Opinión | Tribuna

La Primavera… ya no es árabe

Imagen de una amapola.

Imagen de una amapola. / L. O.

A la puerta toca la primavera. A mí la primavera me huele a rosas, a la flor del cerezo, a rojo de amapola, al baile de los trigos en los campos, a polen fecundante, a hierba húmeda, a tierra mojada, a brisa entre el olivo, a amaneceres blancos, a cantos de la alondra y ruiseñor y a trinos de jilguero, al verde campo y al blanco de las casas de mi tierra. Para mí la primavera es la explosión de vida que siembra la esperanza en el futuro.

Hablar de primaveras es hablar de eso, de esperanza en un mañana donde se pueda recoger el fruto de aquello que, con el esfuerzo, se sembró y que ya muestra la promesa de la mies. Es hablar de la alianza entre las fuerzas de la naturaleza para crear vida en una eclosión de sinergias enfocadas a perpetuar la naturaleza y los seres que la pueblan.

Pocas palabras hay más bellas que la palabra ¡PRIMAVERA! El letargo del invierno se diluye y, en un juego de color y sensaciones placenteras, se inicia la danza de la vida y del amor, del celo de las aves y sus nidos, de la suave brisa y la lluvia nutriente de los campos, de las rojas amapolas, de los trigales verdes batidos por el viento en suaves olas que plasman la semblanza de los mares, de los frutos de la huerta… el cielo brilla más que nunca y el sol inicia su tibia inminencia jugando entre las nubes, dorando los cultivos con sus rayos. Las abejas polinizan ayudadas por el viento y el polen de las flores vuela buscando donde anclarse para seguir dando la savia de la vida, para seguir proliferando. Las noches van menguando, los días van creciendo. La oscuridad desaparece y aflora la luz de la mañana, prometiendo la placidez del día y el goce del entorno pintado de colores en un caleidoscopio que fragua un puzle ecológico y polícromo.

¡Qué linda la expresión de primavera! Mas luego, cuando se aplica de forma metafórica, sirve para crear expectativas, para sembrar esperanzas de futuro, para creer que se acabará con el invierno. La gente, seducida, ve cerca la luz del túnel de una vida sometida a dictadores, a injusticias o crisis, se ilusiona y monta en el barco rumbo al más allá, al futuro prometido, pensando en una travesía garante del destino propuesto, mas no exenta de peligros.

Y toda primavera da su fruto. Pero ¿cuál es el fruto y a quien le beneficia? ¿Quién habló de ello y potenció la llamada primavera árabe? ¿Cuál era su intención al sembrar en secarrales la flor de la esperanza? Es cierto que hay países reclamando primaveras para acabar con sus inviernos, para volver a la vida a caballo de la esperanza perdida. El cálido sol primaveral quiere acabar con la fría e invernal noche oscura, la injusticia, dictadores, las imposiciones dogmáticas, el sometimiento… Mas también en primavera nace la cizaña, el jaramago y los espinos. Se dan las tormentas torrenciales y los malos vientos.

La Primavera Árabe se fue vendiendo como un mundo de promesas, de ilusión. Fue un rayo de luz en el gélido invierno de los dictadores, la brisa fresca y el agua de la lluvia que da vida a esa sementera donde el ser humano crece y se despoja de la dependencia, donde se hace dueño de su propio destino. En el horizonte se vislumbró la libertad, la democracia y la justicia social de la mano del pueblo soberano.

¿Qué ha fallado? Ahora, la mayoría de los países en donde floreció la primavera andan sumidos en la guerra, en la injusticia, la pobreza y la muerte. La gente lucha a degüello y la Parca cobra su asesina cosecha de estragos y matanzas, de destrucción y desespero. No respeta nada, ni a niños, mujeres o ancianos. La mano que arrojó la semilla se retrae y crecen los hierbajos que compiten con el trigo para ocupar los campos. El relevo lo tomó la intolerancia, la intransigencia y el dogmatismo de credos e ideales de ostracismo, anclados al pasado, sembrados por la guerra y alienando a la gente hasta inmolarse. La tierra que se riega con sangre color de la amapola, ha cambiado la fragancia de las flores por la pestilencia de los odios y el tormento. El barco, que ha partido, ya hace aguas por doquier y miles de sus hijos se siguen ahogando en la desesperación y en las profundas aguas de los mares, buscando la salida a la tormenta que todo lo destroza.

Mientras, occidente, que en plan paternalista bendijo y potenció la siembra de aquel trigo, se ve sobrepasado y se enroca en sí mismo, da la espalda y abandona a las víctimas de la catástrofe. Parece que este año la cosecha no será buena, no se supo cultivar los campos y se dejó que la cizaña ahogara las ilusiones del mañana. Es posible que en ese secarral, en lugar de sembrar trigo debió ser cebada, más propia de ese campo, más aclimatada a esos cálidos vientos, a esa tierra pedregosa de escasa sustancia. ¿Por qué se le dio la semilla de trigo y no se tomó su cebada en sementera?

Los pueblos tienen su recorrido, su historia y su camino que los fueron fraguando. No se puede caminar a saltos abismales, sino a paso quedo, sabiendo a donde vamos, pensando en el destino, en cuál es el objetivo. Los cambios por la guerra y la violencia son artificios del entendimiento. Solo los mantienen el miedo, el terror ante la fuerza bruta, la sumisión humillante ante el pánico a la muerte y sufrimiento. Los cambios verdaderos son los que se siembran y cuajan mediante el discernimiento y las ideas, aislando el dogmatismo y la intransigencia, formando al hombre libre en el uso racional del pensamiento. No es la sangre y la violencia la que siembra entre los pueblos el encuentro, en todo caso será el odio la cosecha de ese huerto.

¿Qué pasará con Libia, Túnez, Egipto, Irak, Siria y ahora con Ucrania y el eterno conflicto palestino, por poner unos ejemplos? La primavera puede acabar en un crudo invierno ilimitado. ¿A quién beneficia esto? Es curioso, los países referidos tienen importancia capital para occidente, bien por su geoestrategia o por sus recursos energéticos. Mientras tanto, el ‘Mare Nostrum’ seguirá siendo fosa sepulcral para inocentes, mientras la vieja Europa duerme de costado para evitar el espectáculo de miles de Aylan Kurdi arrojados a la playa inertes, o buscando en la frontera el paraíso que les dé vida y les aleje de la muerte.

¿A dónde fue la primavera, que yo ya no la encuentro?

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