Opinión | Tribuna

La lucha de la mujer en el mundo de las letras

Con motivo del 8 de marzo no está de más dedicar una pequeña reflexión al papel de la mujer en el mundo de las letras (especialmente la lírica poética) y cómo ha ido evolucionando. Es indudable que las cosas han cambiado considerablemente, y para mejor, pero no podemos olvidar que el camino se sigue transitando sin llegar a la meta final, que debe ser la igualdad absoluta entre el hombre y la mujer, salvo las diferencias biológicas.

No voy a entrar en un análisis pormenorizado del porqué y cómo se ha ido dando el machismo como elemento dominador de ‘género’, o sea sobre la mujer. En todo caso, consideraremos que el papel de la mujer, otorgado por el mundo dominante del hombre, se ha relacionado más con su utilización ‘objetal’, mientras el hombre ejerció el poder y dominio social, cultural y económico. Quiero recordar que, en algunos casos, la mujer debió recurrir al nombre del marido para publicar su obra, como María Lejárraga (1874-1974), que firmó sus libros con el nombre de su marido, Gregorio Martínez Sierra; o bien usar pseudónimos masculinos, de los que tenemos amplios ejemplos, como el caso de Fernán Caballero cuya identidad correspondía a Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea (1796-1877), o Víctor Catalá que era el seudónimo de la escritora catalana Caterina Albert (1869-1966).

Habría mucho que hablar sobre el tema, pero quiero hacer una breve mención a un aspecto del influjo social y cultural, donde el hombre dominó descaradamente hasta hace bien poco, hasta que la mujer ha entrada en la batalla de la cultura y sus derechos; por tanto aludiré a ese papel en la lírica, en el mundo de la poesía y la literatura en general, donde aflora tanta belleza expresiva y sensibilidad.

El sumun de la exaltación lírica de la mujer lo podemos encontrar en los versos de Gustavo Adolfo Becker cuando define la poesía y la asocia a la mujer:

¿Qué es poesía?, dices mientras clavas

en mi pupila tu pupila azul.

¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?

Poesía... eres tú.

Esta forma sublime de expresar la importancia de la mujer en el mundo del poeta la ubica como musa. Claro que se enaltece la vanidad de una mujer elevándola al rango de poesía, cuando, en realidad, es la musa. Pero ella no es poesía, ella es el objeto que genera la poesía, un objeto precioso, deseado para satisfacer el amor del poeta. Pero la composición poética no es de ella sino del autor del poema, de quien es capaz de sentirla y escribirla, de quien la hace brotar de su interior líricamente emocionado, de Gustavo Adolfo Becker. La mujer es la musa, el instrumento u ‘objeto’ que la despierta.

La mujer es poesía cuando la escribe ella, cuando es capaz de crearla a través de la expresión de su sentir, con su propio estilo, su palabra y verso, cuando anida en su interior el arte de la inspiración y la capacidad de su expresión. La mujer objeto genera la poesía en el amante, de forma pasiva, pero la mujer poeta la genera desde su interior, de forma activa, la crea ella y la transmite a través de sus versos… aquí es cuando la mujer es verdaderamente poesía y poeta… poesía sentida por dentro, cuyo hábitat es la propia mente de la poeta y, a la vez, poeta para expresarla desde la sensibilidad y belleza que genera su creatividad.

Basta solo mirar hacia el pasado, no muy lejano, y veremos las dificultades de la mujer para entrar y ser reconocida en el mundo de la literatura. Traigo a colación, como ejemplo, a la gran escritora y poeta hispanocubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, cuyo hipocorístico conocido es ‘Tula’ (1814-1873), de la que José Zorrilla dijo, en 1841, reconociendo su valor como poeta y literata: «… Nada había de áspero, de anguloso, de masculino, en fin, en aquel cuerpo de mujer, y de mujer atractiva, ni coloración subida en la piel, ni espesura excesiva en las cejas, ni bozo que sombreara su fresca boca, ni brusquedad de maneras; era una mujer. Pero lo era, sin duda, por error de la naturaleza, que había metido por distracción un alma de hombre en aquella envoltura femenina». A Bretón de los Herreros también se le adjudica esta frase referida a Tula Avellaneda: ¡Es mucho hombre esta mujer! O bien, ¡No es una poetisa, es un poeta!

Por tanto, Zorrilla plantea la existencia de una mujer poeta y escritora, de esa altura, como un error de la naturaleza, que metió un alma de hombre en una envoltura de mujer. El mundo de la lírica le estaba restringido, cuando no vedado. Lo que no impidió que Gertrudis, en los años 40 y 50 del siglo XIX, fuera toda una figura en los corrillos de la literatura de la capital, codeándose con personajes de principal relieve en la Corte, incluso como candidata a un sillón en la RAE, que no logró por ser mujer.

En los diversos encuentros de poetas que se desarrollan a lo largo del país, en que yo he participado, he constatado un mayor número de mujeres que de hombres. Es aquí, en sus textos y publicaciones en general, donde se ve la calidad lírica de la mujer. Es aquí donde se demuestra que la poesía expresada es ella en esencia, donde tiene sentido la frase: «Poesía… eres tú» y no la musa inspiradora aludida por Becker.

Concluyo pues, que, reconociendo la asimetría existente en esta cultura ancestralmente machista, la sociedad puede y debe exigir que esa igualdad se dé, que el equilibrio rompa la asimetría para enriquecerse con la aportación de hombres y mujeres en igualdad de condiciones, dado el potencial creador de la mujer en todos los campos y, especialmente, en el mundo de la letras del que he tratado en este texto. El entorno del 8 de marzo puede ser una buena fecha para reivindicar el feminismo tal como lo define la RAE: «Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre».

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