Plataformas

Cómo el «streaming» ha cambiado nuestras vidas… y las de los músicos

El consumo de música «online» ha puesto patas arriba no solo nuestra forma de disfrutarla, sino también las expectativas y la forma de crear por parte de muchos de artistas

La música hoy se escucha, mayoritariamente, desde nuestros móviles La música hoy se escucha, mayoritariamente, desde nuestros móviles.

La música hoy se escucha, mayoritariamente, desde nuestros móviles La música hoy se escucha, mayoritariamente, desde nuestros móviles. / GABBY JONES

Carlos Pérez de Ziriza

Hace solo unos días que se han cumplido 15 años de la llegada a España de Spotify, la primera plataforma de streaming y todavía líder mundial en el sector. Fue el 7 de octubre de 2008. Había nacido dos años antes en Estocolmo (Suecia). Entonces era una completa desconocida. Hoy en día, es una marca tan popular como Ikea, Volvo o H&M. Pura fiabilidad sueca. Luego llegarían Deezer, Amazon Music, Tidal o Apple Music. Además del infinito dispensador de vídeo y audio que es Youtube. Pero en 2008, Spotify irrumpía como una insondable ventana abierta a casi toda la producción discográfica del planeta, de forma gratuita e instantánea. El sueño húmedo de todo melómano, en un momento en el que a la piratería digital ya se le empezaba a poner coto, Napster ya prácticamente era historia y los músicos emergentes aún confiaban en webs como MySpace y empezaban a hacerlo también en la recién nacida Bandcamp.

España era uno de los primeros países, junto a Finlandia, Reino Unido y Francia, a los que llegaba Spotify. «En 2008, antes de nuestro lanzamiento, la piratería era la norma común en nuestro país y en Europa, y el Informe de Música Digital de la Federación Internacional de Productores Fonográficos (IFPI) de aquel año señalaba que España y Holanda eran los países donde se efectuaban más descargas ilegales, con un 35% y un 28% de usuarios descargando de forma ilegal, respectivamente», cuenta Melanie Parejo, Head of Music de Spotify para el sur y el este de Europa. «El idioma, la rica tradición musical y la diversidad de géneros hacían que el mercado español fuera especialmente atractivo para Spotify», argumenta.

Como es lógico, el discurso corporativo incide en la plataforma como solución a aquella piratería, más allá de la controversia que colea en los cenáculos de músicos no masivos sobre el discutible reparto de regalías y las posibles comparativas con cualquier otra plataforma. Spotify llegó primero, y ha sabido adaptarse al medio para no perder su liderazgo. Que el streaming ha modificado nuestra forma de escuchar música es un hecho irrebatible. Y cuando uno nada en la sobreabundancia del buffet libre (sin anuncios en el caso del servicio Premium, de pago), tiende - es humano - al picoteo, a la degustación de primera mano y sin filtros (adiós, prescriptores tradicionales), a la alternancia de sabores y texturas, a comenzar muchos platos sin terminar prácticamente ninguno, a delegar en las primeras sensaciones, a desdeñar casi todo aquello que requiere una digestión lenta, al contrario de lo que ocurría cuando el presupuesto para discos era - lógicamente - limitado en la misma proporción en la que hoy lo es nuestro tiempo de ocio, que en el caso de la música compite ya con decenas de estímulos audiovisuales que no existían antes de internet. Se impone la instantaneidad. Y eso también incide en la obra del músico. ¿Piensan también en todo esto cuando componen y graban?

Más allá de las ‘playlists’

«¿Si está condicionando el streaming las maneras de hacer música? Desde luego, y a mí hay veces que me rompe el corazón, porque hay artistas que piensan antes en sus cifras de Spotify que en la propia música, y lo paradójico de esto, al menos en mi propia experiencia, es que cuanto menos piensa el artista o la artista en números, más números saca luego», confiesa el productor onubense Guille Mostaza, quien lleva años trabajando en su estudio Alamo Shock - al sur de Madrid - con bandas y solistas como Miss Cafeína, Niña Polaca, Rocío Saiz o Varry Brava, dentro de una solicitadísima agenda. Un panorama, el de ahora, completamente distinto al que se encontró cuando formó el dúo Ellos junto a Santi Capote, a finales de los 90. «La gente que viene a mi estudio pensando así refleja cierta ansiedad y seguridad, y el resultado final no acaba de relucir; en cambio, la gente que viene a jugar se siente más liberada y consigue mejores resultados artísticos, lo que paradójicamente luego genera mejores cifras», argumenta. Es decir, que parece que lo mejor es no obsesionarse con figurar en una playlist de seguimiento masivo.

