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"Toda alusión a la cópula de un hombre con un cadáver está prohibida": las líneas rojas del Hollywood de la autocensura

Guillermo Balmori repasa, en su último libro, las películas realizadas antes de que las productoras estadounidenses decidieran autorregularse para evitar el boicot de los grupos conservadores

Fotograma de ’Mata Hari’ (1931), la cinta de George Fitzmaurice protagonizada por Greta Garbo.

Fotograma de ’Mata Hari’ (1931), la cinta de George Fitzmaurice protagonizada por Greta Garbo. / ARCHIVO

Eduardo Bravo

"Toda alusión a la cópula de un hombre con un cadáver está prohibida y, si se muestra a una muerta, ha de evitarse darle un aire seductor". Este era una de las limitaciones establecidas por el Motion Picture Production Code, un código de autorregulación creado en 1930 por las productoras cinematográficas estadounidenses, como solución a las amenazas de boicot de grupos conservadores liderados por la Iglesia católica.

"Aunque no era la religión mayoritaria en Estados Unidos, la Iglesia católica representaba a mucha gente. Como además estaban más organizados en este tipo de temas, abanderaron esa lucha en la que llegaron a amenazar con censurar el cine en sí mismo, lo que hizo que los estudios y productores se preocuparan. En todo caso, el verdadero interesado en esta censura era el propio Gobierno de Estados Unidos al que, en plena Gran Depresión, no le importaban tanto los escotes o el erotismo como la sensación de inseguridad jurídica que transmitían las películas. La gente utilizaba el poco dinero que tenía para ir al cine y ver historias en las que la policía era corrupta, que los jueces estaban comprados, que los ricos siempre ganaban, que se glorificaba a los gángsters… El Gobierno advirtió a los estudios que, o se autorregulaban, o los regulaba él mismo. Aunque en el fondo era un brindis al sol, porque la Constitución no hubiera permitido esa limitación a la libertad de expresión, los estudios prefirieron no oponerse y se autorregularon", explica Guillermo Balmori, autor de Hollywood antes de la censura. Las películas pre-code (Notorius Ediciones, 2023).

'El hombre del brazo de oro' (1955), un filme dirigido por Otto Preminger con Frank Sinatra, Eleanor Parker y Kim Novak.

'El hombre del brazo de oro' (1955), un filme dirigido por Otto Preminger con Frank Sinatra, Eleanor Parker y Kim Novak. / ARCHIVO

A lo largo de más de 400 páginas, Balmori repasa un centenar largo de películas afectadas por ese código cuyos preceptos ponían de manifiesto las mentes retorcidas y los prejuicios de sus promotores. Entre otras cosas, se establecía que los sacerdotes no podían ser representados como autores de un crimen, no se permitían "las historietas de viajantes de comercio y de hijas de granjero", se prohibía "el ombligo", los movimientos de caderas y del bajo vientre debían ser "vigilados estrictamente", los dormitorios matrimoniales debían tener camas separadas y no se aceptaba "bajo ningún concepto mostrar a la pareja en la cama al mismo tiempo". Por si no fuera suficiente, no se podía presentar al nativo norteamericano como superior al colono blanco y, aunque se prohibía la crueldad hacia animales o niños (obsérvese que bestias y retoños comparten epígrafe), sí se podía mostrar el azote como reprimenda, aunque "nunca sobre las nalgas desnudas".

"El código recogía los temas socialmente más impactantes, pero también hacía referencia a otros más específicos, como el de la necrofilia, que más bien parece que estuvieran dando ideas a los guionistas. También es cierto que había temas menos importantes que no se mencionaban expresamente, pero que no se quedaban fuera de la prohibición. Eran temas que se entendían englobados en preceptos genéricos, lo que permitía que, cuando el censor veía la película, se agarrase a ellos para no dar su autorización", comenta Balmori.

En el principio fue el verbo

Estructurado a través de fichas que analizan las películas prestando especial atención a aquellos aspectos que vulneraban las directrices del Motion Picture Production Code, Hollywood antes de la censura funciona también como una suerte de ensayo fragmentado que analiza diferentes aspectos del tema. Por ejemplo, la importancia que el cine sonoro tuvo en la aparición de este tipo de censura.

En el libro hay abundantes ejemplos de violencia, panteísmo, lenguaje soez, homosexualidad, violaciones, uso de distintos estupefacientes...

"Al final fue la palabra la que resultó más peligrosa para para estos grupos conservadores. El cine mudo tenía algo más de pantomima, más caricaturesco y más irreal, pero todo cambió cuando, de repente, empezaron a escuchar cómo hablaban las prostitutas, los gángsters, el ruido de las metralletas, los chillidos de la gente cuando es asesinada… Además, con la palabra puedes dar rienda suelta a muchas ideas que no se podían transmitir únicamente con la imagen. Esto no quiere decir que el cine mudo fuera un atraso o fuera simplemente un cine sin diálogos. El cine mudo tenía sus propios códigos de expresión y, de hecho, cuando llegó el sonoro, el cine mudo estaba tan tan desarrollado que, a nivel visual, el sonoro supuso un retroceso". Lo más llamativo del trabajo de Guillermo Balmori es que todas las películas que se analizan en el libro y en las que hay abundantes ejemplos de violencia, panteísmo, lenguaje soez, homosexualidad, violaciones, uso de estupefacientes, crítica a la policía y simpatía por los criminales fueron realizadas, sin ningún problema, durante los primeros años de vigencia del código.

