Letras

Elvira Roca se mete ahora en el «jardín» de la Inquisición Española

La autora del exitosísimo ensayo Imperiofobia, cuestiona la leyenda negra del tribunal religiosa en su primera novela, Las brujas y el inquisidor

Elvira Roca Barea, en un momento de su encuentro con sus lectores en el CAC Málaga.

Elvira Roca Barea, en un momento de su encuentro con sus lectores en el CAC Málaga. / Andrea Pérez

víctor a gómez. málaga

De un tiempo a esta parte, el nombre y la obra de Elvira Roca Barea (El Borge, 1966) son, digamos, divisivas. Su popular ensayo Imperiofobia, sobre la leyenda negra española, le valió un volumen importante de ventas (más de 25 ediciones) y también una parroquia lectora entusiasta, a favor de las tesis de la profesora malagueña: en realidad, el Imperio español puso en práctica una política de inclusión y mestizaje en su expansión, a diferencia de los británico, alemán y belga, que diseñaron una campaña de hispanofobia para debilitar al contrincante español (y que perdura en nuestros días). De otro lado, no pocos pusieron el grito en el cielo y acusaron a la autora de no aportar las referencias suficientes para sostener las páginas del libro (el diario El País dedicó un artículo por entero inequívocamente titulado Las citas tergiversadas del superventas sobre la leyenda negra española). Disipada ya la polémica, Roca regresa a las librerías con un propósito similar, el de revisar prejuicios cimentados por la historia, pero no con un ensayo sino con una novela a partir de hechos y personajes históricos, Las brujas y el inquisidor (Espasa), con la que obtuvo hace unos meses el Premio Primavera de Novela. La presentó este jueves en el último Encuentro Planetario de la temporada de la Fundación Rafael Pérez Estrada en el Centro de Arte Contemporáneo (CAC) de Málaga, en conversación con la periodista Isabel Guerrero.

Por el título del libro lo habrán adivinado: la malagueña pretende aquí despojar a la Inquisición de su particular leyenda negra y, a partir de un ingente trabajo de documentación, exponer las claves de su «mala fama» a partir de las peripecias de Alonso de Salazar y el caso de las brujas de Zugarramurdi (en el siglo XVII), quizás el equivalente español del norteamericano Salem: aldeanos que denunciaron hechicerías, vuelos nocturnos, tratos carnales con Satán pero también asesinatos y abusos infantiles. De Salazar, investigador perfeccionista, siempre a favor de la prueba por encima del testimonio, zanjará el asunto y, con él, el episodio más negro de la historia de la brujería en nuestro país.

«Hay varios motivos de la mala fama de la Inquisición Española. A diferencia de las inquisiciones de otros estados, era una institución no controlada por el papado, sino un órgano de la Corona, que operaba como una suerte de asuntos internos ante los abusos del clero, como los Intocables de Elliot Ness de la época; por supuesto, desde la propia clerecía se propagó la imagen sanguinaria, terrible de los inquisidores», asegura la experta en Medievo.

La mala prensa adquirió «proporciones épicas» cuando Friedrich Schiller creó «el arquetipo literario del inquisidor» en su Don Carlos: «Un arquetipo es un personaje que adquiere vida propia, muy difícil de destruir». Y comienza a asentarse en el imaginario colectivo y, con los siglos, histórico el, en su opinión, «prejuicio inquisitorial hacia la Inquisición», especialmente «firme», en su opinión, en nuestro propio país, donde aportar otro punto de vista sobre el asunto supone, dice la profesora, «meterse en un jardín». A Elvira Roca, desde luego, le gustan los jardines.

Ha optado la de El Borge en esta ocasión por la novela histórica en vez de por el ensayo por, en parte, criterios pragmáticos y de rigor histórico: «He inventado personajes para llenar los huecos del marco y la trama que no están probados. Aunque todo lo relacionado con los personajes reales son hechos históricos, que he respetado absolutamente». Muy a la manera de Benito Pérez Galdós, a quien la malagueña dijo «poner una vela» durante la preparación y redacción de Las brujas y el inquisidor. Por cierto, que Roca Barea se ha pasado a la novela pero no al thriller: «No, no quería nada de eso; sino una novela de reflexión y de sosiego, con un lector no pasivo».

Elvira Roca Barea, en un momento de su encuentro ayer con sus lectores en el CAC Málaga.

Otro momento de la charla de Elvira Roca. / Andrea Pérez

Histeria colectiva

Zugarramurdi le sirve a Elvira Roca para exponer los procesos comunes de los episodios de brujería en nuestro país, «histerias colectiva que comenzaban siempre en comunidades muy pequeños y en niños y adolescentes». Añadamos las particularidades políticas de este caso, que, recordemos, tenía lugar en una aldea estratégica para Francia y España, entonces, siglo XVII, en pugna por su control definitivo.

Como pueden comprobar, Las brujas y el inquisidor prosigue la particular cruzada de la malagueña, experta medievalista, por limpiar el nombre de la época histórica peor considerada de todas: «De las muchas catástrofes que han provocado la literatura y el cine una de las más graves es la idea de que la caza de brujas fue algo medieval, cuando, en realidad, empezó a manifestarse a finales del siglo XV, en pleno Renacimiento». Y pone un ejemplo: «En El nombre de la rosa sucede algo que no puede suceder [en el momento en que se sitúa su acción] : una chica quemada por bruja. Umberto Eco se equivoca, a sabiendas o no, al situar algo así en el Medievo».