Opinión | Tribuna

El odio llama a tu puerta

No deja de ser curioso hasta qué punto se están desmoronando los valores y principios humanistas que consolidaron nuestra civilización. Indudablemente no estamos asistiendo a nada nuevo, pero sí a regresiones a un pasado tenebroso y tremendamente peligroso. Los valores democráticos que fortalecen una convivencia razonable desde el respeto a las diferencias y desde la humildad, que conlleva el reconocer que cada uno de nosotros solo somos un ser entre millones de ellos, con los mismos derechos y obligaciones para todos, como se reconoce en la concepción democrática como modelo de gobernanza, parece que se resquebrajan. El peligro está en la vuelta a los tiempos de la idea única donde lo que yo pienso es la verdad, lo mejor y lo que se ha de imponer a los otros para que la sociedad vaya en la dirección correcta, que es la que yo defiendo.

Pero lo malo no es, solamente, que se piense de esta forma, sino que además, el asalto al poder no tiene reparo alguno; que se insulte, se denueste al contrario, pasando de ser contrincante con su alternativa, a enemigo a batir y eliminar, usando, incluso, la manipulación técnica a través de todos los medios para conseguir crear una imagen distorsionada de él, en contraposición a la dignificación de la propia; o sea, hacer de la paja en el ojo ajeno una viga y de la viga del propio una paja, o negar, incluso, su existencia como tal.

Siembran el odio en la gente para que no solo no voten al contrincante, sino que transmitan ese odio a los demás mediante una militancia activa, irracional y políticamente filibustera. O lo que es lo mismo eliminar el sentido común de los miembros de nuestra sociedad para llevarlos a una alienación, que los convierta en hooligans, en lugar de sujetos ‘librepensantes’ con sentido crítico. Su pretensión es potenciar el sesgo confirmatorio, que es esa especie de disposición a dar crédito a aquello que confirma mis ideas, en lugar de tener una mente abierta para mejor entender a los demás y cuestionarlo todo desde la duda razonable que se produce en la coexistencia en un sistema abierto, donde la verdad nunca es absoluta dados los matices que presenta.

Ese sesgo dogmático, que pretende evitar la disonancia cognitiva, es el elemento principal del conflicto, la imposibilidad de entenderse, dado que no estamos dispuestos a dar «nuestro brazo a torcer» en ningún caso, puesto que lo consideramos humillante, propio de perdedores… y se nos ha educado para ganar; somos, o queremos ser, ante todo ganadores. Estar en posesión de la verdad absoluta es propio de credos religiosos, de civilizaciones impositivas que colonizan a las otras desde esa verdad que dicen defender.

En esta tesitura andamos. ¡Hemos perdido tanto tiempo…! Tiempo para educarnos en la escucha del semejante, tiempo para aprender a razonar desde la lógica, tiempo para saber computar los diferentes estímulos que recibimos, para empatizar y ponernos en el lugar del otro con la idea de comprenderlo mejor, para conocer y aceptar los valores democráticos, para saber dialogar y llegar a acuerdos razonables.

Las redes sociales nos han dado la puntilla. Cualquier sujeto sometido a alienación, carente de espíritu crítico y, por tanto, de autocrítica, se siento como un dios menor que predica la salvación de nuestra sociedad; tenemos, por nuestra cultura, una visión mesiánica de la vida… «O estás conmigo o estás contra mí», que no deja de ser una propuesta de sometimiento y renuncia a tu libertad.

Lo malo es que esas redes, y otros medios poco dignos, están siendo las plataformas desde las que se siembra el odio. Opiniones de tertulianos de la TV o la radio, a los que el sesgo se les nota a distancia, bien por propia convicción o por ser venales, políticos irresponsables, ciudadanos hooligans que discuten con inusitada vehemencia, que insultan a quienes no piensan como ellos, que no atienden a razones, son la simiente del odio, y ese odio, cada día llama a tu puerta. Hay que odiar a Sánchez, hay que odiar a Feijóo, hay que odiar a Ayuso, hay que odiar a Puente, hay que odiar a…

No me gusta el odio como forma de acercarse al diferente, no es el campo de cultivo de la esperanza, en todo caso es el del desencuentro y el conflicto que conduce a la destrucción. El sentido común nos ha de hacer rechazar a quien pretende demonizar al contrincante con sus artilugios manipuladores. Yo no voy a decir quiénes son, eso sería intentar colonizar su pensamiento, cada cual debe saber discernir para identificarlos, pero, sobre todo, debemos evitar ser uno de ellos, un inoculador de odio, porque el odio carga las armas que acabarán con nuestra propia existencia.

Hay muchos lugares donde el odio crece y se difunde. Deje que el odio llame a su puerta, pero, por favor, no le abra, porque entonces empezaremos a estar todos perdidos y encaminados a la hecatombe colectiva... Solo nos queda el sentido común, la lógica del razonamiento para no dejarnos arrastrar por aquellos que, al defender sus intereses, pisotean los nuestros. Ser razonadamente crítico y sosegado es, precisamente, todo lo contrario de inoculador de odios.

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