James Stewart, Lee Remick y Ben Gazzara, protagonistas de 'Anatomía de un asesinato' (1959).

James Stewart, Lee Remick y Ben Gazzara, protagonistas de 'Anatomía de un asesinato' (1959). / ARCHIVO

"En realidad, las películas que se conocen como pre-code son las realizadas desde la aprobación de esa regulación en 1930 y hasta 1934, que es cuando realmente se empezó a aplicar. Mientras tanto, los estudios rodaron películas sin demasiados problemas ayudados para ello por William Hays, un alto funcionario de lo que sería aquí Correos, que había participado en la redacción del código. Como funcionario, Hays tenía fama de ser muy recto, con una moral muy estricta, pero también era un hombre racional que empezó a ver que, en ocasiones, las críticas de los conservadores eran excesivas. Por eso, aunque no es que se pusiera del lado de los estudios, sí que mostró algo de sensatez. Por ejemplo, cuando se quería adaptar una obra literaria de éxito como Adiós a las armaslos conservadores querían eliminar todas las referencias que les incomodaban, incluso yendo contra la obra de Hemingway. En esos casos, Hays sí que apoyaba a los estudios".

Si bien no hubo consecuencias para las productoras que incumplieron el código durante los primeros años que estuvo en vigor, a partir de 1934, todo cambió. Aquellas películas que no cumplían con esas limitaciones no obtenían el sello de aprobación y corrían el riesgo de que muchos cines se negasen a proyectarla con el consiguiente perjuicio económico.

Fotograma de 'La luna es azul' (1943), con William Holden, David Niven y Maggie McNamara en el elenco.

Fotograma de 'La luna es azul' (1943), con William Holden, David Niven y Maggie McNamara en el elenco. / ARCHIVO

"Uno de los pocos que se enfrentó al código fue el productor Howard Hughes que, como millonario que era, estaba acostumbrado a hacer lo que le daba la gana. Aunque no consiguiera el sello de aprobación, estrenaba sus películas en un número de cines menor y compensaba la falta de distribución con mucha publicidad. Más tarde, en los años 50, Otto Preminger se enfrentó directamente a la censura del código. Aunque sus películas El hombre del brazo de oro y La luna es azul no obtuvieron el sello de aprobación, porque la primera trataba de un drogadicto y en la segunda pronunciaba la palabra virgen, él las estrenó igual. Posteriormente, Anatomía de un asesinato sí obtuvo la autorización, pero costó mucho porque se decía la palabra bragas. Por todo ello, Preminger fue muy beligerante con la censura y, de hecho, fue uno de los que ayudó a acabar con ella porque, como la gente vio que sus películas sin sello de aprobación eran un éxito, poco a poco dejaron de cumplir el código".

Borrar la historia

En los años 40, la televisión no había llegado a todos los hogares de Estados Unidos y tampoco existían sistemas domésticos de reproducción como el Super-8, el vídeo o los DVD. Por tanto, el circuito de reestreno era, no solo la única forma de poder disfrutar de antiguas películas, sino una importante fuente de ingresos para los estudios. Sin embargo, la aplicación retroactiva del Código a esas producciones era un problema a la hora de reestrenar esas películas rodadas antes de la censura.

Escenas como una de 'Mata-Hari' en la que Greta Garbo aparece prácticamente desnuda están totalmente perdidas, al menos por ahora

"Cuando la película era muy escandalosa o se saltaba el Código por completo, los estudios entendían que era imposible reestrenarla y renunciaban a ello. Sin embargo, aquellas otras que tenían algunas partes delicadas pero podían ser eliminadas, se remontaban y, tras obtener la aprobación, volvían a los cines. El problema era que los promotores del Código eran tan perversos, que exigían que se destruyese el negativo original de esas partes para hacer como que nunca existieron. Algunas de esas escenas, como la de King Kong en la que el gorila, después de desnudar a la chica, se huele los dedos y pone cara de satisfacción, han sido encontradas y se han podido recuperar, porque las productoras solo eliminaban esas partes de las copias que estaban en Estados Unidos y no de las que habían sido distribuidas en otros países. Otras escenas, sin embargo, como una de Mata-Hari en la que Greta Garbo aparece prácticamente desnuda, están totalmente perdidas, al menos por ahora", comenta Balvori, que promete un segundo volumen dedicado a las películas pre-código.

"He tardado seis años en hacer el libro pero, al final, se han quedado fuera muchas películas. Como afortunadamente está funcionando muy bien, creo que merece la pena sacar un segundo tomo. Aunque posiblemente no tenga tanto éxito como este, habrá gente interesada en él".

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Guillermo Balmori

Notorious

392 páginas | 39,85 euros