Sector

Así es la precariedad de los bailarines

Contratos de 20 minutos semanales y bailar para Rihanna por 50 euros. Los bailarines de danza urbana denuncian malas condiciones laborales y oferta de trabajo no remunerado, una situación impensable en otros países - «Muchas empresas se aprovechan de que necesitas experiencia», denuncia el malagueño Miguel Galacho, de una academia de baile de élite de Madrid

Miguel Galacho y Cruz García, en la sala de ensayos de Élite Estudio.

Miguel Galacho y Cruz García, en la sala de ensayos de Élite Estudio. / David López Frías

David López Frías

El 1 de junio de 2019 se disputó, en el Wanda Metropolitano de Madrid, la final de la Champions League. Un evento universal retransmitido para 350 millones de espectadores en todo el mundo. Una fiesta con numerosos espectáculos antes del partido. Un derroche de luz, sonido y color. Para lo que no hubo derroche fue para pagar bailarines. La UEFA, que ese año ingresó cerca de 2.500 millones de euros, puso un anuncio pidiendo 200 personas que bailasen gratis durante la gala. La ‘oferta’ indignó al sector en nuestro país. La Confederación de Artistas-Trabajadores del Espectáculo (ConARTE) puso una denuncia en Inspección de Trabajo y multitud de profesionales grabaron vídeos a la UEFA dedicándoles una peineta. Pero la UEFA se aferró a que cumplía con la legalidad y siguió con su plan. De los 200 voluntarios requeridos, acabaron cubriendo (gratis) 140 puestos. Como les faltaban 60, acudieron a una ETT y contrataron a 60 camareros que hicieron de improvisados bailarines esa noche, éstos cobrando.

Casos como ese hay por doquier. De empresas y entidades que mueven miles de millones al año y pagan mal o nada a los bailarines de sus espectáculos. Situaciones similares fueron denunciadas en la 080 Fashion Week o en la gala de los Premios Goya. También en aquel show de la MTV que trajo a Rihanna a Madrid y en el que los bailarines cobraron 50 euros por bailar para la cantante barbadeña.

Son algunos de los ejemplos de la precariedad de los bailarines en España. Tal vez el eslabón más débil de la cadena de las artes escénicas. Trabajos mal remunerados o gratis, pagados «con visibilidad y experiencia», contratos abusivos, jornadas de trabajo por encima de lo pactado o discriminación en los sets de rodaje. También enfermedades crónicas que no son reconocidas como profesionales. Dolencias que además tienen que ocultar si quieren seguir bailando. Porque, aunque la formación de un bailarín dura años, la dureza de la actividad les machaca, y puede dejarles fuera de esta efímera profesión a poco que cumplan la treintena.

Vocación

«Esto es una profesión vocacional. Y ya se sabe: cuando la vocación entra por la puerta, los derechos laborales saltan por la ventana». Así lo resume César Casares, presidente de la Asociación de Profesionales de la Danza En la Comunidad de Madrid (APDCM). Añade Casares que «en estos últimos tiempos, con el parón de la pandemia y los ERTES, hemos encontrado situaciones realmente dramáticas. Nos han llegado bailarines a los que les quedaba una retribución de 75 céntimos, porque les habían hecho contratos de 20 minutos por semana y con categoría de mozos de almacén».

«El bailarín tiene muchas ganas de bailar. Además lo necesita: coger tablas y experiencia en un escenario. Por eso muchas veces hay empresas que se aprovechan de la situación, ofreciendo condiciones que son inaceptables. El problema es que saben que, si se la rechazan, va a venir otro detrás que la va a aceptar», apunta Miguel Galacho. Este coreógrafo malagueño de 31 años es el propietario de Élite Estudio, una de las academias de baile más reputadas de Madrid. Se encuentra en Carabanchel y allí nos recibe junto a Cruz García, conocida bailarina, profesora y actriz, con una dilatada trayectoria en el mundo de la danza. Ambos han sido testigos directos de algunas situaciones sangrantes.

