El Unicaja ha dado un giro inesperado y se ha saltado el guión para dar un salto al frente. El escenario ha cambiado en esta última semana. El equipo, en la Eurocup, ha metido la cabeza en semifinales. Y, en la ACB, se encuentra a una sola victoria de Real Madrid, Barcelona y Valencia. O sea, que está bien posicionado, con los deberes hechos y, lo más importante, ha comenzado a transmitir unas sensaciones muy positivas y reconfortantes que no ofrecía hasta ahora. Carácter, variantes ofensivas, utilización de Musli y, de nuevo, carácter. Asuntos importantes que, además, se han visto espoleados desde el banquillo. Porque Joan Plaza vuelve a ser Joan Plaza.

El entrenador que se ha visto este curso ha sido diferente en algunos aspectos al de sus primeros años. Se le ha notado más pausado en el banquillo, menos «gritón» y activo. Cambió incluso en el propio lenguaje gestual. Ha estado más tiempo sentado, echando mano al botellín de agua. Se le ha visto menos agitado. Hay algo que, también, ha cambiado su relación con la afición de Málaga. Plaza ha sido idolatrado como ningún otro entrenador en Málaga. Y, casi de la noche a la mañana, esos aplausos atronadores se transformaron en silencio y pitos e indiferencia. Ni a Sergio Scariolo se le ha llegado a ovacionar como a Plaza en las presentaciones o en los finales de partido. Y el admirado Plaza, que ha tenido que cargar con la losa de ser también el único portavoz del club, ha perdido su halo.

Llegó, de hecho, a principio de pretemporada, tras el descanso veraniego, sin su habitual barba. Y lo justificó en un cambio de ideario y en la eliminación de una coraza o muro invisibles que, a veces, él mismo tejía. Tras la eliminación de la Copa del Rey, Plaza ha vuelto a dejársela. Y, quizá de forma inconsciente, ha recuperado también su agitación perdida. En Múnich o Bilbao mejoró su lectura de juego y ha aumentado sus recursos técnicos y tácticos. El Unicaja de ahora es diferente al de hace un mes. Su obsesión ya no es el triple. Mira mucho más a la zona, el balón pasa más por las manos de Dejan Musli y trata de equilibrar el juego. En su intento por recuperar a todos sus jugadores ha logrado subir al carro a Dani Díez. Lo de Lafayette parece misión imposible. En Múnich firmó una dirección de partido magistral. Paró el duelo tras cada arreón y remontada del Bayern, metiéndole cloroformo. Hizo las rotaciones precisas, ajustando cada movimiento. Incluso participó en el «selfie» en el vestuario, donde se disparó el júbilo. Un Plaza diferente, en muchos sentidos.