano cuando se apagan los micrófonos.

Pero todos, a la vez, siempre queremos que el pasado exista. Siempre como un niño pequeño que durante la tormenta se escuda en el paraguas interrogativo del «¿se puede separar la persona del artista?». Darse cuenta de su corporiedad se vuelve tan incómodo que a veces nos conformamos con una codificación del mito, en la que los defectos que relacionan su nombre artístico no rayan el sonido de su canción. Películas como 'Bohemian Raphsody' (2018) o 'Rocketman' (2019) destilan los escándalos de sus figuras en un ejercicio positivista que refuerza sus lemas y los momifica. De alguna forma nunca morirán. Así su disco discurre en la memoria sonora del público sin alteraciones, consiguiendo insonorizar el zumbido de la conciencia.