Miguel es bailarín y coreógrafo, y asegura haberse plantado con alguna oferta de condiciones inaceptables para él y para los suyos. «No es siempre, depende de la actividad. Yo he trabajado bien para publicidad o incluso para el circo. Pero, por ejemplo, llegan ofertas para hacer videoclips, de artistas bastante conocidos, que pagan 150 euros brutos. Son muchas horas de rodaje, los ensayos, la preparación… y muchas veces aquí se incluyen las dietas o los desplazamientos. No es que se incluyan, es que no los pagan. Otras veces les hacen promesas de que se los van a llevar de gira, que van a tener trabajo, y muchas veces no cumplen», resume.

El bailarín que más requiere el videoclip es, por norma habitual, el de la llamada danza urbana o comercial. Cruz García incide que es ahí don se están dando los mayores abusos: «Este problema se da sobre todo en lo que llamamos danza comercial. Nada que ver con, por ejemplo, los bailarines de los musicales, porque ellos sí que tienen un convenio que rige las cantidades a pagar y las condiciones laborales. Pero los de la urbana no. Y no sólo el videoclip. También actuaciones con artistas reputados, que no se pagan como se debería. El bailarín comercial está desprotegido, no tiene un convenio.

¿De quién es la culpa de esta situación? El popular coreógrafo y bailarín Rafa Méndez entiende que reside «en muchos coreógrafos, que no pelean las condiciones de sus bailarines. No ponen en su sitio al que viene a contratar con esos precios y esas condiciones. Porque ya no es solamente lo poco que quieran pagar. Cómo tratan a los bailarines también lo tendrían que revisar. Que a veces se da la situación de que los cantantes, o músicos, o lo que sea están en un rodaje comiendo catering en unas mesas, y a los bailarines los tienen apartados y comiendo un bocadillo».

La situación es distinta en otros países donde «la figura del agente está mucho más instaurada. De hecho, en países como Reino Unido, la mayoría de los castings son para entrar en agencias. Una vez que estás dentro, es esa empresa la que se mueve por ti para encontrarte trabajos en condiciones dignas, porque además hay convenios y así evitan estos abusos. Aquí en España, el bailarín viene solo y de la calle.», puntualiza el coreógrafo catalán Albert Sala, que desarrolló la mayor parte de su carrera como bailarín en suelo británico.

Soluciones

Los bailarines lo reconocen: parte de la culpa es suya por no juntarse para exigir el convenio o por no plantarse cuando se detectan abusos. El convenio tendría que contemplar una serie de particularidades del sector de la danza. «Principalmente, la cuestión de la estacionalidad y la intermitencia. En la danza no se trabaja igual durante todo el año. Hay momentos de mucho trabajo y otros de parón. Todo esto también perjudica en el acceso a las pensiones. Ese factor de intermitencia que hace que haya gente que lleva 30 años bailando y sólo lleven 11 años cotizados. Estamos viendo a bailarines retirados cobrando pensiones no contributivas, a pesar de que llevan toda la vida bailando, porque les han pagado siempre en negro», ejemplifica César Casares.

Del mismo modo, como cualquier actividad física de élite, los bailarines acaban padeciendo una serie de patologías, derivadas de su actividad, que no suelen ser reconocidas como enfermedades profesionales. Miguel Galacho recuerda: «Cuando empecé con la danza, con 16 años, yo estaba en muy buena forma porque competía en triatlón. Pero empecé a bailar y tenía tirones y sobrecargas, porque bailar es una actividad que te machaca mucho». Eso deriva en que, tal y como cuentan desde la APDMC, «hemos encontrado a bailarines que con 50 años tienen las caderas de titanio, por el desgaste producido por su actividad, y no se lo reconocen como enfermedad profesional».

El pasado 10 de marzo se produjo la tercera reunión de la Comisión Interministerial para la elaboración del Estatuto del artista. Pero aún no hay una fecha para ello, y los bailarines de danza urbana siguen peleando por unas condiciones dignas de trabajo para su nicho específico. Tras el parón del covid, y con la llegada de la primavera, los conciertos y los festivales, la demanda de bailarines crece. En muchos de ellos, veremos bailando a unos profesionales que tal vez se estén viendo forzados a trabajar gratis.

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