Opinión

Cuando no me inventé una entrevista con Enrique Vila-Matas

El escritor catalán compendia en un libro las entrevistas que se inventó a Brando, Nureyev y Highsmith, entre otros; el autor del texto recuerda aquí la entrevista real que sí mantuvo con el escritor en 2002 

El escritor Enrique Vila-Matas, durante la entrevista en el Puerta Oscura en el año 2002

El escritor Enrique Vila-Matas, durante la entrevista en el Puerta Oscura en el año 2002 / Carlos Criado

Víctor A. Gómez

Víctor A. Gómez

Se acaba de publicar 'Ocho entrevistas inventadas' (H&O Editores), inequívoco título para un compendio de primeras piezas del heterodoxo periodismo practicado por un jovencísimo Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), lejos todavía de la gloria literaria y, al parecer, más cercano a las necesidades del día a día. Uno de aquellos encargos fue la traducción para 'Fotogramas' de una entrevista con Marlon Brando y que Vila-Matas, entonces de 20 años, aceptó sin revelar que no tenía ni pajolera idea de inglés. Así que se la inventó, tradujo frases como «si lo deseara, podría dejarme morir bajo el peso de una montaña de dólares» o «los hijos son como las flores en el gran prado del amor» y la firmó como Mary Holmes. Repitió la jugada con Rudolf Nuréyev, Anthony Burgess, Cornelius Castoriadis, Patricia Highsmith y Juan Antonio Bardem, entre otros. Lo cual me recuerda que en 2002 yo entrevisté a Enrique Vila-Matas y la cosa dio para una de las peripecias más absurdas de mi vida profesional.

Entonces, el escritor, lejos ya del colaborador periodístico con agujeros en los bolsillos y ya en plena gloria literaria, acudía al ciclo de la Diputación Provincial 'Máquina y poesía'. Yo, que entonces tenía 26 años, sólo seis más de los que peinaba el interfecto en aquellas hazañas periodísticas, estaba citado con él en el Puerta Oscura. Le precedió la comitiva de responsables del Centro Cultural de la Generación del 27: «Venimos de comer con Enrique y nos lo hemos pasado estupendamente. Nos ha contado tantas anécdotas, no sabemos si reales o inventadas», me dijeron. 

Para romper el hielo de una conversación provocada como lo son todas las entrevistas, le pregunté por su accidentado viaje desde una Barcelona aquel día inmersa en pleno temporal. Me respondió declamando, como leyendo de sus relatos con esa voz patéticamente pomposa de los teatreros pasados de rosca: «Todo comenzó a las ocho de la mañana, cuando me desperté por la voz en grito de mi mujer, Paula de Parma, que me dijo que se me estaba haciendo tarde. Me levanté y me costó muchísimo encontrar un taxi. Después de hallar uno, el taxista se paró a las 9.30 exactamente ante una lluvia de lluvia».

No sabía si la mirada de Vila-Matas me estaba atravesando o si ni siquiera advertía mi presencia. La cosa pintaba mal: sí, iba claramente pedo. Más comentarios para preparar las preguntas directas resultaron ser inútiles: por ejemplo, le comenté una curiosa (y pedantona, lo reconozco) anécdota relacionada con su libro 'Suicidios ejemplares', un amigo y la extraña muerte del compositor Iannis Xenakis. «¿Y eso qué tiene que ver? ¿Me está haciendo una pregunta o qué?».

Lo cierto es que el fotógrafo del periódico le cayó aún peor que yo. El autor paró en seco la conversación para decirle a mi compañero: «Tiene usted la manía de disparar cuando muevo la boca y así salgo horrible. En cambio, cuando estoy con la boca cerrada parezco melancólico y triste y resulto mucho más interesante, ¿no?». Vila-Matas se levantó y tras revisar la cámara, eligió la imagen que quería que saliera en el artículo.

Ataque frontal

Así que, a esas alturas de la jugada, se imponía el ataque frontal: «Se está comportando como si hubiera creado una leyenda en torno a sí mismo», dejé caer. Respuesta: «Es complicado hacer una entrevista de prensa porque no es que le esté contestando sino que estoy haciendo escritura... Sí, soy una leyenda, una leyenda viva, divertida, amable y simpática. Pero se me leerá y entenderá de verdad cuando muera: entonces seré una escritura. ¿Está claro?». Clarinete.

Para terminar, hablamos sobre el entonces flamante Nobel de Literatura, Imre Kertész. Me dijo que era su amigo. «Me presentó en un congreso en Hungría. Le he incluido en mi próxima novela, como alguien que asiste a una de mis conferencias». Vio que no le creía, así que buscó en su bolsa, donde guardaba el manuscrito de su nuevo trabajo, para enseñarme la cita. Un incomodísimo rato después, volvió a mirarme y a hablarme: «Debí de quitar esa parte». Luego, me preguntó si tenía bastante con lo charlado para el artículo. Le respondí que no, pero que ya me iba... «Si se fija, le he dicho cosas impresionantes», fue su despedida.

A mis 26 años, con apenas 4 de práctica profesional, regresé a la redacción más agobiado que divertido: había que sacar una página completa de aquello. Tiré por la tangente y me empeñé en componer una pieza sobre la imposibilidad de aquella entrevista a aquella persona en aquel momento en aquel estado. Y así fue: se tituló 'El misterio Vila-Matas' y se subtituló «Desentrañar la leyenda que ha creado en torno a sí mismo es una tarea prácticamente imposible». Me reté a mí mismo reflejar el estado de ebriedad del escritor sin explicitarlo, con subrepticios formales, pero, como todo lo que emplea subrepticios formales, creo que no salió bien la cosa. Además, supongo que por sentirme pequeño ante aquel apellido compuesto tan en boga en los círculos literarios, al final terminé colocando la foto que el escritor había seleccionado. Hoy, 22 años después de aquello, me permito una pequeña revancha y corono este artículo con otra imagen (eso sí, señor Vila-Matas, sale usted con la boca cerrada). Y me pregunto si quizás habría sido mejor que me hubiera inventado aquella entrevista con Enrique Vila-Matas.