Josep Oliver, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona, ha pronosticado últimamente que España tardará diez años en volver a los niveles de paro de 2007, cuando la tasa de desempleo llegó a ser inferior al 8%. Hoy esa tasa ronda el 26%. Oliver hace sus cálculos considerando que se pueda ganar 400.000 puestos de trabajo cada año, hipótesis que a su vez está condicionada a que el país iguale los ritmos medios de creación de empleo (2,5%) que fue capaz de tener en los períodos de expansión de su historia reciente (1985-1992 y 1994-2008).

El club de quienes ven una recuperación en diez años tiene no pocos miembros entre la élites académicas y dirigentes. Por citar algunos, el comisario europeo de Economía, Olli Rehn; el presidente del «think tank» alemán IFO, Hans-Werner Sinn, o el servicio de estudios del BBVA se abonaron en distintos momentos a la tesis de que España necesitará una década para restablecerse. Al margen de que tal plazo resulte o no preciso, domina la opinión de que el país no podrá digerir velozmente la segunda mayor tasa de desempleo de la zona euro o los altísimos niveles de endeudamiento que arrastran hogares y empresas.

España ha ganado competitividad y el sector exterior ha dado las mejores señales, pero no hay argumentos para una recuperación fulgurante, según esas mismas opiniones. Por más que los españoles hayan soportado cuatro años de despidos, cierres y ajustes de empresas, sacrificios salariales, subidas de impuestos, pérdidas de capacidad de compra de los pensionistas, recortes en otras esquinas del Estado de bienestar y mutilación de la inversión pública. Lo que queda por hacer del manual de instrucciones que Europa ha dictado desde 2010 -reforma tributaria y de la Administración, mejora de la formación de los parados o alguna otra vuelta de tuerca en las reglas del mercado laboral- raramente podrá elevar el potencial de crecimiento de la economía española hasta el punto de desmontar los augurios sobre una recuperación larga y llena de dificultades.

Las llaves para aligerar ese itinerario están en Europa. Mauro F. Guillén, economista leonés que enseña en Pensilvania, está entre muchos que opinan que es el momento para que el Banco Central Europeo (BCE) y las naciones ricas del Norte ceben el crecimiento. El BCE, con medidas expansivas de política monetaria que contrarresten el riesgo de deflación y alivien la factura que supone para algunos competir en los mercados internacionales con un euro tan fuerte. Alemania y sus satélites, con acciones que estimulen sus demandas internas (subidas salariales, inversión pública...). Un mayor crecimiento del Norte favorecería el despegue del Sur, inviable cuando el PIB de la zona euro crece a ritmos del 1%. La respuesta está en Europa, aunque por las limitaciones institucionales de la UE dependa poco del resultado electoral del día 25.