Opinión | Ruegos y preguntas

Cuando estaba mi abuelo

Cuando estaba mi abuelo.

Cuando estaba mi abuelo. / L. O.

Acudir en Cuaresma ilusionado a un quiosco a comprar una publicación. Da igual que fuera Cruz Guía, Nazareno, Vía Crucis, Málaga Cofrade o La Saeta. Pero en papel. Para olerla mientras pasabas sus páginas. Para hablar con el quiosquero. Para hablar con mi abuelo. Para llevártela al colegio. O, en el caso de las láminas del Diario Málaga, para colgarlas en las paredes de tu cuarto. Eran muchas y podías cubrir paredes enteras. Además, estaban plastificadas para que pudieran durarte muchos años. Cuando había que encuadernar los fascículos de Pasión del Sur para formar un libro. De eso se encargaba mi abuelo Pepe. A veces iba con él, a veces lo traía ya encuadernado y envuelto como regalo. Sabía que era lo que más ilusión me hacía. Sabía que era mi vida. Quiso hacerlo siempre. La última vez que me llevó a encuadernar unos fascículos, terminamos aquel domingo por la mañana en una montaña en Carlinda. Allí, me dijo que se había perdido. Ahí descubrí lo bonito de pasear sin rumbo con tu abuelo. Y también que el alzheimer puede tener sabor de amor.

Echo de menos cuando el María Cristina era punto de encuentro para las presentaciones de carteles. Si no ibas allí, muchos era imposible conseguirlos después, porque "estaban bajo llave". Te encontrabas a gente, interactuabas, hablabas de Semana Santa, hablabas de lo que más te gustaba. Todavía no existía la 'licenciatura en cofradías', por lo que las críticas eran mucho más naturales y benévolas; te gustaba la gente cofrade, fueran como fueran.

También era bonito cuando te podía gustar 'Caridad del Guadalquivir' o 'A ti Manué', antes de que surgieran esos individuos que más adelante te dirían que esas marchas “son malas”, aunque tú no lo sabías porque "no sabías de música". Pero yo no quería saber de música, a mí me gustaban las melodías, me transportaban a lugares en los que era feliz. Cuando se faltaba al colegio una mañana para recoger la entrada al concierto de Bajo Palio. Que me dejara el bus en Makro. Cruzar la autovía. Ver una cola de jóvenes y a Pepelu repartiendo. ¿Cómo es posible que no haya sido pregonero? Oír hablar de Fran Cristófol, un chico de mi edad que había creado un foro en internet que se llamaba Málaga Nazarena, y donde la gente ponía mensajes de temas cofrades. No conocerlo personalmente, pero saber quién es, porque siempre éramos los mismos. Verlo pasar y admirar en silencio esa capacidad de crear cosas nuevas que no existían y que nos ilusionaban. Escuchar a Juan Navarro hablar en el recreo de una idea innovadora que se llamaría El Cabildo. Escuchar esos primeros programas y grabarlos en cinta. Guardar esas cintas como oro en paño.

No existían los 'trolls'

Echo de menos a Mapecal o a Petalada de Chirimoyas, personas (supongo), que se escondían tras nicks. Pero usaban ese anonimato para ser creativos, para ser divertidos, para aportar. No eran 'trolls'. Todavía no existían. No se estilaba compartir odio, se compartía creatividad. Echo de menos los posts de Botijero que tardabas en leer media hora pero que él escribía en treinta segundos. Algunos eran absurdos, pero tú los leías porque sabía de lo que hablaba.

Echo de menos la radio. La voz de Garrido, Pepe Jiménez, Pedro Merino o Paco García. Recorrer las calles con una radio a pilas pegada al oído porque había amenaza de lluvia un día cualquiera de Semana Santa. Echo de menos a Jesús Castellanos subido en un andamio con sus zapatos y su camisa a pleno sol preparando el Corpus. Echo de menos el ambiente de los rosarios de la aurora, las primeras mañanas de frío de septiembre y octubre. Vernos siempre los mismos. Comenzar con el del Gran Poder y terminar con el del Rosario, que además tenía el premio de llevar música a la vuelta y coincidir con el cambio de hora. Echo de menos no saber lo que iba a sonar detrás de un trono, darle más cancha a la improvisación. Las bandas de cabeza. "Tres paquetes veinte duros". El ambiente en los tinglaos. El CD sonidos de la Semana Santa de Cope. Ir a El Cirial o al Málaga Cofrade. El sonido de la grapadora del tío de los capirotes y el olor de la cola que usaba para pegarlos. La colección de sellos con los titulares. Jugar a pensar que faltaban algunos de cofradías nuevas. Ir con una grabadora de mano captando sonidos en una cinta magnética de 90. Que me amaneciera de nazareno con la Expiración. También viendo a Vera+Cruz.

Pollinica | Domingo de Ramos 2023

Monaguillos de la Pollinica, en el patio del Gaona, preparados para salir. / Álex Zea

"Era un verdadero placer cuando había cosas que no sabías"

Echo de menos el silencio cuando una cofradía entraba en la Catedral y se cerraban las puertas. Cuando podías decir “los Gitanos” y “la Pasión” y nadie se enfadara. Procesiones sin policías locales alrededor. El rosario de la aurora de Lágrimas y el posterior colacao en el Central. Recorrer el Centro en Cuaresma persiguiendo comercios para conseguir las estampas del álbum de cromos de la Cope. El encierro del Rocío en el jardín de los monos. Echo de menos las cintas de Miraflores con marchas de Artola en bucle en el radiocassette. Ver a Puyana mosqueado porque un capataz le da una instrucción musical a él. A él. Echo de menos la noche de Reyes del Sábado de Pasión cuando todavía había muchas cosas que no sabías cómo iban a ser a la mañana siguiente. Porque nadie te pasaba fotos de nada. Hacerme amigo de Pozo en el recreo hablando de Semana Santa todos los días del curso. Grabar sin ningún medio un programa de radio como actividad para Lengua en el colegio. La alegría de saber que le gustó a la profesora, que yo no sabía que era cofrade. Que la profesora fuera Pilar Linde. Porque era un verdadero placer cuando había cosas que no sabías. Que las descubrías con el tiempo. La voz de Elías de Mateo dando datos uno tras otro. Que Jesús Saborido diga entre lágrimas que “la lluvia es buena y necesaria”, aunque no salieran ese año porque estaba lloviendo. La franqueza, la espontaneidad. El traslado del Rocío a las siete de la mañana. Echo de menos muchas cosas...

Pero todavía hay más que me gustan como son ahora. Porque tiene que ser así. Y mientras, en ese balance, yo me seguiré levantando a las seis de la mañana los Domingos de Ramos; me daré un paseo en soledad, y sonreiré cuando vuelva a ver los puestos de chucherías preparándose con sus tambores y trompetas colgadas. Luego iré a la primera salida, y si sigo viendo a Ignacio Castillo con una libreta y un bolígrafo en la mano, miraré al cielo y pediré que ojalá haya cosas que nunca cambien; como mi ilusión ante los coleccionables de Cuaresma. Como cuando estaba mi abuelo.