La izquierda revolucionaria andaluza, la que se desayunaba con Mao y se tomaba un mojito con el Che Guevara, fue la primera en envolverse con la bandera andaluza y abrir los caminos de la autonomía, tal cual hiciera el jornalero, líder del Sindicato de Obreros del Campo (SOC), Paco Casero y los alcaldes elegidos el 3 de abril de 1979 bajo la Candidatura Unitaria de Trabajadores (CUT), mayoritariamente jornaleros o militantes del Partido del Trabajo de Andalucía (PTA). Como tiene escrito el expresidente de la Junta, José Rodríguez de la Borbolla, «si se quiera aceptar o no se quiera, la postulación de la autonomía andaluza había partido de zonas marginales de la política andaluza, por muy relevantes que fueran las personalidades singulares que la promovieran».

Los primeros. En Los Corrales, pueblo de la campiña sur sevillana, pocas personas sabían qué era eso de la autonomía, pero sí de irse a la cama con una sopa de espárragos amargos y un picatoste. Había hambre y miseria, noches frías con los viejos envueltos en pellizas que olían a hollín o mujeres arrebujadas con unas mantas de borra porque la retama de los olivos y la paja en la chimenea apenas si calentaban la fría cocina. Por eso, cuando a finales del mes de abril, su alcalde, Rafael Montes Velasco, joven maestro militante del PTA y que había ganado las elecciones bajo la bandera revolucionaria de la CUT, obteniendo 8 de once concejales (Dos para UCD y uno para el PCE) propuso en el pleno municipal del 24 de abril aprobar que Andalucía accediera a la autonomía por la vía rápida del 151 de la Constitución.

Rafael Montes Velasco siempre tuvo el apoyo del cura obrero Diamantino García, fundador del Sindicato de Obreros del Campo (SOC) y de gran carisma entre los jornaleros. Manuel Velasco Haro, uno de los estudiosos más profundos de Los Corrales, de la emigración y de las contingencias sociales de la Sierra Sur de Sevilla, recuerda que el pueblo no tenía más «recursos que el mísero jornal en las faenas estacionales de siembra y recolección», aportando el dato de que el 84,4% de la población activa era jornalera. «Era un pueblo martirizado por la emigración, con tremendas diferencias sociales y sin trabajo», añade Manuel Velasco.

Otro alcalde, José Antonio Barroso, comunista hasta los tuétanos, hacía lo mismo en Puerto Real, en la bahía de Cádiz, un pueblo que tenía el 49,5% de sus habitantes en paro, vivía de la pesca, de la caza furtiva y de lo que daban los esteros y las marismas, faenando sin permiso y perseguidos por la Guardia Civil. Jornaleros especialistas en engañar el estómago con una sopa de tagarninas, de tener largas listas de «fiao» en las tiendas del pueblo, pensando en la emigración como tabla de salvación y en tiempo de caracoles vendiendo unos puñados (a 1 euro el kilo) o espárragos silvestres (cincuenta céntimos de euro el manojo). A veces, con suerte, conseguían en el puerto pesquero unos puñados de moralla para una sopa bailona que ahora llaman fumet.

Tras la muerte de Franco (20 de noviembre de 1975) se da un frenético avatar político, surgiendo partidos como setas con la gran novedad de la aparición de fuerzas regionalistas, defensoras de la autonomía política andaluza, como Alianza Socialista de Andalucía (ASA), luego Partido Socialista de Andalucía (PSA), liderado por Alejandro Rojas Marcos y el Partido Social Liberal Andaluz (PSLA) de Manuel Clavero Arévalo. Y a la izquierda del Partido Comunista de España (PCE), el Partido del Trabajo de Andalucía (PTA), de Isidoro Moreno y Eladio García Castro (con el alias guerrillero de Ramón Lobato); y autonomistas, aunque en menor grado, como el Movimiento Comunista de Andalucía (MCA) del profesor Godofredo Camacho; la Organización de Izquierda Comunista (OIC) que tenía como cabeza al escritor Antonio Zoido; la Organización Revolucionaria de los Trabajadores (ORT); la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) y numerosas organizaciones juveniles, tal cual Bandera Roja, liderada por Pina López Gay. Esta izquierda es la que protagoniza el inicio del proceso autonómico, junto con el movimiento obrero del SOC.

Andalucía se cubre de rojo. El periodista Enrique García Gordillo, que trabajaba en Radio Sevilla (Cadena SER), fue de los primeros en echarse al ruedo, como consumado activista del andalucismo que venía como un huracán. Ya el 4 de diciembre de 1977, micrófono en la boca narró, casi como si lo hiciera de un partido de fútbol, con apasionada voz no exenta de incredulidad el fervor autonomista del pueblo sevillano. García Gordillo poco después entró a formar parte del reducido grupo de Rafael Escuredo para ganar la batalla final por la autonomía. Pero el camino no sería fácil como le hizo ver el profesor y fundador del PTA, Isidoro Moreno, cuando en la madrugada del 24 de abril le dice que el proceso autonómico estaba en marcha, con Los Corrales y Puerto Real.