¿Están el streaming y sus playlists empobreciendo involuntariamente nuestro panorama musical? Obviamente, desde Spotify no lo pueden ver así. Aunque asumen que «con la llegada del streaming, los creadores han adaptado sus enfoques para aprovechar estas oportunidades». Melanie Parejo incide en que «el trabajo de personalización» que ofrecen sus playlists «siempre pretende ofrecer el equilibrio adecuado entre canciones o contenidos conocidos y nuevos», en que «Spotify ha pagado cada vez más dinero en regalías de streaming, lo que resulta en ingresos récord y crecimiento para los titulares de derechos en nombre de artistas y compositores», y va más allá al afirmar que, tal y como revela su portal de transparencia Loud & Clear, «en la época del CD la industria favorecía más a las grandes estrellas respecto al presente: por ejemplo, en 2022, alrededor de 3.000 artistas generaron más de 100.000 dólares solo con Spotify, y el mismo portal también destaca que los artistas pueden desarrollar sus carreras más rápido que nunca por medio del streaming».

Juan Fernández y Adrián Roma, integrantes de la banda Marlon, en los estudios de grabación.

Juan Fernández y Adrián Roma, integrantes de la banda Marlon, en los estudios de grabación. / ALBA VIGARAY

«Los grupos que vienen copiando a otro a veces consiguen meterse en el algoritmo de ese grupo al que copian y puede que le caigan unas migajas de escuchas. Pero ¿merece la pena al final?», se pregunta Guille Mostaza. «Bajo mi criterio, no». Melanie Parejo, de Spotify, explica que sus playlists «se elaboran gracias a una precisa selección humana del equipo de expertos en música de la empresa, con un extenso análisis de datos de millones de usuarios en tiempo real», y que «Spotify no elige qué artistas promocionar: nuestros editores crean listas de reproducción basadas en cómo las canciones sintonizan con los oyentes y, para averiguarlo, nos sumergimos entre cientos de canciones para elegir cuáles son adecuadas para entrar en una playlist».

Más rápido, más corto

Es un secreto a voces: lo que cualquier músico emergente busca ahora es un impacto lo más rápido y directo posible. Aunque no lo suelan decir en público. En el caso de un álbum, colocar justo al principio aquellos cortes que puedan hacer de cuña. Los más breves y accesibles, los más afilados, que corten como cuchillo en mantequilla. Quizá sea la mejor forma de llamar la atención.

«A mí me han llegado a decir que más de tres minutos es rock sinfónico, y es algo que ha afectado a la duración de las canciones, porque rara vez se ven ya introducciones largas, o partes instrumentales con desarrollo, ahora lo normal es ir al grano», explica Mostaza. Y eso no es algo que le moleste de por sí, salvo que llegue a condicionar el mensaje. «Al final lo que me importa es: qué transmites durante ese tiempo ¿Requieres de dos minutos para contar tu idea? Me parece perfecto si lo logras transmitir en ese plazo. Pero lo que sí me duele, y mucho, es cuando tienes una buena composición, que a lo mejor necesita cuatro minutos para ser desplegada, y el artista o la compañía te pide que lo dejes en tres: al final el público no se dará cuenta, pero siempre siento que es como si te hubiesen cortado un trozo de la película», confiesa.

El 98% de las ventas digitales de música en España lo aporta el streaming, indica Parejo. 340 millones de euros de los 345 totales. Quizá la vuelta a la lo instantáneo, a los consumos fugaces, no esté tan lejos de lo que ocurría a mediados del siglo pasado, cuando el single en vinilo se popularizó mucho antes de que se impusieran los elepés y sus ínfulas conceptuales. Puede que todo esto no sea, en esencia, más que un retorno al reinado de la canción, aunque cualquier artista masivo siga viendo todavía en el formato álbum la principal herramienta para trascender. Una dicotomía en continua tensión, la del corto y el largo plazo, que podría cuestionar esa ley del eterno retorno a la que tantos nos asimos, nada descabellada en la historia de una materia tan voluble y propensa a los seísmos cíclicos como es la música popular.