Opinión | 725 palabras

Sorpresas nos da la vida

Málaga capital, su centro, se asfixia turísticamente a buen paso legionario... La ciudad ya ha entrado en esa fase de autolisis que yo denomino "morir de éxito"

Candado guarda llaves de pisos turísticos.

Candado guarda llaves de pisos turísticos. / ÁLEX ZEA

La vida nos da sorpresas, sorpresas nos da la vida..., es el estribillo de Pedro Navaja que sonaba en las ondas allá por los finales de los setenta. ¿Quién iba a decirle a Málaga que casi cincuenta años después el estribillo aquel seguiría vigente y vivo como la mismísima realidad desnuda? ¿Quién iba a decirle a Málaga que un invento moderno denominado viviendas de uso turístico (VUT) vendría a sumarse a los gérmenes primigenios del demoníaco fenómeno turístico denominado gentrificación, para aumentarlos en volumen y velocidad de peligroso crecimiento? Sépase que de la gentrificación a la turismofobia solo media el cuarto de paso de un bebé de dos años.

¿Y quién iba a decirle a Málaga, la bella de entonces y de siempre, que parte de su identidad corría el peligro de verse suplantada por un engendro inmobiliario encapado mediante la engañosa transitoriedad de un provocativo e insultante falhotel enhestado, que, en beneficio de extraños, dividiría a los malagueños y privaría a su Farola de su identidad preponderante y de su razón de ser durante más de dos siglos?

Y, llegado el día, no tan lejano, pudiera ser que algunos nos preguntemos ¿quién iba a decirle a Málaga que su imaginación haría aguas y que se apuntaría al peligroso error de apostar por lo fácil, en este caso de abundar en infinitas camas de hotel sin prestarle atención al «detalle turísticamente nimio» de que, cuando la capacidad de carga de los destinos turísticos se sobrepasa, los destinos fenecen poco a poco o mucho a mucho por pura implosión, y que las ciudades nido, bajo el lema de «maricón el último» se enjugan porque cuando se ponen todos los huevos en la misma cesta, los dídimos se sienten acojonados y hay que protegerlos. Sobrepasar la capacidad de carga de los destinos turísticos, a la larga, solo es corregible a base de la minusvaloración de los precios y, con ellos, de las calidades de los propios destinos. No hay otra...

La vida nos da sorpresas, sorpresas nos da la vida..., hasta el punto de que, hétenos aquí, ahora, en este momento, a buena parte de los malagueños atentos al arte de birlibirloque que, en cierta medida, desde los organismos oficiales verificaría el «tout pour le peuple, rien pour le peuple» que caracterizó el despotismo ilustrado francés del siglo XVIII, al que Lincoln, para marcar la significancia de su mandato, le unió su particular muletilla: «Government of the people, by the people, and for the people». O sea, don Abraham dixit, pero al contrario.

Málaga capital, su centro, se asfixia turísticamente a buen paso legionario. Ninguna necesidad de quiromancia ni ciencias ocultas, ni doctorados en el mundo de las tinieblas para llegar a esa afirmación. Basta con haber tenido acceso a los proyectos que vienen a sumarse a la realidad ya existente, para afirmar sin temor a equivocarnos que Málaga ya ha entrado en esa fase de autolisis que yo denomino «morir de éxito» que, por más que pareciere exagerado, en el sector turístico es cosa del «pan nuestro de cada día dánosle hoy», que mañana Dios dirá.

La vida nos da sorpresas, sorpresas nos da la vida... porque, en la actividad turística, como automatismo adquirido por retroalimentación repetitiva, pareciere que lo que más mola es acudir a san Ignacio y perpetrar y perpetrar y perpetrar... aquello de «en tiempo de tribulaciones, no hacer mudanza», es decir, en este caso y en estos momentos, no hacer cosas distinta de huir hacia adelante, que es lo que hicieron nuestros mayores, que, como es de rigor en la especie humana, además de grandes virtudes, también nos legaron significativos defectos.

A veces, la vida nos da sorpresas... Y si a las sorpresas le sumamos la prisa implícita en el sistema que nos alimenta los malos instintos –los automatizados y los intencionales–, blanco y en botella: el escenario nos vuelve cecucientes, cuando no ciegos del todo, ante realidades que mientas nos afectan se nos van escapando de las manos.

Al que le escribe, amable leyente, ante la sistémica falta de imaginación frente los vaivenes del sistema, cada vez con más recurrencia se le aparece el maestro Borges en su Elogio de la sombra y le recuerda aquello de «Sentí como otras veces la tristeza y la sorpresa de comprender que somos como un sueño».

Pues eso, que sorpresas nos da la vida...