Las elecciones municipales de 3 de abril de 1979 van a representar un avance significativo para los intereses autonómicos. El pacto de progreso o de la izquierda que conforman socialistas, comunistas, andalucistas y los concejales del PTA y los de la CUT, apoyados por el SOC se firma en la madrugada del 19 de abril, arrebatando las más importantes alcaldías a los centristas de UCD y a los pocos restos de la derecha y del franquismo. El mapa municipal se cubre de rojo, con cinco alcaldías para los socialistas (Almería, Cádiz, Huelva, Jaén y Málaga), la de Córdoba para los comunistas y la de Sevilla para los andalucistas. «Aire fresco -escribió Antonio Ramos (revista Triunfo)- en los ayuntamientos en sintonía con la Andalucía que se había expresado como pueblo el 4 de diciembre de 1977 y que se siente humillada por la vara de medir del gobierno de Suárez». La izquierda había hecho realidad uno de los objetivos en las elecciones municipales: «Quita un cacique, pon un alcalde».

Planificación leninista. Era finales del mes de abril cuando los cuatro alcaldes que militaban en un comunismo activo y revolucionario, los del PTA y sus homólogos jornaleros de la CUT dieron un osado paso adelante para ir por la vía rápida del artículo 151 de la Constitución provocando en el seno del Gobierno preautonómico presidido por el juez Plácido Fernández Viagas un profundo desazón porque a partir de la primera aprobación quedaban tan sólo seis meses por delante para cumplir lo que la ley dictaba: que el 75 por ciento de los ayuntamientos en todas y en cada una de las provincias, más las ocho diputaciones, tendrían que aprobar este camino, «un camino cargado con la mochila de la esperanza» tal cual dijo Paco Casero.

El escritor Antonio Zoido, que militaba en la izquierda revolucionaria, recordaba que los partidos de la izquierda fueron «el desencadenamiento del proceso autonómico que, en una planificación leninista, y por medio de mociones municipales en los pueblos que gobernaban, crearon la corriente que desembocó en la petición de la apertura del proceso hacia el referéndum». (Crónica de un sueño. Memoria de la Transición en Sevilla. C&YT editores).

Esta izquierda busca en los pueblos y en los caminos de Andalucía lo que no le dan las urnas, una forma de enterrar el fracaso en las elecciones generales de enero de 1979 y con escasos resultados en las municipales del 3 de abril del mismo año. Pero en su seno surgen líderes bragados en la lucha jornalera, en las huelgas de hambre, en las caminatas revolucionarias para ocupar fincas como Antonio Torres y Gonzalo Sánchez (Lebrija), Juan Manuel Sánchez Gordillo (Marinaleda), Diego Cañamero (El Coronil), Diamantino García Acosta y Rafael Montes (Los Corrales) que con otros se echaron a los caminos parta levantar la bandera de la autonomía. De justicia es recordar algunos de los pueblos y alcaldes que cantaron las cuarenta en oros de la autonomía como Lebrija, la Guerillera (Antonio Torres); Trebujena la Roja (J. Antonio Oliver Riberola); Espartinas, con alcalde de la CUT, José Díaz García; Marinaleda que ha hecho de la revolución permanente un estado de ánimo y lucha, con Juan Manuel Sánchez Gordillo de supremo hacedor en el colectivismo y ocupación de fincas; Villamartín (Antonio Pérez Vital) y quienes se mueven en la sierra sur sevillana. Aquí estuvo la fuerza y la raíz del comienzo de la lucha por la autonomía.

Ampollas en los pies. Recuerdo que en un chambao cerca de El Rubio (SE), sujeto con cuatro palos y techo de cañas de maíz para librarnos de los aires del desierto, el líder jornalero Paco Casero, con un viento de terral que hacía sudar el botijo y recién salido de una de sus muchas huelgas de hambre le dijo a los allí reunidos, jornaleros militantes del SOC, que era necesario dar un paso más porque los caciques y la derecha harían imposible la autonomía y bajo un sol de justicia se sacó del coleto el invento de los «Caminantes por la Autonomía».

Con Casero inician la marcha los jornaleros Francisco Ortiz y Juan Marcos y José Antonio Martín que recorren más de 600 kilómetros, desde El Rubio hasta Almería por el camino de Ronda y la vuelta por Estepa y Osuna. Pese a estar bragados en la lucha y en el caminar, con alpargatas de esparto cuando llegaban a los pueblos que se encontraban en el camino lo primero era meter los pies en agua salada, con ampollas que reventaban.

«Fue duro -recuerda Paco Casero- porque en aquel verano del 79 hicimos muchos kilómetros, con la blanquiverde al viento, soportando calores del desierto y la desesperanza de que cuando llegábamos a un pueblo gobernado por la UCD no nos daban ni agua; éramos como unos apestados, todo lo contrario de que cuando se llegaba a uno de izquierdas, teníamos posada y condumio. Abrazos, comida y un lugar donde dormir. No era fácil explicar lo que podría significar la autonomía en pueblos donde más de la mitad de sus trabajadores estaban mano sobre mano, en el paro y de vez en cuando dando unas peonadas para el PER (Plan de Empleo Rural). Decíamos que autonomía era trabajo, que tendríamos tierras con la reforma agraria y no será necesario emigrar; era nuestra ilusión».